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“Quiero ser muy cuidadoso, yo
tengo miedo”, dijo Alfredo Guevara a dos periodistas que lo
entrevistaron cuando estaba al borde de la muerte. Alfredo Guevara fue
uno de los protagonistas estelares de la revolución cubana, cercano a
Fidel Castro desde los tiempos del cuartel Moncada y líder del
movimiento cultural, especialmente a través de su dirección del
legendario Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAI.
Agobiado por la enfermedad y deseoso de decir su verdad, se quiso
confesar ante Abel Sierra y Nora Gámez, quienes hace poco publicaron
unos comentarios sobre el encuentro en la revista mexicana Letras Libres.
De allí se toman ahora unos fragmentos que parecen elocuentes para el
entendimiento de un proceso al cual se vincula cada vez más Venezuela
por decisión del gobierno.
Guevara
reconoce, en primer lugar, la existencia de mecanismos de censura sin
los cuales resultaba imposible el establecimiento del totalitarismo.
Detalla las presiones de los “sectores duros” para la prohibición de
películas contrarias al interés de la revolución, como La dolce vita de Fellini, Accattone de Pasolini y El ángel exterminador
de Buñuel. “Actuaban como Stalin y Beria”, afirma. Atribuye el
procedimiento inquisitorial a los grupos más recalcitrantes del Partido
Socialista Popular, ahora desaparecido, pero no vacila en asegurar que
después promovió, por necesidad política, la prohibición del documental PM
realizado por Sabá Cabrera Infante. También llama la atención sobre su
papel de cabecilla en la toma violenta del canal 12 de televisión,
“acompañado de unos cuantos salvajes con mandarrias” a quienes animaban
el Che, Raúl Castro y Ramiro Valdés. “Era importante el control de los
medios de comunicación social”, agrega para justificar su conducta.
Después
se atreve a tocar el tema de la decrepitud de Fidel Castro en los
siguientes términos, partiendo de una versión reciente que el líder dio
de su vida: “Se pone a hablar, como hacen los viejos, que se olvidan de
las cosas”. Aunque sean evidentes, nadie dice verdades semejantes en
Cuba sin dar con sus huesos en la cárcel. Pero, ¿por qué el desafío al
líder sacrosanto? Para cuadrarse con la posibilidad de tiempos nuevos.
Para justificar los cambios que entonces comenzaba a realizar el
sucesor, Raúl Castro, orientación en cuyo apoyo llega a pronunciar
afirmaciones lapidarias que nos conciernen aquí y ahora. Alfredo
Guevara, un íntimo compañero de viaje del fidelismo, uno de los bueyes
cansados que se siente cerca del cementerio y necesita distanciarse de
la tropa vulgar, se manifiesta de acuerdo con el desmantelamiento del
Estado que ayudó a construir cerca del máximo caudillo. Estos son sus
argumentos: “Si se empieza el desmantelamiento de un Estado que usurpa a
la sociedad –porque el Estado que ha sido creado en Cuba es usurpador
de la sociedad, y la desburocratización es un modo de desmantelarlo de
modo realista– resurgirá entonces una sociedad civil que ya existe pero
que está aletargada”.
Si estas
afirmaciones tajantes interesan a los venezolanos a quienes se pretende
imponer un modelo parecido de régimen, sin duda también les conviene
retener el pavoroso juicio que hace Guevara de la sociedad cubana. En un
salón de ambiente lujoso, según los periodistas, rodeado de pinturas de
los creadores más cotizados de la isla, proclamó sin siquiera
parpadear: “No creo que mi pueblo valga la pena. Creo en sus
potencialidades, pero no en su calidad. A nosotros siempre nos han
querido meter en el molde de la Unión Soviética. Conversando con un
intelectual francés sobre las particularidades de Cuba, yo lo quería
convencer de que éramos diferentes y ese día lo convencí, porque le
dije: Sal a la calle. ¿Tú crees que con esos culos y con esas licras
alguien puede entender Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana? Acto seguido se rió y me entendió. Hay que tomar en cuenta el trópico, Dios mío”.
Pobre
pueblo, juzgado así, menospreciado así, descalificado así por uno de
los conductores de la revolución que antes de morir quiere ser cuidadoso
porque tiene miedo. Es preciso recordar, desocupados lectores, que
nuestras licras y nuestros culos tropicales son muy parecidos.
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