Durante su recién terminada visita a Cuba, el lunes 24 de noviembre
(2014), el Ministro de Relaciones Exteriores de España José Manuel
García Margallo ofreció una conferencia en el Instituto Superior de
Relaciones Internacionales (ISRI) de La Habana titulada “Vivir la transición. Una visión biográfica del cambio en España”.
La “vision” que de este evento presentó el Ministro español estuvo
llena de lugares comunes e ingenuidades impresentables en el debate
español actual.
El mensaje general para cubanos (donde con picardía demasiado obvia usa la palabra-código “grupúsculos”) de la Conferencia de García Margallo
fue un “elogio centrista” (ni de derecha ni de izquierda, sino de ambas
cosas a la vez) de una Transición “productora de centro”. Según afirmó,
el objetivo y principal logro de la Transición fue “acabar con el secular enfrentamiento entre las dos Españas”. De aquellos pactos, conciliaciones, consensos y “concordias” salió una Constitución que garantizó unos “Años en que los centristas, los socialistas y los populares nos hemos alternado con absoluta normalidad”.
La triada de García Margallo es engañosa y engañadora, porque el
proceso de la Transición no es la configuración de una izquierda, un
centro y una derecha, algo más propio de la democracia consumada. Como
mismo dice en entrevista Rafael Ansón, uno de los autores que García Margallo cita en su conferencia en el ISRI,
“La transición terminó realmente en 1977, a partir de entonces ya hubo
un Congreso, un Senado y un proceso constituyente. El verdadero milagro
de pasar de una dictadura a una democracia se hizo en ese año que va de
julio de 1976 a junio de 1977.”
La Transición -”el paso”- es en verdad el sacrificio y/o marginación
sincronizada de la derecha franquista y de la izquierda antifranquista,
en aras del triunfo de una franja ideológicamente amorfa donde las
diferencias de rango filosófico se disuelven en una medianía o
mediocridad (centro) engullidora de la diversidad real, que son los
polos del espectro.
Ese esquema de cambio, ese modelo de Transición que tira por el
medio-centro anulando los extremos ideológicos, legibles pero demasiado
doctrinarios para que sean buenos en el establecimiento de consensos,
está en marcha en Cuba donde ya tiene resultados fehacientes.
La fuerza motriz de la Transición cubana se conforma a través de un
proceso que incluye el desgajamiento hacia la corriente central
(desideologizada) de representantes del castrismo y del anticastrismo.
El fichaje de grupos y personalidades castristas para el centro
transicional tiene como subcapítulo implícito la ruptura de la
unidad entre los “moderados de izquierda” y los otrora compañeros del
castrismo; que con esta división quedarán excluidos como fuerza
obsoleta, esclerosada y rígida, carente de flexibilidad para negociar.
Un proceso análogo a este se da en la zona anticastrista, donde
aparecerán anticastristas de mejor tono que los intratables
“derechistas”; que por el momento quedarán a la zaga de la historia o la
moda política. Como Oscar Elías Biscet en Cuba y Lincoln Díaz-Balart en
Miami.
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