Patético, sin dudas. Lo mismo que preguntar cómo están tratando en
Cuba a los enfermos de ébola. ¿Acaso en la Isla hay algún enfermo
reportado que no sepamos?
No tener nada serio que decir parece no
ser óbice para quedar callado ante determinadas cámaras de televisión en
Miami, ese páramo entre La Habana y Macondo que no queda corto ante
ninguno de esos dos parajes y es capaz de expresar insensateces como las
mencionadas, y muchas más.
Una malsana costumbre de algunos
adversarios del régimen, que en ocasiones florece como el marabú en
Cuba, es creer que para rechazar la dictadura no hace falta mantener
límites éticos o morales, ni respetar verdades, y que todo lo que se
diga está bien siempre que se “denuncie” al castrismo, aunque sea
hablando necedades o disparates: actuación al mismo nivel moral de los
más repugnantes apologistas del castrismo y la dictadura.
Con
tantas cosas que hace mal la tiranía, comenzando por mantenerse en el
poder sin consultar la voluntad popular por más de medio siglo, haber
destruido hasta los cimientos no solamente la economía, la sociedad, la
cultura y la familia, sino incluso la nación cubana como tal, no hay que
inventarse “razones” para acusar al régimen que, por mucho que lo
proclame y que lo repitan sus amanuenses, nunca será absuelto por la
historia.
Me parece muy correcto y positivo que una doctora y
profesora cubano-americana que vive en Miami y estuvo en África
combatiendo el ébola junto a otros colegas, sea invitada a la
televisión, explique sus experiencias, y se reconozca como merece su
actitud y su aporte a esta épica batalla por la vida humana.
Simultáneamente,
considero bochornoso que, a la vez que se hacía eso con relación a la
destacada especialista cubano-americana de Miami, se pretendiera ignorar
o silenciar la realidad de los 165 cubanos de la Isla, médicos y
enfermeros, que ya en esos momentos se había anunciado que irían a las
zonas donde existe la terrible epidemia, y mucho más posteriormente,
cuando se supo que un total de 461 médicos y enfermeros cubanos serían
enviados a combatir la epidemia en Sierra Leona, Liberia y Guinea
Conakry, hecho que convertía a Cuba en el país que más profesionales
aportaría a la lucha contra el ébola sobre el terreno.
Limitarse
entonces a destacar los peligros que correrían los cubanos al participar
en esa epopeya sanitaria —como si el resto de los trabajadores de la
salud de otras partes del mundo fueran inmunes al virus— además de
distorsionar la realidad, ocultaba un cierto sentimiento bochornoso para
algunos en Miami: creer que los cubanos de la Isla son tan tontos, o
tan muertos de hambre, que estarían dispuestos a irse al África porque
habían sido obligados, cobrarían mucho más de un puñado de dólares, o no
tenían noción del riesgo que enfrentarían o el peligro que estarían
corriendo.
Como si el altruismo y la inteligencia fueran virtudes
exclusivas de la Calle Ocho o Flagler, imposibles de encontrar en La
Rampa, Pueblo Nuevo o La Trocha santiaguera.
Sin embargo, que no
se confundan los sicarios verbales del régimen que abundan por estas
páginas: todo lo que he dicho, y lo que me queda por decir, ni justifica
ni pretende justificar la brutal dictadura que ha imperado en nuestro
país por más de medio siglo, ni ignora toda la demagogia, politiquería y
oportunismo del régimen aprovechando la crisis del ébola para
presentarse como un gobierno bondadoso y desinteresado, aunque Raúl
Castro dijera lo que dijo en la Cumbre Extraordinaria del ALBA en La
Habana o Fidel Castro publicara lo que publicó en sus incoherentes
reflexiones.
Tampoco pasa por alto la desaforada campaña que los
lobbies anti-embargo en Estados Unidos, al servicio de poderosos
intereses comerciales norteamericanos (encabezados por The New York Times y contrarrestados por The Washington Post),
o de los más bajos y oscuros intereses de la dictadura cubana, han
incrementado, aprovechando el desarrollo de la epidemia en África y la
participación de los cubanos enfrentándola, para pedir a Obama —casi
exigir o hasta chantajear— que premie al régimen “normalizando” las
relaciones diplomáticas entre ambos países, retirando a Cuba de la lista
de patrocinadores del terrorismo, permitiendo viajes ilimitados de
turistas americanos a la Isla, y levantando el embargo, para que la
dictadura disfrute de créditos, tanto de bancos de Estados Unidos como
de organismos internacionales donde la participación americana es
básica, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Créditos que, como todos sabemos, no serán pagados nunca, porque los
hermanos Castro son lo que en Cuba llamaban “marugas”, esos tipos que no
pagan sus deudas.
No estar de acuerdo con las incoherencias de
algún que otro Tarzán vertical de Miami no tiene qué llevarnos a los
brazos del castrismo, ni viceversa: uno de los grandes dramas de todos
los cubanos es vernos siempre en una realidad binaria, donde solamente
funcionan el 1 y el 0, y donde si no te ubicas en uno de los dos
extremos automáticamente quieren que te ubiques en el otro, olvidando
fácilmente las tantas veces que esos contrarios no solamente se acercan,
sino que hasta se abrazan.
No vendría mal, entonces, recapacitar
un poco más antes de soltar los perros de la guerra en estos temas.
Porque si Miami continúa pretendiendo vivir entre la espada y el ébola, y
de espaldas a la realidad, sus posibilidades de subsistir como
alternativa política en la tragedia cubana serán cada vez más limitadas.
Y algo así solamente le conviene a La Habana.
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