Manuel Fraga y Fidel Castro preparan una queimada en Láncara (Lugo)/ Xurxo Lobato
Tras el fallecimiento de Franco, el corresponsal de la Agencia Efe
en La Habana envió un despacho del que se hicieron eco algunos de los
más prestigiosos periódicos del mundo y que decía lo siguiente: “Pocas
horas después de conocerse la muerte del general Franco,
el Gobierno revolucionario de Cuba decretó luto oficial por tres días.
Desde el jueves las banderas ondean a media asta en todo el territorio
cubano. El Presidente de la República, doctor Osvaldo Dorticós, ha
enviado un mensaje de condolencia al presidente del Gobierno español,
Carlos Arias Navarro (…)”. Cuando se lee esto da la impresión de que o
no se ha entendido bien o hay una errata en el texto. No es así. La Cuba
de Fidel Castro homenajeó al dictador como ningún otro
país hizo, si bien quiso mantener la comunicación del decreto en
niveles privados para quedar bien con España y evitar, a la vez, un
escándalo internacional. Este gesto adquirió con el tiempo aún mayor
relieve pues al año siguiente murió Mao Tse Tung y el Gobierno de Cuba no tuvo el mismo detalle con el líder comunista chino. Se trataba del último capítulo de una peculiar y chocante relación de dos dictadores
en las antípodas ideológicas que decidieron actuar con un ‘subterráneo’
pragmatismo y una complicidad que ha generado un enorme interés entre
historiadores y politólogos.
Desde 1959 los acontecimientos fueron forjando un mutuo respeto que
acabó llegando a la admiración. El vínculo común a Galicia fue un factor
que favoreció esa aproximación. Franco creció, al igual que los
militares de su generación, con un sentimiento antiamericano que venía
de la derrota contra EE UU en Cuba en 1898. En palabras del propio
Fidel, recogidas en Biografía a dos voces de Ignacio Ramonet
(Debate), “Franco tiene que haber crecido y haberse educado con aquella
amarga experiencia (…). Y lo que hizo la Revolución Cubana, a partir de
1959, resistiendo a Estados Unidos, rebelándose contra el imperio y
derrotándolo en Girón, puede haber sido visto por él
como una forma de revancha histórica de España. En definitiva, los
cubanos, en la forma en que hemos sabido enfrentarnos a Estados Unidos y
resistir sus agresiones, hemos reivindicado el sentimiento y el honor
de los españoles.” El ‘centinela de Occidente’ intuía que a Castro, en
su enfrentamiento con el imperialismo americano, no le movía únicamente
la ideología marxista sino que el factor nacionalista y patriótico
llegaba a ser incluso más importante. Historiadores como Joaquim Roy (La siempre fiel: Un siglo de relaciones hispanocubanas (1898-1998), Ed.
Los Libros de la Catarata) constatan que Franco reclamó informes a sus
colaboradores para conocer más a fondo a Castro y otros comunistas
célebres como Ho Chi Minh, a causa de la fascinación que despertaban en él.
Castro no desperdició ocasión alguna para criticar en público al
régimen franquista, pero no a Franco. Recibió repetidas veces a los
dirigentes comunistas españoles en La Habana, haciendo públicos elogios a
Dolores Ibárruri, Pasionaria, y se rodeó de militares prestigiosos del ejército republicano como Enrique Líster y Alberto Bayo, instructor del grupo de revolucionarios cubanos que se entrenaron en México antes de embarcarse en el Granma.
La infancia y juventud de Fidel aportan información en lo que se
refiere a la singular relación de los dos dictadores. Hijo de Ángel Castro, un acaudalado terrateniente gallego nacido en Láncara
(Lugo) que emigró a Cuba en 1905, se formó principalmente en escuelas
jesuitas de Santiago de Cuba. Sus profesores fueron religiosos españoles
partidarios firmes sin excepción de Franco en la Guerra Civil española.
En casa el joven Fidel también fue testigo de cómo su padre, persona
influyente de su comunidad, se manifestaba sin ambages a favor de su
paisano de Ferrol.
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Efectivamente, Cuba y España superaron la crisis y no rompieron. Se
impuso el pragmatismo y las relaciones se mantuvieron desde ese momento
al nivel de encargado de negocios, mientras un Franco enfadado con su
embajador, decidió lavar los trapos sucios en casa discretamente. Como
él mismo afirma en Mis conversaciones privadas con Franco (Planeta), de su primo Francisco Franco Salgado-Araújo,
“El acto de Lojendio puede significar que el presidente Castro, que
está en plan comunista, no sólo rompa sus relaciones con España sino que
reconozca al gobierno rojo en el exilio, (…)“. Lojendio, tras un
período de inactividad, fue destinado a un puesto diplomático de segunda
categoría en Berna.
La relación hispano-cubana se ve afectada por la entrada en escena
de otro actor protagonista. Estados Unidos ve peligrar sus intereses en
una zona en la que no tiene costumbre de convencer a sus oponentes con
persuasión sino con el palo. La reforma agraria cubana y las expropiaciones a empresas y particulares norteamericanos son respondidas con la ruptura de relaciones diplomáticas y el inicio del famoso embargo económico
en el otoño de 1960, que en febrero de 1962 es casi total. Una mayoría
de países latinoamericanos rompe relaciones con Cuba y la Europa aliada
de EE UU cierra sus puertas a la economía de la isla. La URSS
y el bloque comunista acuden veloces a la voz de socorro de Fidel, pero
ese embargo va a hacer agua también por otro punto que es España. Poco
después de que el presidente Eisenhower de un
espaldarazo a Franco con su visita oficial a Madrid, en 1960 se firma un
acuerdo comercial entre España y Cuba, que será renovado e implementado
en años posteriores.
El Gobierno norteamericano contempla estupefacto la política exterior
española que no participa de las represalias contra Cuba y teme que
tenga un efecto de contagio al resto de países hispanoamericanos. Solo
los momentos de tensión de la crisis de los misiles, en
octubre de 1962, detienen el intercambio comercial entre españoles y
cubanos, de unas dimensiones opinables pero que tienen un valor moral
inestimable para la Cuba asediada por Estados Unidos. Las líneas aéreas
de Iberia mantienen a La Habana conectada con Europa, a
los niños cubanos no les faltan juguetes españoles y el turrón de
Jijona por Navidad o los autobuses Pegaso en las carreteras cubanas son
la muestra de la buena voluntad del Gobierno de Franco.
Ernesto 'Che' Guevara asiste a una corrida de toros en Madrid en 1959. / Hermes Pato
Estados Unidos blandió la amenaza del fin de las ayudas económicas a
España para que abandonase su postura pero la renegociación de las bases
americanas en suelo español en 1963 aparcó la medida. Estados Unidos
acabará aceptando la posición española pero el tráfico marítimo se ve
afectado por la tensión internacional en el Caribe. Los exiliados
cubanos estaban muy enfadados con la política de Franco y grupos
anticastristas, pertrechados por la CIA, atacaron en ocasiones a los
buques españoles. En septiembre de 1964, el Sierra Aránzazu
sufrió el ataque de lanchas anticastristas que descargaron 1.500 balas
sobre el mercante, causando la muerte a tres marinos y heridas a seis.
Estados Unidos negó cualquier implicación pero la diplomacia española
logró que a partir de ese momento los buques españoles fuesen escoltados
por la marina de guerra americana.
El Gobierno de Estados Unidos intentó sacar partido de la negativa
de Franco a participar en el embargo a Cuba y pensó en utilizar la
cercanía de ambas dictaduras para establecer un canal de comunicación
secreto con La Habana. Franco aceptó la tarea de mediación y tras la
captura y muerte de Ernesto ‘Che’ Guevara en Bolivia en 1967, se creyó por parte americana que había llegado la ocasión propicia. La paradoja que ha envuelto la relación de los dos gallegos, el
que fue héroe mítico de los revolucionarios del mundo y el feroz
anticomunista,dio lugar a que Adolfo Martín Gamero, el diplomático
español encargado de esa labor de mediación, viviese un episodio
insólito y que narra Norberto Fuentes, biógrafo de
Fidel. El diplomático fue recibido en Cuba por los hermanos Castro, que
le llevaron de viaje por la isla. Cuando visitaron su casa familiar en Birán,
cuál no sería la sorpresa del enviado español cuando en el dormitorio
del padre de Fidel vio un telescopio y… ¡una foto de Franco sobre la
mesilla de noche, que allí estaba desde siempre!
La normalidad de las relaciones entre ambos países fue plena desde 1974 en que se produjo el intercambio de embajadores.
En 1992 Fidel realizó un viaje oficial a España y a Galicia donde pudo
visitar la casa de su padre en Láncara y a sus parientes, acompañado del
otrora franquista Manuel Fraga, otro gallego con conexión cubana en su niñez. EL PAÍS entrevistó en 1985 a Castro que hizo estas concluyentes declaraciones:
"Franco no se portó mal, hay que reconocerlo. Pese a las presiones que
tuvo, no rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con nosotros.
No tocar a Cuba fue su frase terminante. El gallego supo habérselas. Que
se portó bien, caramba".
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