Llámeseles mendigos, vagabundos, "sin techo"…, personas cuyo fin en
la vida no es otro que subsistir, sin planes ni objetivos, robarle a la
muerte cada minuto.
Gente así existe en todo el mundo, en Cuba, en Santa Clara. Mendigos
que piden "un pesito" para un cigarro, un café o un trago. Que piden
dada la paupérrima situación económica que padecen. Aunque algunos crean
lo contrario.
La ciudad de los muchos nombres deja de ser hoy la ciudad del Che, de Marta Abreu o del Papa; deja incluso de ser la ciudad gay, la trovadicta, la del rock, o la casa del mejor equipo beisbolero del país, para convertirse en la ciudad de los mendigos.
"Deambulantes", les llama el Gobierno para ocultar la imagen —nada
socialista— de que en Cuba exista la mendicidad, así como existen otras
artimañas, triquiñuelas y corrupciones nada revolucionarias. Les llaman
"deambulantes" y con ello resuelven el problema.
"La prensa oficial —comenta una periodista— trata poco o nada el
tema. Y cuando lo hace culpa a las familias, pero olvida las causas
económicas. No menciona los bajos retiros que reciben los jubilados, por
ejemplo, ni los bajos salarios de las familias".
Los mendigos cubanos tienen acceso a comedores, cuya comida no será
la mejor, pero es comida. Y la salud pública, la poca que queda, sigue
siendo gratis. Pero un mendigo cubano carece de verdadero apoyo
gubernamental.
Algunos tienen casas. Otros se acomodan en portales, céspedes,
ruinas, en busca de un sueño nada reparador que les permita continuar su
desgraciada existencia. Algunos tienen familias. Otros, a nadie más que
aquellos funcionarios que debieran ocuparse de ellos.
Al menos 15 "deambulantes" contó este reportero en una sola jornada
tras "deambular" por el centro de la ciudad. Van con sus sacos, sus
bolsas, sus arapos. Cargan su pobreza, y de paso, piden "un pesito" para
"echar algo en el alma".
Marta llega pidiendo "un pesito, para ayudar a mi hijo". Entre
lágrimas de vergüenza cuenta como, tras 21 años de secretaria y
telefonista en una industria local, su director la despidió por
intereses personales, y con esto se le negó la jubilación.
"Mocho é escoba" está rotundamente loco y afirma ser hijo de Fidel
Castro. Mocho é escoba, quien no tiene una camisa ni zapatos sanos, se
queja de que el Gobierno lo ha olvidado a él, "un revolucionario
acérrimo".
"El Chacha", por su parte, era un mendigo cuya obsesión era limpiar
la ciudad. No pedía si no le daban, y entonces, cual versión mulata del
Caballero de París, agradecía con un inconexo discurso lleno de los
peces y mariposas que surcaban su mente.
Marta, Mocho é escoba y el Chacha son "deambulantes" para el
Gobierno, mendigos para "la gente de bien", y parte de "la fauna", para
la ciudad. Marta, Mocho é escoba y el Chacha solo piden algo más que "un
pesito". Apoyo, comprensión, respeto.
Según un artículo publicado por el periódico oficialista Vanguardia,
"en la provincia de Villa Clara —que ostenta los mayores índices de
envejecimiento a nivel nacional— los 'deambulantes' de la tercera edad
conforman la mayor parte de este 'sindicato'".
Tal artículo esgrime que "el Estado cubano no puede ocupar el puesto
de nodriza […] por los excesivos gastos en instituciones presupuestadas y
la carencia de capacidades". Cabe preguntarse entonces por los
excesivos gastos en otras instituciones presupuestadas.
Policías, inspectores y "gente de bien" que abusa de unos casi
"compañeros" de los "deambulantes": los viejitos que venden cosas bolsas
plásticas, lapiceros, tabacos y chucherías para sobrevivir.
Los mendigos de Santa Clara, cada vez más numerosos, seguirán siendo
mendigos aunque las autoridades se empeñen en llamarles "deambulantes".
Seguirán pidiendo "un pesito" para "echar algo en el alma".
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