De izquierda a derecha, Carlos Aldana, Tony de la Guardia, Raúl Castro y Norberto Fuentes, en el estudio del escritor un año antes de los fusilamientos. |
"Me llevaré a la tumba la conversación de Fidel Castro con Tony de la Guardia". Carlos Aldana
le contaba a un amigo del Partido Comunista de Cuba que acompañó a
Fidel Castro cuando fue a hablar con Antonio de la Guardia en su celda.
En las grabaciones de esa conversación y de las reuniones de Raúl Castro
con Arnaldo Ochoa están las claves de los fusilamientos que serán
decisivos en la valoración histórica de Fidel Castro. Es la tiñosa de Fidel.Lo que en cubano significa la complicación que no sabes cómo quitarte de encima.
Cuando el 13 de julio se dispute en Maracaná la final del Campeonato Mundial de Fútbol de Brasil, en Cuba se cumplirán 25 años del fusilamiento, en las afueras de La Habana, del general Arnaldo Ochoa y del coronel Antonio de la Guardia, condenados por narcotráfico y traición a la patria.
La versión oficial publicada por el gobierno de Cuba establece que un grupo de oficiales del Ministerio del Interior, dirigidos por Tony de la Guardia, organizó quince operaciones de narcotráfico, entre enero de 1987 y abril de 1989, para introducir en Estados Unidos, pasando por la isla, seis toneladas de cocaína del Cártel de Medellín, cobrando tres millones y medio de dólares por su colaboración. El general Ochoa habría intentado, sin conseguirlo, una asociación personal y directa con Pablo Escobar.
La traición a la patria se producía porque los fusilados habían puesto en las manos de la Administración Bush la posibilidad de acusar al gobierno de Cuba por su supuesta responsabilidad en el narcotráfico, pudiendo justificar así cualquier agresión. Estaban infiltrados por la DEA y por la CIA los contactos de los oficiales cubanos con el Cártel de Medellín y los lancheros que llevaban a Miami la cocaína transportada en aviones desde Colombia a Varadero.
La solidaridad incondicional considera que Fidel Castro fue traicionado por los que en el Ministerio del Interior estaban encargados de las operaciones secretas para romper el bloqueo y abastecer a Cuba de tecnología procedente de Estados Unidos. Los que acusan al Comandante dicen que fusiló a los que cumplían sus órdenes para ocultar así su responsabilidad en el narcotráfico.
Veinticinco años después se repiten las tres preguntas fundamentales. ¿Era posible organizar operaciones de narcotráfico a través de Cuba sin la autorización de Fidel Castro? ¿Podía arriesgarse el Comandante en operaciones que Estados Unidos detectaría con facilidad y que le daban a Washington el argumento definitivo para atacar a la isla?¿Por qué la Administración Bush no aprovechó la oportunidad? ¿Por qué fusilaron también a Ochoa?
Carlos Aldana era entonces el jefe del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba. Considerado incluso el número tres, después de los hermanos Castro. Ha confirmado que Fidel Castro habló durante tres horas con Tony de la Guardia en su celda. Pero dice que se llevará esa conversación a la tumba. Ileana, la hija de Tony de la Guardia, ahora en el exilio, asegura que el Comandante traicionó a su padre porque le prometió que no sería fusilado si asumía toda la responsabilidad del narcotráfico. Fidel Castro no habló con Arnaldo Ochoa, el general con más prestigio en las Fuerzas Armadas de Cuba. Se lo encargó a su hermano Raúl con instrucciones muy precisas, como él mismo ha reconocido. Buscando en los dos libros publicados por el gobierno de Cuba con su versión oficial, se encuentran las palabras de Fidel Castro que confirman el fracaso de la presión sobre Ochoa: “No coopera, no quiso asumir toda la responsabilidad”. Lo dijo en la sesión del Consejo de Estado que confirmó por unanimidad las penas de muerte.
Permanece desde entonces la sensación de que incluir a Ochoa en aquel juicio pudo ser una operación preventiva contra un general con mucha autoridad entre los militares, considerado simpatizante de la perestroika y que reclamaba reformas como las que ahora está realizando Raúl Castro.
Después de los fusilamientos fue destituido José Abrantes, ministro del Interior, por negligencia al no haber detectado el narcotráfico. Murió en prisión. Si el ministro del Interior tuvo responsabilidad al no controlar a sus subordinados, ¿no se debía aplicar el mismo razonamiento al ministro de las Fuerzas Armadas, Raúl Castro, por la supuesta traición del general Ochoa?
La gran paradoja de aquel escenario es que, mientras desde Washington se acusaba a Cuba, en el Senado de Estados Unidos se confirmaba que la Administración Reagan había financiado a los contras antisandinistas con los beneficios de una red de narcotraficantes bolivianos, colombianos y mexicanos que introducían la cocaína en territorio norteamericano con aviones de la CIA.
Cuando el 13 de julio se dispute en Maracaná la final del Campeonato Mundial de Fútbol de Brasil, en Cuba se cumplirán 25 años del fusilamiento, en las afueras de La Habana, del general Arnaldo Ochoa y del coronel Antonio de la Guardia, condenados por narcotráfico y traición a la patria.
La versión oficial publicada por el gobierno de Cuba establece que un grupo de oficiales del Ministerio del Interior, dirigidos por Tony de la Guardia, organizó quince operaciones de narcotráfico, entre enero de 1987 y abril de 1989, para introducir en Estados Unidos, pasando por la isla, seis toneladas de cocaína del Cártel de Medellín, cobrando tres millones y medio de dólares por su colaboración. El general Ochoa habría intentado, sin conseguirlo, una asociación personal y directa con Pablo Escobar.
La traición a la patria se producía porque los fusilados habían puesto en las manos de la Administración Bush la posibilidad de acusar al gobierno de Cuba por su supuesta responsabilidad en el narcotráfico, pudiendo justificar así cualquier agresión. Estaban infiltrados por la DEA y por la CIA los contactos de los oficiales cubanos con el Cártel de Medellín y los lancheros que llevaban a Miami la cocaína transportada en aviones desde Colombia a Varadero.
La solidaridad incondicional considera que Fidel Castro fue traicionado por los que en el Ministerio del Interior estaban encargados de las operaciones secretas para romper el bloqueo y abastecer a Cuba de tecnología procedente de Estados Unidos. Los que acusan al Comandante dicen que fusiló a los que cumplían sus órdenes para ocultar así su responsabilidad en el narcotráfico.
Veinticinco años después se repiten las tres preguntas fundamentales. ¿Era posible organizar operaciones de narcotráfico a través de Cuba sin la autorización de Fidel Castro? ¿Podía arriesgarse el Comandante en operaciones que Estados Unidos detectaría con facilidad y que le daban a Washington el argumento definitivo para atacar a la isla?¿Por qué la Administración Bush no aprovechó la oportunidad? ¿Por qué fusilaron también a Ochoa?
Carlos Aldana era entonces el jefe del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba. Considerado incluso el número tres, después de los hermanos Castro. Ha confirmado que Fidel Castro habló durante tres horas con Tony de la Guardia en su celda. Pero dice que se llevará esa conversación a la tumba. Ileana, la hija de Tony de la Guardia, ahora en el exilio, asegura que el Comandante traicionó a su padre porque le prometió que no sería fusilado si asumía toda la responsabilidad del narcotráfico. Fidel Castro no habló con Arnaldo Ochoa, el general con más prestigio en las Fuerzas Armadas de Cuba. Se lo encargó a su hermano Raúl con instrucciones muy precisas, como él mismo ha reconocido. Buscando en los dos libros publicados por el gobierno de Cuba con su versión oficial, se encuentran las palabras de Fidel Castro que confirman el fracaso de la presión sobre Ochoa: “No coopera, no quiso asumir toda la responsabilidad”. Lo dijo en la sesión del Consejo de Estado que confirmó por unanimidad las penas de muerte.
Permanece desde entonces la sensación de que incluir a Ochoa en aquel juicio pudo ser una operación preventiva contra un general con mucha autoridad entre los militares, considerado simpatizante de la perestroika y que reclamaba reformas como las que ahora está realizando Raúl Castro.
Después de los fusilamientos fue destituido José Abrantes, ministro del Interior, por negligencia al no haber detectado el narcotráfico. Murió en prisión. Si el ministro del Interior tuvo responsabilidad al no controlar a sus subordinados, ¿no se debía aplicar el mismo razonamiento al ministro de las Fuerzas Armadas, Raúl Castro, por la supuesta traición del general Ochoa?
La gran paradoja de aquel escenario es que, mientras desde Washington se acusaba a Cuba, en el Senado de Estados Unidos se confirmaba que la Administración Reagan había financiado a los contras antisandinistas con los beneficios de una red de narcotraficantes bolivianos, colombianos y mexicanos que introducían la cocaína en territorio norteamericano con aviones de la CIA.
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