Carmen Muñoz
La misma escena se repetía cada noche, cuando Fidel Castro volvía a casa desde el Palacio de la Revolución. Dalia Soto del Valle,
su segunda mujer, era avisada por radio de la próxima llegada del
dictador cubano. Como una esposa devota, le esperaba en la escalinata,
se daban el beso de rutina y él le confiaba su arma personal, un
kalashnikov. La madre de cinco de sus nueve hijos conocidos llevaba el fusil de asalto con cuidado a su habitación, en la planta alta de la residencia habanera, conocida como Punto Cero.
Porque Fidel Castro duerme con su kalashnikov al alcance de la mano. Al
menos así era durante los 17 años en que el teniente coronel Juan Reinaldo Sánchezfue su guardaespaldas, entre 1977 y 1994, cuando formaba parte del primer anillo de la seguridad del líder de la revolución.
Otro fusil de asalto lo tenía a sus pies, en la parte trasera del mercedes blindado que le regaló Sadam Hussein,
incluso cuando lo acompañaban mandatarios extranjeros. Todos estos
detalles los revela uno de los guardaespaldas más leales que tuvo el
expresidente, hoy un anciano enfermo de 88 años, en su libro «La vida oculta de Fidel Castro» (Península), escrito junto al periodista francés Axel Gyldén.
Sánchez, exiliado en Miami desde 2008 tras soportar el peso de la
decepción, traición, cárcel, tortura y finalmente huida, llevaba
entonces la famosa «libreta» del comandante.
En ese cuaderno gris —hay orden de destruirlos todos en caso de caer el
régimen— apuntaba los detalles de la jornada: desde la hora en que
Castro se levantaba, qué desayunaba, el itinerario seguido, con quién se
reunía y los asuntos tratados, hasta las cosas más nimias, como la
añada de la botella de vino que acababa de descorchar o la pesca
conseguida en su paradisíaca isla de Cayo Piedra. En la «libreta» ha quedado reflejada la vida de lujo del líder comunista, oculta a los cubanos y al mundo, de la Juan Reinaldo Sánchez (La Habana, 1949) ha sido testigo directo.
«Operación cartucho»
El escolta también anotaba los encuentros extraconyugales de Castro en la «casa de Carbonell», en la zona residencial de Siboney.
«Apuntaba la hora de llegada y de salida. Entre paréntesis, solo dos
palabras: “operación cartucho”», explica durante una entrevista en
Madrid. Sin embargo, puntualiza que «el jefe», el «líder máximo» o «el monarca», como le llama en este libro plagado de anécdotas, «no es es el típico mujeriego cubano, que cambia constantemente de amante, pero podía tener dos o tres a la vez que le duraban años». En una etapa coincidieron la «tajante y autoritaria» Dalia, la célebre guerrillera Celia Sánchez y una azafata de nombre Gladys.
Afirma que Castro quiso tanto a Celia que no se casó con Dalia hasta
que murió su confidente. Más adelante cambió a Gladys por su traductora Juanita Vera, hoy coronel de Inteligencia, quien confesó a Juan Reinaldo que Fidel era el padre de su hijo Abel.
Cuentas cifradas
Sánchez también visitó las numerosas propiedades que el líder comunista tiene a lo largo de Cuba, «una isla que gestiona como si fuera una plantación del siglo XIX».
«Fidel posee más de una veintena de bienes inmuebles, empezando por
Punto Cero y su treintena de hectáreas al oeste de La Habana». Pero su
refugio favorito es Cayo Piedra, una isla próxima a bahía de Cochinos que descubrió tras la fallida invasión de 1961.
En este paraíso no se priva de nada: embarcadero, barcos, casa propia y
de invitados, delfinario, restaurante flotante, helipuerto, rampa de
lanzamiento de misiles...
A estas propiedades se suma la «reserva del comandante»:
«Cuentas bancarias cifradas fuera del país y almacenes de alimentos y
equipos que distribuye a su antojo». La venda en los ojos se le cayó al
fin a Sánchez cuando a través de un micrófono («en Cuba se graba todo») oyó una conversación en la que Fidel Castro «dirigía operaciones de narcotráfico como si fuera el Padrino».
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