Sin discursos, flores, velorios, esquelas ni epitafios, Raúl Castro
ordenó el entierro de la “Ofensiva Revolucionaria” que su hermano
desató, con su complicidad, una noche de delirio el 13 de marzo de 1968.
El
absurdo pretexto de aquel aquelarre confiscatorio fue “poner fin a toda
actividad parasitaria que subsista en la Revolución”, acusando a los
pequeños propietarios de parásitos y fuentes de contrarrevolución. Se
confiscaron 11.878 bodegas; 8.101 restaurantes, fondas, cafeterías y
puestos de fritas; 6.653 lavanderías, 4.544 talleres de mecánica
automotriz, 3.643 barberías, 3.345 carpinterías, 3.198 bares, 3.130
carnicerías, 1.598 artesanías, 1.188 reparadoras de calzado, y así hasta
55.636 pequeños negocios. Fidel Castro dijo: “¡…no se hizo una
revolución aquí para establecer el derecho al comercio! (…) ¿Cuándo
acabarán de entender que esta es la Revolución de los socialistas, que
esta es la Revolución de los comunistas?”
Se utilizó un “estudio”
realizado por el Partido Comunista para justificar la confiscación
masiva, que recomendaba, entre otras muchas cosas, eliminar los
expendios de alimentos, “garantizando al pueblo mediante el Poder Local y
el INIT el establecimiento de alimentos similares con una mayor calidad
e higiene”.
Cualquiera que haya experimentado en Cuba la calidad e
higiene de los establecimientos estatales que venden productos
alimenticios, o el pésimo servicio al público en cualquier actividad
estatal, desde bodegas a taxis, pasando por talleres de reparación de
autos, hoteles, carnicerías o reparación de zapatos, habrá podido
comprobar lo absurdo de aquel “estudio”. Y no solo en tiempos del
“Período Especial”, sino desde el inicio mismo de aquella ofensiva
realmente contrarrevolucionaria lanzada por Fidel Castro.
Ahora,
tras 46 años de fracaso, con el agua al cuello, las arcas vacías,
inversionistas que no aparecen, incumplimiento de planes, caída de la
producción de alimentos y muchas actividades industriales, y una deuda
externa desgarrante, se pretende revertir la barbarie como si nunca
hubiera existido y sin disculparse con los cubanos por las miserias a
que fueran sometidos por tal irresponsabilidad: la gerontocracia cubana
no tiene memoria ni espíritu autocrítico, faltas que pudieran tolerarse a
octogenarios… si no fueran los dirigentes de un país.
La noticia se escurrió de contrabando en medio de la información sobre un Consejo de Ministros ampliado donde primó la neolingua
neocastrista y el eufemismo, con engendros tales como “inejecuciones”
(¿palabra tal vez aceptada en el diccionario de la academia de los aserequevolá?),
o frases como “no siempre se actúa con espíritu crítico y autocrítico
por parte de quienes tienen la responsabilidad de fiscalizar y
supervisar el trabajo de sus subordinados”. O sea, que los jefes no
hacen su trabajo.
El jefe de la Comisión Permanente para la
Implementación y Desarrollo de los Acuerdos del Sexto Congreso del
Partido, miembro del Buró Político y vicepresidente del Consejo de
Ministros (¡más títulos que autoridad!) dijo, con otras palabras, que
las empresas estatales en esos sectores no sirven para nada: “Las
unidades que hasta el momento se han incorporado a las formas no
estatales de gestión han obtenido resultados favorables; los
trabajadores incrementaron sus ingresos; se han reanimado los locales;
se ampliaron los horarios de servicios, al tiempo que se han acrecentado
los precios de venta a la población, en correspondencia con el aumento
de la calidad y variedad de las ofertas”.
Es decir, lograron en
poco tiempo lo que el mencionado “estudio” del Partido ofrecía en 1968 y
nunca realizó. Sin la presencia de núcleos del Partido o la Juventud
Comunista ni bonzos sindicales oficialistas. Y sin que Barack Obama
tuviera que flexibilizar el embargo para fortalecer la sociedad civil
cubana.
A un nivel digno del descubrimiento del agua tibia o los
estudios sobre la inmortalidad del cangrejo, el Consejo de Ministros
decidió que “los establecimientos que prestan servicios gastronómicos,
personales y técnicos, como norma, serán gestionados a través de formas
no estatales”.
Quienes se apresuraron a lanzar la noticia fuera de
Cuba dijeron que se iban a “privatizar” esos establecimientos,
olvidando que cuando el régimen dice “formas no estatales” se refiere a
cooperativas o cuentapropistas, no a empresas privadas. Lo que quedó
claro en la información divulgada: “Se mantendrá la propiedad estatal
sobre los principales medios de producción. En tanto, los equipos,
medios, útiles y herramientas se arrendarán o venderán”. De
privatización, nada.
Y para colmo de herejías, dice el periódico Granma
que “Los precios en estos lugares serán establecidos de acuerdo con la
oferta y la demanda, a excepción de los que se decidan centralmente”.
¡Ay, espíritu del Che, ven y mira esto!
Aquel 13 de marzo de 1968 Fidel Castro preguntaba: “¿Vamos a hacer socialismo o vamos a hacer timbiriches?”.
Hoy, la respuesta es obvia: cada vez hay menos socialismo.
Y el “timbiriche” ha demostrado ser más eficiente que el socialismo castrista.
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