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Como tantos otros acuerdos concebidos y sellados en
conciliábulos ocultos, el pacto de Barack Obama con Raúl Castro tiene
cláusulas secretas. Si los resultados anunciados ayer en Washington y La
Habana provocaron la indignación de muchos, parece que lo que se
avecina es peor. Mucho peor.
En los altos círculos militares de Estados Unidos se alistan ya los
trámites, sotto voce, de la puesta en práctica de una de las partes
ocultas del pacto Obama-Castro. No se trata ya de intercambios de
prisioneros ni de temas de comercio e inmigración.
Algunos temen, por ejemplo, que la Ley de Ajuste Cubano peligre.
Otros, más a la derecha, creen que Washington podría aprovechar para
conseguir la extradición a Estados Unidos de algunos delincuentes
asilados en la isla, como Joanne Chesimard, buscada por el asesinato de
un policía en Nueva Jersey, y el puertorriqueño Víctor Manuel Gerena,
buscado por el asalto de un transporte blindado de Wells Fargo. Pero por
ahí no vienen los tiros.
Parece que en su afán de dar hasta el fondillo a los Castro, y de
paso cumplir una vieja promesa de campaña suya, Obama se dispone, en un
plazo no especificado, quizás durante la visita que se propone hacer a
La Habana, a entregar la Base Naval de Guantánamo al gobierno cubano.
Mataría, así, dos pájaros de un tiro: congraciarse con sus nuevos
amigos, y clausurar la prisión para yihadistas que allí funciona, con el
pretexto de que la base ya no estaría bajo jurisdicción norteamericana.
¿Tiene potestad nuestro dadivoso mandatario para hacer semejante
concesión? Pasando revista al Tratado Cubano Norteamericano de 1903,
suscrito por el presidente cubano Tomás Estrada Palma y el presidente
estadounidense Theodore Roosevelt, no resulta claro si su anulación
requeriría la aprobación del Congreso.
El tratado en cuestión fue firmado a perpetuidad, lo que significa
que sólo podría rescindirse con la aprobación de ambos gobiernos, y a lo
que parece, al cabo de todos estos años, Barack Obama resultaría el
único mandatario estadounidense capaz de semejante disparate, con tal de
cumplir su pendeja agenda política.
Quizás incluso los Castro estarían dispuestos, a cambio, de entregar a
EEUU a Chesimard, Gerena y las decenas de otros estadounidenses
prófugos que se hallan en la isla. Quién sabe. Habiendo considerables
sumas de recompensa ofrecidas por ellos, y conociendo la avidez
castrista de divisas, no sería de sorprender que los arrojaran por la
borda. El botín de la base, un viejo reclamo de los Castro, serviría de
justificación.
Me pregunto qué podrán decir cuando eso suceda el montón de sesudos
que nos gastamos en el exilio, que aplauden las medidas de Obama y hasta
ven una “transición” en el horizonte. ¿Será que nos van a decir que ya
era hora de entregar esa vieja base? Y por cierto, ¿qué van a decir
nuestros presuntos líderes?
Nada me extrañaría ya.
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