Sentados perdiendo el tiempo (foto del autor) |
LA HABANA, Cuba. -¿Cuántos cubanos en edad laboral pasan el día en
las calles, parques o sentados a la entrada de sus casas, aparentemente
practicando la vagancia, viviendo del azar, de algún negocio furtivo o
de las contingencias del momento? Nadie lo sabe con exactitud.
Para conocer algunas aristas de este fenómeno hemos salido a recoger
las opiniones de quienes viven estos complejísimos escenarios de la Cuba
actual. Para no perjudicar a estas personas cuyos oficios son ilegales
pero que aun así nos han confiado sus testimonios, prescindiremos de la
publicación de sus apellidos así como de sus imágenes.
Alina es santiaguera y con solo 18 años es madre soltera de dos hijos
a los que se ha visto obligada a mantener desde que ella misma era una
niña de 15 años. Desde los 12, Alina vino ilegalmente a vivir a La
Habana con su madre, que en la actualidad cumple condena por delitos de
posesión de drogas. A pesar de las llamadas de advertencia de la
policía, la muchacha ha tenido que continuar ejerciendo el único oficio
que le enseñó la madre: la prostitución.
Alina, que aparenta muchos más años que los cumplidos, pasa todo el
día, incluso hasta altas horas de la madrugada, sentada en un parque
cercano al solar donde vive en la calle San Ignacio, justo a una cuadra
de la Plaza Vieja. Nos habla de sus hijos y de las duras situaciones que
enfrenta para darles de comer y para pagarle a la mujer que se los
cuida mientras ella atiende a los clientes. Cuando le preguntamos por
qué no trabaja para el Estado nos responde lo que, para cualquier
cubano, es una verdad de Perogrullo: “porque lo que me pagaría no me
alcanza ni para empezar el mes”.
“Con un salario no puedo hacer nada. Dime, ¿quién vive aquí de un
salario? ¿De dónde tú crees que salen tantas jineteras (prostitutas)?
Todos quieren irse de aquí. Cuando metieron presa a mi mamá salí a
buscar un trabajo pero todo lo que encontré era limpiando pisos el día
entero, por 10 dólares al mes, y mis hijos con la boca abierta pidiendo
comida. Así que era esto, salir a robar o la droga y ya tengo la
experiencia de mi madre, así que eso para mí está perdonado (…). No sé
si estudiar le resolverá algo a la gente pero para mí que no. Aquí donde
vivo hay gente que ha estudiado, se han quemado las pestañas durante
años y pasan más trabajo que yo. Incluso a veces he tenido que
prestarles dinero para que coman. Me critican por lo que hago y por ser
como soy y hasta a veces llaman a la policía cuando meto mis escándalos
pero yo ni mis hijos pasamos hambre (…). Sé que algún día me tocará irme
con un yuma [extranjero] y mis hijos no vivirán aquí pasando trabajo, y
eso no lo voy a lograr limpiando piso ni detrás de un buró”.
Día laborable en Cuba (foto del autor) |
Luis Ángel terminó una ingeniería en la Universidad Politécnica José
Antonio Echeverría (CUJAE) y, aunque reside en un municipio del centro
de La Habana, fue enviado a pasar el servicio social obligatorio en una
empresa de muebles sanitarios en San José, provincia de Mayabeque.
Además de las horas que debía emplear tan solo en viajar desde su casa
hasta San José y en retornar, en su primer día de trabajo le informaron
que a los recién graduados se les ubicaba directamente en la línea de
producción, como a un obrero más, y que, terminado el servicio social de
2 años, no le aseguraban una plaza como profesional. Inmediatamente
renunció y, en consecuencia, su título ha sido invalidado.
Luis Ángel pasa horas sentado en el parque esperando por algún
extranjero o extranjera que desee contratar sus servicios de “guía de
turismo”. A pesar de no dominar muy bien ningún idioma ni conocer la
historia de la ciudad donde nació, dice tener suerte y ganar en unos
pocos días lo que hubiera obtenido por casi seis meses en un empleo del
Estado:
“No hay que hablar mucho inglés, solo saber lo que vienen a
buscar. Les digo ‘chicas’ y ellos entienden rápido. ‘Habanos’, ‘chicas’,
‘love’ y ellos caen. Ninguno quiere saber nada del Capitolio ni del
Morro, todos vienen buscando la ‘carne’ fresca y barata, los tabacos.
(…) Ya yo tengo mis puntos fijos y mi trabajo es llevarlos. Por eso me
dan una comisión (…). ¿Quién quiere trabajar ocho horas todos los días
para al final morirse de hambre? En primer lugar, te pago si encuentras
un trabajo ahora mismo, pero, además, si lo encuentras te van a pedir
mil papeles. Que si la baja del servicio militar, que si el servicio
social, que el aval, que si el CDR (Comité de Defensa de la Revolución) y
después todo lo que te cae encima, que si las guardias, que si las MTT
(Milicias) y el Sindicato. No te creas, ya he pasado por todo eso varias
veces y para nada. Ahora soy mi propio jefe (…). Aquí hay días que me
he ido con 50 y hasta 100 fulas, más las cosas que se pegan por el
camino (…), yo ni robo ni ando en movidas raras. (…) Nunca me he
acostado con un yuma, yo no soy de esos, pero si me aseguran que van a
sacarme de aquí no sé lo que te diga (se ríe)”.
Ofertas laborales en la prensa (foto del autor) |
Elio tiene 54 años y quedó sin empleo desde hace 5 meses. Desde
entonces vive de los trabajos casuales que encuentra en la calle y de un
poco de dinero que no regularmente le envía un hijo que vive en México.
Sabe algo de mecánica y eso lo ha ayudado a sobrevivir. “Sentado en mi
casa nadie va a tocarme a la puerta para darme de comer”, nos dice para
responder por qué pasa todo el día en el parque “sin hacer nada”, y la
pregunta lo ofende visiblemente:
“No te digo que aquí no haya gente vaga y rateros. Sé que hay de
todo pero yo no soy un vago. (…) Trabajé durante treinta años. Y cuando
era joven estuve voluntario en la agricultura varias veces y movilizado.
(…) Trabajé en la marca Suchel hasta que me dejaron excedente. Como fui
de los últimos en llegar, cuando hicieron las reducciones, me dejaron
fuera. Pero antes había trabajado en los ferrocarriles hasta que cometí
la locura de irme para Suchel. Ahora estoy tratando de encontrar un
trabajo para acumular los años que me quedan y jubilarme pero no
encuentro nada, ni siquiera en los ferrocarriles. Hay plazas pero no las
pueden ocupar o no quieren. En todos lados la cosa está difícil y con
50 años es peor (…). ¿Qué voy a hacer encerrado en mi casa? Salgo, me
pongo a conversar aquí, de pelota, de lo que sea, y además de olvidar
que mi mujer está enferma y que mi otro hijo está preso, siempre aparece
alguien que necesita que le pinte la casa o le haga algún trabajito y
me gano mi dinero honradamente. Si te pones a ver, gano más que antes
pero tengo miedo a lo que pueda pasar. La cosa se está poniendo mala.
(…) ¡Eso de que nadie va a quedar desamparado es un cuento! ¡Que vengan a
hablarme a mí de eso!”.
Nacido en Holguín, José Alberto tiene de 23 años. Vive ilegal en La
Habana desde los 21. A pesar de haberse graduado de Técnico en
Informática, no ha podido ejercer su profesión y nos explica las causas:
“No quiero saber nada del Estado. Cuando terminé [los estudios]
me ubicaron en una granja de la agricultura donde no había ni una
computadora. Cuando llegué me pusieron a echarle pienso a las gallinas y
a recoger huevos. En mi casa no entraba mucho dinero y yo estaba
obligado a pasar el servicio social si no me quitaban el título, así que
pasé unos meses trabajando por la basura que me pagaban pero la cosa
estaba tan mala que aguanté hasta que un día le dije a mi madre que
venía para La Habana. Nunca he podido ejercer mi carrera, ni siquiera
aquí. No solo porque no pude terminar el servicio social sino porque no
tengo el cambio de dirección (…). Pero ahora, sin trabajarle al Estado,
gano en un día lo que antes me pagaban en un mes. (…) Al principio la
pasé horrible y tuve que irme a vivir con una vieja que a los dos meses
me botó porque me daba asco acostarme con ella. Después me recogió mi
tía y fue gracias a ella que comencé en esto”.
A José Alberto siempre se le puede ver sentado en un banco de un
concurrido parque de La Habana que no identificaremos para no
ocasionarle problemas. Su oficio, aunque tolerado por la policía debido a
que muchos de sus integrantes participan de él, está penado por la ley,
y consiste en recoger y anotar las apuestas para la “bolita”, una
lotería clandestina que una buena parte de los cubanos deben usar para
incrementar los ingresos.
Se gana más sentado en un parque que en un empleo estatal (foto del autor) |
“Tengo que pasar todo el día clavado aquí, como siempre me ves,
llueva, truene o relampaguee, pero lo que gano jamás lo ganaría
trabajándole al Estado. Lo que pagan estos tipos [se refiere al
gobierno] es un abuso. (…) Allá en Holguín yo tuve días malos en que
estuve a punto de tirarme delante de un carro. Yo no había estudiado
para pasar hambre y desde chiquito siempre me metieron en la cabeza que
si estudiaba iba a vivir mejor. Todos los días me acostaba con dolor en
el estómago, oliendo a mierda de pollo y sin tocar ni una computadora.
Ahora mismo, tú me pones una computadora delante y yo no sé qué hacer
(…). Todo eso es un cuento chino de que va a mejorar. No sé, pero yo
cada vez lo veo todo peor. Aquí tengo gente que pone un peso o cincuenta
quilos [centavos] y yo sé que es el único pesito que han rapiñado por
ahí. Tienen que hacerlo porque lo que ganan no les alcanza para nada.
(…) Trabajar para el Estado es un suicidio. Yo no quiero llegar a viejo
así, cuando termine de reunir me voy de aquí. Asere, quedarse en Cuba es
un suicidio”.
El juego de interés, la prostitución, el proxenetismo, el tráfico de
drogas y el mercado negro de productos de primera necesidad, incluso la
dependencia de las remesas provenientes del exterior, en Cuba no
debieran ser confundidas con actos de mera voluntad personal cuando es
el propio Estado quien ha diseñado ese esquema económico-social terrible
donde los intereses del gobierno están por encima de las necesidades de
los ciudadanos.
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