A las 6:22 de la tarde del 31 de julio del año 2006 Fidel Castro hizo seis “Delego con carácter provisional mis funciones como…” que
mostraron el inicio de un traspaso de poder hacia Raúl Castro que se
consumó el 24 de febrero de 2008, con la proclamación oficial de este
como Presidente de Cuba por la sesión constitutiva de la VII Legislatura
de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
En su discurso de aceptación ese mismo día, entre llamados a la
“unidad” y al respeto de la “institucionalidad”, Raúl Castro apostaba
por iniciar un proceso de “desregulación” que comúnmente hemos llamado,
por economía del lenguaje, “reformas raulistas”.
Un proceso “desregulador” bismarkiano, lanzado desde arriba como
programa de gobierno, podía interpretarse justificadamente como un
proceso de “cambios en Cuba” desde cualquiera de las definiciones de
partida que se tuviera del fidelismo: Dictadura, sistema totalitario,
democracia atípica, tiranía, comunismo, caudillismo, etc.
El estrenado Presidente Raúl Castro dijo entonces frases como “En diciembre hablé del exceso de prohibiciones y regulaciones, y en las próximas semanas comenzaremos a eliminar las más sencillas.” Curiosamente, como texto, es una reivindicación de “derecha” que puede suscribir el Tea Party.
Por supuesto, los anuncios de cambios y la posibilidad de reformas
desreguladoras no dejaron de despertar recelos y escepticismo, ya que el
propio Raúl Castro insertaba en sus anuncios frases desalentadoras como
esta: “La supresión de otras regulaciones, aunque a algunos pueda
parecer sencillo, tomará más tiempo debido a que requieren un estudio
integral y cambios en determinadas normativas jurídicas, además de que
influyen en algunas de ellas las medidas establecidas contra nuestro
país por las sucesivas administraciones norteamericanas.”
Más que sobre la liberalización de la economía, hubo sospechas sobre la reforma migratoria,
que efectivamente fue más tardía. En fin de cuenta la introducción del
capitalismo en un contexto comunista tenía antecedentes en la historia
del bolchevismo en el poder y de la propia Revolución Cubana; donde
constaba, con mucha certeza, que podía ser reversible.
En el 2008 la campaña crítica hacia las llamadas reformas o cambios
en Cuba estuvo dirigida, creo que correctamente, a crear dudas sobre la
capacidad e incluso la honestidad de Raúl Castro acerca de dichas
reformas. Sirvió para eso el levantamiento del pasado radical del
hermano menor, a quien se considera el verdadero anti-capitalista,
antinorteamericano y comunista del Movimiento 26 de Julio. ¿Cómo iba a
ser Raúl Castro, precisamente él, quien avalara un proceso de
acumulación originaria del capital en el Primer Territorio Libre de
América? (Es los dos sentidos del título).
Se trataba de una situación de libro de texto: Raúl Castro estaría
impedido por definición de hacer reformas y permitir la acumulación de
bienes entre una parte de la población, porque eso sería una bomba de
tiempo contra el comunismo austero. El que empieza ganando mil dólares
quiere ganar 10 mil, luego cien mil y más tarde millones. Y un
millonario en una sociedad comunista es el más contundente de los
disensos.
Ahí están todavía a mano, en la memoria, los “viejos” pero cercanos
proyectos de creación y estímulo de micro empresas y micro créditos para
quitar “pausa” y revertir la reforma raulista contra sus propios
gestores.
Sin embargo, al cabo de más de seis años hemos podido asistir al
parto y exhibición en sociedad de un sector empresarial relativamente
exitoso (en términos cubanos). Un grupo “proto clasista” que acumula
inmuebles, viaja por el mundo, colecciona arte, abre cuentas bancarias,
rueda autos o carros cómodos, cena fuera de casa varias veces a la
semana, conoce y bebe vinos de marca, practica deportes exóticos, etc.
No sería exacto calificarles como kiosqueros, timbiricheros o
meroliqueros. Son propietarios de medios de producción y servicios (el
capital lo hacen básicamente en la esfera de la circulación) y
empleadores de mano de obra. Lo mismo camareros, choferes, mucamas, que
informáticos recién graduados en la UCI.
Pero ese sector empresarial exitoso, “triunfador” en el escenario de
las reformas raulistas, no ha evolucionado políticamente según lo
previsto. Lejos de ser un grupo tendiente a socavar los pilares de la
sociedad comunista, su misma racionalidad económica lo ha llevado a
concluir que en vez de contestar el status quo, es preferible adaptarse a
él.
No busca desplazar al funcionario comunista, sino establecer relaciones y pactos con él.
A diferencia de los magnates de Boris Eltsin que pretendieron hacerse
con el poder político del Partido; el empresario de las reformas
raulistas se conforma con que el funcionariado le ampare.
Aunque se les ha visto desfilar en la Plaza de la Revolución el 1ro
de Mayo, un ejemplo más reciente lo da el periodista Antonio Raúl Oliva
Leyva en un artículo publicado el jueves 3 de julio (2014) en Periódico 26.
Resulta que los “portadores de capitalismo” del negocio de la renta
de inmueble en Las Tunas, lejos de conspirar contra el establishment
comunista, participan en plenos de la CTC, se sindicalizan y hasta
intercambian regularmente con el Secretario Provincial del Partido
Comunista.
¿Qué consiguen a cambio? Uno de los entrevistados por Periódico 26 lo dice claramente: “se han eliminado conflictos con Vivienda e Inmigración”.
Ojo con la precisión de este singular pragmatismo: “Vivienda” e
“Inmigración”, las dos oficinas esenciales para quien desea desarrollar
un negocio de hotelería o renta habitacional en Cuba.
En resumen: Todo parece indicar que el nuevo empresario cubano,
emergente de las reformas raulistas, no va a contribuir de momento a la
consumación de un cambio de régimen en la isla.
¿Significa esto que la introducción de formas de capitalismo en Cuba
no generó al sujeto o actor que potencialmente pueda servir para
cargarse a la Revolución Cubana, al “continuismo”, el castrismo o como
se le quiera llamar?
De ningún modo. Ese sujeto de cambio de régimen está efectivamente en
la empresa capitalista emergente… Solo que no se trata del dueño, del
pequeño o mediano empresario-propietario, sino de sus empleados o sus
desahuciados.
Es decir, el sujeto de cambio de régimen que aporta la reforma
raulista no es el “triunfador” sino la “víctima” de la reforma, el
“escachao”, el desplazado en la competencia o desactivado por el gardeo fiscal de la ONAT.
Por eso no es raro encontrar que los mismos defensores del naciente
empresario capitalista cubano de hace seis años, se reciclen ahora como
defensores de la mayoría menos beneficiada; o perjudicada. De “los
pobres”, que es el socionazgo que erotiza a la retórica cubana.
Este proceso obliga a un ajuste propagandístico en la definición del rol de Raúl Castro dentro de su propia reforma. Si
Raúl Castro fue vendido hace 6 años como el enemigo de la clase
empresarial capitalista emergente en Cuba, ahora deberá ser redefinido
como su cómplice.
Es decir: Habría que trabajar la imagen de Raúl Castro y el “nuevo
rico” cubano como los grandes explotadores, e intentar tirarle “las
masas” encima.
¿Puede esto tumbar o cambiar el régimen castrista? No necesariamente.
Pero sin dudas podría provocar el vuelo de eso que el empresario Carlos
Saladrigas llamó en su conferencia
del 28 de junio (2014) en FIU los “cisnes negros”: unos acontecimientos
incontrolados, que precipiten una serie de efectos que puedan conducir
(al costo que sea) al objetivo deseado.
EXCURSO sobre la Iglesia Católica:
Ha transcurrido un lustro. Los estudiantes de cursillos de economía y
administración de negocios promovidos por el Centro Cultural Félix
Varela de la Arquidiócesis de La Habana, por la Universidad de Murcia,
la Universidad de La Habana, etc., se han graduado. Supongamos que no
solo se han graduado, sino que hasta han triunfado en los negocios que
ellos mismos han creado o asesorado.
Como señalé anteriormente, ese éxito lejos de provocar un “cambiazo”
en la estructura de poder en Cuba la ha consolidado. Digo “cambiazo”
porque otros cambios de menor nivel y expectativa, efectivamente se han
producido.
No caben dudas que los invitados de la Arquidiócesis de La Habana con el pretexto del “grupo para-editorial” Espacio Laical
jugaron un papel en todo este proceso. Un proceso que dio lo que podía
dar y ahora cierra. La Iglesia Católica estaba condenada a realizar la
misma apreciación que la gran mayoría de los observadores. Fue
elitista, pensó que los empresarios capitalistas eran el elemento
democratizador o aperturista de la política cubana, cuando en verdad se
trataba del trabajador de fila y el “lumpen” asociado a la nueva
economía de mercado.
La Iglesia Católica, que durante casi una década apostó por
contribuir a los cambios en Cuba a través de académicos, escritores,
disidentes de lujo, empresarios cubanoamericanos, etc., sabe que ahora
el proceso es más de base, más humilde y popular. Ya no necesita laicos
sacando Maestrías y Doctorados sino activistas sensibles en los barrios,
en los campos, en las ciudadelas de oriente. Su desvelo dejan de ser
los viajes a Cuba para ocuparse mejor de las viejas en Cuba.
El llamado “truene” a los antiguos comisionados de Espacio Laical no fue obra de Caridad Diego, de José Ramón Balaguer, o del Cardenal: Fue un menester de la época histórica.
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