martes, mayo 27, 2014

Los Castro ríen para sus adentros

Alexis Jardines
Quisiera expresar mi opinión sobre este controversial tema de la carta a Obama porque tres de mis amigos más queridos se han involucrado en una sucesión bien interesante. El que abrió la caja de Pandora fue Rafael Rojas, seguido de una lúcida y contundente respuesta de Antonio Rodiles en forma de entrevista, para terminar nada menos que con Carlos Alberto Montaner. Tres figuras de primera línea que Cuba necesita hoy más que nunca.
El tema explícito de esa carta es la sociedad civil. Sin embargo, me da la impresión que los autores han echado mano a este concepto de forma tendenciosa, para enmascarar sus verdaderas intenciones de acercamiento al régimen y no de solución del problema cubano, el cual, sea dicho de una vez y por todas, es político.
Quienes desvían la atención al asunto económico están, a menudo sin saberlo, prestándole un servicio a los gobernantes de la Isla. No hay que olvidar que en los socialismos de Estado la miseria es artificialmente provocada.
En efecto, cualquier intento de pensar el tema de la transición a la democracia debe tomar como referencia obligada a la sociedad civil, pues salir de regímenes autoritarios es un acto correlativo a la liberación y expansión de esta última. El totalitarismo no es otra cosa que la consecuencia del secuestro y absorción total de las estructuras de la sociedad civil por parte del Estado, lo cual puede hacerse desde el Estado mismo (fascismo) o desde el Partido (nacionalsocialismo, estalinismo).
La Cuba castrista es una derivación del totalitarismo estalinista. Independientemente del virtual proceso de reformas emprendido por Raúl Castro, la esencia del sistema político cubano sigue siendo totalitaria. Y esto significa que el cuentapropismo, no importa si más o menos desarrollado, es parte de la lógica totalitaria castrista y, por consiguiente, está bajo el control del Estado-Partido. No se olvide que fue concebido en-y-por los Lineamientos con el propósito expreso de generar liquidez, de modo que el alcance de esta medida llegará hasta donde los jerarcas del Partido quieran.
Oxigenar la sociedad civil con dinero norteamericano a través de los cuentapropistas es una de esas ingenuidades en que han incurrido algunos miembros del exilio y del gobierno de los EE UU y que le han permitido a los Castro regentar la Isla por más de medio siglo. Las reformas fueron implementadas con el firme propósito de que no apareciera una clase de nuevos ricos, porque ricos los hay dentro de ese concepto de cuentapropistas, pero son los ricos de siempre. Lo otro es puro timbiriche.
Hace un par de años (en marzo de 2012) participé mediante un video en un programa de Estado de Sats sobre el intercambio académico Cuba-EEUU. Allí arriesgué la idea de concentrar la ayuda y el intercambio en los proyectos independientes de la sociedad civil, con el propósito de debilitar la institucionalidad. De esta manera ―decía― el fortalecimiento de la sociedad civil debía correr paralelo al paulatino debilitamiento de las instituciones del Estado.
Era mi solución al problema de prohibir o no los viajes y las remesas: hay que mantener el contacto, pero con la sociedad civil, no con las instituciones. De modo que una vez creadas las estructuras de la primera y agrietadas las segundas, los profesionales, artistas, intelectuales, académicos, etc., pudieran desplazarse poco a poco de estas a aquella.
Como los trabajadores por cuenta propia, afiliados al sindicato único y regulados por una licencia que solo el Estado otorga y retira a conveniencia, las ONG en Cuba son, paradójicamente, gubernamentales. Qué tipo de organización es, por ejemplo, la Fundación Antonio Núñez Jiménez? Teniendo en cuenta la peculiaridad de lo que el Estado cubano se empeña en vender a título de sociedad civil fue que propuse enfocar la colaboración en los proyectos independientes de todo tipo, pero que cumplieran la condición de ser opositores, disidentes o contestatarios en general. De parte de ellos recaería la obligación de buscar el financiamiento y apoyo que las fuerzas democráticas estarían en el deber de brindar.
La opinión del jefe adjunto de la Oficina de Intereses de EEUU en La Habana, que asistió al encuentro de Estado de Sats, fue que ellos (el Gobierno norteamericano) no podían controlar el intercambio y reducirlo a la sociedad civil, pero sí fomentarlo mediante los encuentros cara a cara, lo cual podría contribuir de algún modo al desarrollo de la misma. Sin embargo, 40 personalidades —en su mayoría exfuncionarios políticos y empresarios— se proponen hoy flexibilizar el embargo y redirigir el intercambio a una clase empresarial (emprendedores) tan virtual como las reformas de Raúl.
Tratar de influir en la política desde la economía y a través de la sociedad civil es un buen camino, solo que no para el caso cubano. En cambio, lo más importante para mí es que esa carta retomó la vía que hace dos años defendí como la más factible. Lamentablemente, la segunda parte de mi propuesta, relacionada con el debilitamiento de la institucionalidad, no se tomó en cuenta. Y es aquí donde viene a colación la pregunta de Carlos Alberto Montaner: ¿cómo se puede acelerar una transición a la democracia?
Al parecer, habría que ir a los extremos: levantar de plano el embargo o implementarlo de una buena vez con todo el rigor —como no se ha hecho hasta ahora― a menos que estemos dispuestos a dar la batalla en el término medio sin desnaturalizar el embargo. Esto último es justo lo que yo propongo. 
El embargo como antinomia
El tema del embargo es un desafío a la inteligencia. Al final uno no sabe si al Gobierno cubano le conviene o no el llamado bloqueo. En efecto, la asfixia económica podría resultar perjudicial para la clase política gobernante, pero el hecho es que aún se respira en Cuba. El contacto y la colaboración irían a engrosar las arcas del régimen, pero pudieran resultar beneficiosos en términos de pérdida del control totalitario y avances de las libertades fundamentales si la práctica masiva de créditos e inversiones pudiera sortear el control estatal.
Estamos ante lo que Kant llamara una antinomia, figura lógica en la que resultan válidas tanto la tesis como la antítesis. ¿Cómo habrán sembrado los Castro tal confusión entre sus opositores? Intentemos examinar el dilema.
El régimen se siente a gusto en situaciones de miseria generalizada (y, de ser posible, de amenaza exterior) donde es más efectivo y funcionan mejor sus estructuras verticales de ordeno y mando. Pero ello es solo la mitad de la verdad y, por consiguiente, tal situación no justifica el fin del embargo. No hay que apresurarse a extraer conclusiones precipitadas, pues la antítesis también es verdadera: si se flexibiliza el embargo el régimen supera la peor asfixia económica que haya experimentado en medio siglo y el momento más crítico con sus líderes históricos ya al pie de la tumba.
Nunca antes las condiciones habían sido tan propicias para que el embargo se hiciera sentir en toda su potencialidad. En aquellos años gloriosos para el régimen, cuando la Isla exportaba revoluciones bajo el amparo de una potencia extranjera, la palabra bloqueo desapareció del imaginario social del cubano. No fue hasta la llamada perestroika que se retomó, para ser reverdecida justo cuando Chávez y su bolivariana Venezuela comenzaron a dar síntomas de deterioro irreversible.
La vía de una superabundancia de inversiones de capital foráneo puede ser tentadora, pero poco realista. Mientras la clase política castrocomunista (incluyendo a la postcomunista) esté en el poder, esto no sucederá. Menos aún puede establecerse una relación directamente proporcional entre capitales y libertades para el caso cubano. Lo más probable es que las libertades sigan secuestradas también en condiciones de prosperidad económica.
Así, los Castro quieren que EEUU flexibilice el embargo y esto es una buena razón para que el Gobierno norteamericano no lo haga. Mas, ¿por qué si el régimen brega mejor en situaciones de ruina (comunismo de guerra) se afana en la flexibilización del embargo? ¿No es esto una contradicción? Para los Castro no lo es. La clave hay que buscarla en la palabra control.
Lo que le está vedado al Gobierno norteamericano —aparentemente por ser un gesto antidemocrático― lo harán los Castro, a saber: controlar el intercambio Cuba-EEUU. El punto está en el control del término medio: una inversión dosificada, fiscalizada por la cúpula gobernante, centralizada y distribuida de tal manera que redunde en su propia supervivencia y no en la expansión de la sociedad civil.
El Mariel es solo la punta del iceberg: zonas cerradas, aisladas de la vida del cubano de a pie y de la sociedad civil, que puedan permanecer bajo el control de la aristocracia partidista. Allí se les podrá brindar a los inversores toda la garantía jurídica que necesiten y sin duda sacarán buenos dividendos, mientras la mayoría indigente observa desde las gradas. De ese modo, cuando los 40 firmantes de la carta a Obama se percaten del error cometido, el régimen habrá acumulado oxígeno para 50 años más.
Quien crea que la flexibilización del embargo significará en Cuba una avalancha de capitales y libertades se equivoca de plano. No hay que perder de vista que estamos tratando con militares. Las tácticas y las estrategias están trazadas, ellos no improvisan. Al menos desde los Lineamientos, los Castro se vienen preparando para controlar el país en condiciones de postcomunismo. El intercambio será capitalizado por ellos y redirigido a sus objetivos totalitarios de contención de la sociedad civil y de las libertades fundamentales. La ansiada respuesta a la pregunta de si realmente el Gobierno cubano quiere o no el levantamiento del embargo es esta: quiere la flexibilización, pero no el levantamiento. De ahí la ambigüedad de la posición del régimen.
En resumen, no se puede caer en la trampa de fomentar el cuentapropismo haciendo abstracción del resto de la sociedad civil, sobre todo de los sectores contestatarios (excluidos a perpetuidad de las Zonas Especiales de Desarrollo Económico que acogerán a los futuros inversores). No se olvide que en la Cuba actual los "emprendedores" más exitosos son los familiares y allegados de los empresarios estatales, de la camarilla militar y de la cúpula partidista.
Mi opinión es que esos 40 firmantes de la carta, sin una liberación de las ataduras políticas ―no precisamente de las económicas― que mantienen constreñida a la sociedad civil, estarían negociando no con emprendedores, reales o imaginarios, sino con transmutados militantes del partido único.
De manera que hay que dar la batalla del punto medio sin desnaturalizar el embargo, lo que se traduce en implementar (recrudecer, según la terminología castrista) el  embargo en la misma medida que se potencia al máximo posible el contacto y el intercambio con todos los proyectos independientes de la sociedad civil, de los que no se excluye el cuentapropismo, pero tampoco se prioriza. La prioridad aquí es la libertad, no el capital. Si los cuentapropistas luchan por un sindicato independiente, entonces serán bienvenidos. Esta fue y seguirá siendo mi posición.
¿Flexibilizar el embargo? Los Castro ríen para sus adentros.

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