1ra parte >>
Dr. Eugenio Yáñez
Los últimos años de Fidel Castro en activo
El
período especial resultó de maravillas para el estilo de dirección
de Fidel Castro. Con el pretexto de la fortaleza sitiada exacerbado
al máximo, y la escasez de recursos materiales y financieros a lo
largo y ancho de la Isla, lo que menos le interesaba al
Comandante en Jefe era algo diferente a su estilo caótico,
voluntarista, que los aduladores pretenden describir como “carisma”.
Súmese a eso el hecho innegable de que la salud del dictador se
iba deteriorando a causa de su edad y dolencias que arrastraba desde
mucho antes, y se podrá perfilar la forma en que funcionaba el
gobierno cubano en momentos tan críticos.
El
quinto congreso del Partido Comunista, celebrado entre el 8 y el 10
de octubre de 1997, resultó, como de costumbre, en la imposición de
los criterios de Fidel Castro por sobre los del resto de los
aparatos de dirección partidista y la base de militantes. Siempre
sustentados en sus delirios y fantasías, al mismo nivel de dislate
que aventuras anteriores como el Cordón de La Habana, la zafra de
los diez millones de toneladas de azúcar, o la meta de producir más
leche por caballería que Estados Unidos o más queso que Holanda, los
acuerdos del quinto congreso del partido expresaban que la
eficiencia era el objetivo central de la política económica como
elemento de mayor potencialidad en el país, de manera que utilizando
adecuadamente los recursos, reduciendo los costos y elevando la
productividad del trabajo se ampliarían las exportaciones y
consiguientemente mejoraría el acceso a los mercados de capital e
inversiones.
¿Suena conocido? Naturalmente, era la misma cantaleta comenzada
desde 1959 y que nunca se lograba materializar por la ineficiencia
propia de un sistema social implantado por la fuerza.
De
manera que ese congreso resultaba un disparate más -a la vez que
sería el último cónclave que presidiría Fidel Castro como máximo
jefe, aunque en aquel momento no se sabía- y se planteaba objetivos
y tareas más propios de una historia de Alicia en el País de las
Maravillas que de un plan serio, efectivo y responsable para el
desarrollo de la economía nacional en medio de un terrible y
alucinante “período especial en tiempo de paz”.
Así,
se señalaron por el congreso partidista lugares comunes y metas y
tareas imposibles o absurdas, como las siguientes:
·
Los principales
sectores, ramas y esferas que generaban divisas deberían lograr una
creciente relación favorable entre ingresos y gastos que se
tradujera en el incremento de aportes netos al país y permitieran
financiar otras actividades y el desarrollo.
·
La agricultura no
cañera debería contribuir significativamente al balance externo del
país con mayores producciones exportables, tradicionales y nuevas.
·
La agroindustria
azucarera debería recuperar su papel estratégico en la economía.
·
Los ingresos
externos netos de ambas actividades agrícolas deberían financiar la
importación de alimentos que no se pudieran producir nacionalmente y
generar un excedente para su propio desarrollo y el de otros
sectores.
·
Las exportaciones
deberían diversificarse y modificar su estructura hacia productos
con mayor valor agregado y servicios de alta calificación.
·
Debería
enfatizarse en la disciplina laboral y tecnológica y en la
eficiencia energética y productiva.
·
La política
inversionista y su eficacia serían cruciales para incrementar la
eficiencia.
·
Los recursos de
inversión importados deberían obtenerse a partir de créditos
externos a la entidad, sin afectar los aportes en divisas que los
inversionistas deberían hacer a la economía.
·
La sustitución de
importaciones y ahorros en el consumo material serían objetivos
prioritarios para reducir costos de producción en recursos externos
y nacionales.
·
La situación y
manejo de los recursos financieros por las empresas estarían
sometidos a las tensiones pronosticadas para el conjunto de la
economía.
·
Se implementaría
la introducción de instrumentos de pago descontables, el estímulo y
sanción a deudores con descuentos e intereses por mora, el
perfeccionamiento de la gestión comercial y financiera y otras
fórmulas para acelerar la rotación del dinero
·
La cooperación
entre empresas debería propiciar, mediante contratos de servicios,
el uso efectivo de equipos, laboratorios y maquinaria en general,
limitando la inversión irracional, en particular en equipamiento con
costos de adquisición y mantenimiento no justificables.
·
Emplear técnicas
modernas de gestión empresarial, adecuadas a las características
cubanas, basadas en las mejores y más avanzadas prácticas
contemporáneas, así como el amplio uso de todas las posibilidades de
las tecnologías y servicios de información y telecomunicaciones,
constituirían prioridad del país para la mayor eficiencia en la
gestión y los procesos productivos.
·
Hacer estudios de
mercado y practicar una política gerencial dinámica y coherente como
condición indispensable para acceder a ingresos y segmentos de
mercado para las exportaciones.
·
Toda producción
debería ser planificada integralmente teniendo en cuenta la demanda
solvente a cubrir y las características de los compradores, y
respaldada por un plan de negocios desde la compra de materias
primas hasta la realización de lo producido.
·
Incrementar
acumulación de reservas estatales para asegurar estabilidad del
desarrollo económico ante situaciones excepcionales.
·
La ciencia,
innovación y asimilación de tecnologías serían esenciales en la
elevación de la eficiencia y condición primordial para el
desarrollo, por lo que seguirían siendo de máxima prioridad.
·
Elevación de la
calidad de la producción para consumo nacional y exportación, que
comprendería integralmente requerimientos de elementos utilizados en
el proceso, como maquinarias, locales, materias primas y materiales,
higiene y seguridad del trabajo, fuerza de trabajo y preservación
del medio ambiente.
·
La estricta
observancia de la legislación y regulaciones para la protección del
medio ambiente, recuperación y reciclaje de materias primas,
deberían convertirse en norma de conducta obligada de organismos,
empresas y ciudadanía en general.
Está
de más decir que todos esos propósitos y sueños de una noche de
verano terminaron en la entelequia y el vacío absoluto, y
prácticamente nada de lo que se pretendía se logró, porque a pesar
de que las muy difíciles condiciones del período especial reclamaban
precisamente lo contrario -creatividad, descentralización,
iniciativas, nuevos mercados y nuevas formas de gestión- el congreso
partidista prefirió más de lo mismo todo el tiempo,
independientemente de la palabrería hueca y proyectos sin sentido
con que se adornaban esos cónclaves, que todos los escribas
domesticados de la prensa oficialista exaltaban.
Fidel Castro dejó de visitar las provincias y se contentaba con
enviar a sus amanuenses del Grupo de Coordinación y Apoyo a
informarse y reportar la situación. Muchas veces ninguno de esos
funcionarios tenía mayor nivel que los controlados, aunque se les
guardara pleitesía por su cercanía con el máximo jefe, lo que fue
debilitando la disciplina jerárquica. Esto, de conjunto con las
visitas de ministros sin poder real a los diferentes territorios del
país, fue desvinculando al Comandante de las realidades en la
base, y fortaleció al máximo el papel y el poder de los primeros
secretarios provinciales del partido, que en la práctica se fueron
convirtiendo en verdaderos jefes de aire, mar y tierra en sus
territorios, donde funcionaban con una relativa independencia que
les permitía prácticamente hacer lo que desearan, siempre y cuando
no obstaculizaran la aplicación de las decisiones de Fidel Castro.
El
Consejo de Ministros prácticamente dejó de funcionar, y las escasas
reuniones que se realizaban en esta instancia eran del Comité
Ejecutivo del consejo de ministros, integrado por los
vicepresidentes del gobierno, pero muchas veces, ante la ausencia de
Fidel Castro y del sustituto oficial, Raúl Castro, era Carlos Lage,
en su condición de secretario de ese consejo, quien las presidía. Si
Lage llevaba “las riendas” del gobierno era solo en los aspectos
económicos, pues en realidad nunca tuvo acceso ni mando en
actividades militares, del ministerio del interior, de política
exterior, salud pública o del ministerio de cultura, que se
consideraban atribuciones exclusivas de Fidel Castro.
Cuando en noviembre de 1999 apareció el niño balsero Elián González
flotando sobre una cámara de neumático en las aguas cercanas a las
costas de Estados Unidos, después de la salida clandestina de Cuba
por parte de su mamá y otras personas, que terminó en naufragio,
Fidel Castro volcó inmediatamente toda su actividad, energías y
recursos hacia en el “rescate” del niño-balsero que declaraba
secuestrado, y obligó al país a vivir meses de extraordinaria
tensión y gigantescas movilizaciones populares, que paralizaban
numerosas actividades económicas y docentes.
Comenzaba a gran escala una “batalla de ideas” que se mantendría,
contra toda lógica y sentido de la eficiencia, hasta la salida por
enfermedad de Fidel Castro de sus cargos en el gobierno y el partido
a fines de julio del 2006. Las cosas llegaron al extremo de que fue
designado uno de los recaderos de Castro, salido de las “hornadas”
de jóvenes que él designaba a su alrededor, en el absurdo cargo de
vicepresidente del gobierno para la batalla de ideas.
Decisiones disparatadas de ese tipo se repitieron con los programas
de los “trabajadores sociales”, establecidos en el año 2000, que
constituyeron una especie de “guardia castrista” formada por jóvenes
a cargo de vigilar e impedir hechos de corrupción que se suscitaban
en todo el país, como en la venta de combustible y otras
actividades, llegando a constituir grupos de choque compuestos por
jóvenes supuestamente “puros” para desarrollar lo que llamaron un
ejercicio profesional competente profesionalmente y comprometido con
el proyecto ideo-político de la Revolución. A la tarea original se
le sumaron el estudio de niños con bajo peso y otros estudios
genéticos en coordinación con el Centro de Ingeniería Genética y
Biotecnología, informes sobre personas pensionadas que recibían
asistencia, la atención de campamentos de verano para niños con
necesidades especiales, informes sobre personas discapacitadas,
estudios de población en zonas de difícil acceso, colaboración
internacional, y otras tareas definidas como “de alta sensibilidad”.
En
junio del 2001 Fidel Castro anunciaba durante un discurso en Güines,
provincia de La Habana, el comienzo de una “larga y difícil batalla”
por la liberación de los espías de la Red Avispa condenados por
espionaje en Estados Unidos. Después de unas dos horas de discurso,
sufrió un desvanecimiento que desató de inmediato la alarma entre
sus más cercanos colaboradores. Al rato reapareció en la tribuna
señalando que se encontraba bien y que posteriormente hablaría, lo
que hizo esa noche, culpando al esfuerzo de preparar su discurso y
al calor por el desvanecimiento, y queriendo bromear señaló
“cualquiera diría que me hice el muerto para ver el entierro que me
hacían”. Sin embargo, para toda Cuba y el mundo quedó claro que la
salud del Comandante estaba resentida.
Entre otros proyectos descabellados de Fidel Castro en aquella época
estuvo la “revolución energética”, comenzada en 2004, con la que se
pretendía la sustitución de las viejas centrales termoeléctricas por
generadores eléctricos y “grupos electrógenos” que deberían resultar
más eficientes y evitar averías como las que continuamente se
suscitaban en todos esos años del período especial, aunque la
escasez de combustible y energía, y los consabidos “apagones” en el
servicio eléctrico, habían sido una constante desde la década de los
sesenta del siglo pasado.
Los
extremos de ridiculez de este programa llegaron no solamente a la
importación masiva de bombillos ahorradores de energía, lo cual sin
dudas resultaba positivo. Sin embargo, en estos momentos hay un gran
debate en Venezuela, porque se plantea que desde Cuba se le vendió a
ese país millones de bombillos ahorradores de energía que contienen
una nociva carga de mercurio que constituyen un peligro para la
salud. No se dispone todavía de estudios demostrativos de esta
denuncia en Venezuela, ni está claro en estos momentos si esos
bombillos son similares a los distribuidos masivamente en Cuba,
donde nunca se ha dicho nada en la prensa oficial, naturalmente, de
un eventual peligro de tales bombillos distribuidos por órdenes de
Fidel Castro.
El
disparate se extendió hasta la absurda sustitución obligatoria de
refrigeradores, cocinas eléctricas, ollas y ventiladores de origen
estadounidense, fabricados en los años cincuenta, que todavía
funcionaban en las viviendas de muchos cubanos, por artículos de
fabricación china, llamados módulos de cocción eléctrica eficiente,
vendidos a crédito a precios altísimos a la población, y que muchas
veces terminaban rotos y fuera de servicio antes que se hubieran
terminado de pagar. La guinda del pastel de esta peculiar revolución
energética fue, sin dudas, la exhibición en la televisión nacional
del Comandante en Jefe, primer secretario del partido
comunista de cuba y presidente del consejo de estado y del consejo
de ministros, explicando a las amas de casa cubanas cómo utilizar
las ollas eléctricas y cómo cocinar arroz.
De
más está decir que con ese disloque en el funcionamiento del país y
la economía nacional era imposible pretender buscar lógica o
estructura a un inexistente sistema de dirección económica, y ni por
asomo se podía pensar en alguna autonomía empresarial. El
voluntarismo y la improvisación, sin planes realmente bien
definidos, hacían que la economía se moviera como si nadara en una
piscina de leche condensada. Los planes no se conocían a ciencia
cierta y mucho menos se cumplían, las actividades de planificación y
control resultaban prácticamente un chiste de mal gusto, la
interferencia partidista en las funciones de gobierno y Estado era
cada vez más evidente, y las figuras “jóvenes” alrededor de Fidel
Castro eran cada vez más los protagonistas de muchísimas acciones en
la prensa y para la galería, aunque en realidad no tenían un
verdadero poder, como se pudo comprobar posteriormente.
La
salud de Fidel Castro se deterioraba continuamente. El 21 de octubre
del 2004, al terminar un discurso en Santa Clara, tropezó bajando de
la tribuna, cayó estrepitosamente y se fracturó al menos la rodilla,
con fuertes contusiones también en la clavícula y el brazo. Se
trataba de un sencillo tropezón, no un desvanecimiento como en el
2001, pero de nuevo volvieron a surgir rumores sobre su salud y sus
capacidades, disparando una vez más las alertas de los colaboradores
más cercanos y los aduladores.
Sin
embargo, fue el 17 de noviembre del 2005, en la Universidad de La
Habana, cuando anunció la posible reversibilidad del socialismo en
Cuba, motivada por “errores propios” en la conducción
revolucionaria, cuando por primera vez reconoció que todo no estaba
tan consolidado como se decía, ni se podía contar incondicionalmente
con un supuesto monolitismo de la dirección revolucionaria.
Estas palabras que entonces pronunció, unidas a las evidentes
muestras de su deterioro de salud, sí encendieron totalmente las
alarmas:
“¿Puede
ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las
ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de
un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros,
los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas
generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al
fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta
nos dimos”.
Los
comandantes guerrilleros más cercanos a Fidel Castro, los más
veteranos de la Sierra Maestra, conocían la realidad: estaba
gravemente enfermo, y un desenlace fatal podría producirse en
cualquier momento. Se comenzaron a tomar medidas para tal
eventualidad, resaltando el papel y figura de Raúl Castro como el
sustituto “natural” del Comandante, a la vez que se decía que
el único sustituto posible para Fidel Castro era el Partido. Se
reactivó a toda prisa el Secretariado del Comité Central, que había
sido desactivado desde el cuarto congreso del PCC en 1991, con la
misión -no declarada públicamente- de asegurar la dirección del
aparato partidista tras la muerte del Comandante en Jefe.
La
historia es conocida: Fidel Castro no falleció, pero de hecho
tampoco siguió vivo. Cayó gravemente enfermó y limitado para
desarrollar sus funciones. El 31 de julio del 2006 transfirió todos
sus cargos “con carácter provisional” a Raúl Castro, y designó para
algunas tareas que él atendía personalmente a cercanos
colaboradores. Con el tiempo, la transferencia de poderes pasó de
provisional a permanente, y poco a poco una parte de los
colaboradores designados en la Proclama de transferencia de poderes
fueron siendo separados de sus cargos y quedaron “fuera del juego”,
por decisión de Raúl Castro.
La era de Raúl Castro: del 2006 hasta hoy
Mucho se ha hablado y escrito sobre las características del
funcionamiento de la sociedad y la economía cubanas desde que Raúl
Castro se hizo cargo del poder en Cuba;
a veces con profundo conocimiento de causa, otras veces
prácticamente sin saber lo que se dice. No vale la pena volver a
describir aquí en detalles estos casi ocho años de gobierno del
llamado general-presidente, tiempo de sobra en cualquier país
democrático para que un presidente o jefe de gobierno culmine su
período de gestión, independientemente de los resultados que haya
podido lograr, o antes, si no obtiene resultados positivos.
Diremos, simplemente, a manera de resumen, que Raúl Castro ha
intentado presentar un estilo de dirección diferente, pretendiendo,
sin renegar de su héroe eterno Fidel Castro, desterrar la
improvisación, el caudillismo extremo y las veleidades del
Comandante en Jefe al frente del país, a la vez que le ha
otorgado mucho más peso y protagonismo a las instituciones, por
encima de personalidades y múltiples “vacas sagradas” que existen
en el país, y aspirando a lograr efectividad y eficiencia en la
gestión para poder enrumbar la economía por derroteros más
aceptables.
Y
para un proyecto que implica una vigorosa reanimación de la
economía, era fundamental reestructurar la empresa estatal,
considerada por el gobierno de Raúl Castro como el eslabón
fundamental y decisivo para el funcionamiento del ambiguo proyecto
socialista que ha sido delineado en las alturas del parnaso
neocastrista, ya que el régimen pretende concentrarse en las
actividades mayores y más importantes, dejando el resto a los socios
“menores”. Es decir, que alrededor de la empresa estatal, que se
entiende tenga un nivel de autonomía necesario y suficiente, deben
girar, depender y subordinarse las cooperativas, los campesinos
privados y los cuentapropistas del país.
Para
esas empresas estatales (unas 2,500 en todo el país, que controlan
aproximadamente el 80% de la economía nacional) es fundamental un
nivel tal de autonomía que posibilite, primero, su coordinación con
las Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial (OSDE), que
son las nuevas instituciones cubanas que sustituyen y asumen las
funciones empresariales que se desarrollaron desde los ministerios
durante casi más de medio siglo. Y por consiguiente, que sea en las
empresas y no en la administración pública donde se decidan los
destinos de la economía socialista que se pretende, sin renunciar a
que las líneas magistrales de desarrollo y los objetivos
fundamentales de la economía nacional que establezcan las OSDE en
base a una planificación central que deberá ser cada vez más
indicativa y orientadora y menos directiva y restrictiva.
Que
ese objetivo se haya logrado o no hasta este momento es lo que puede
argumentarse y discutirse, pero aparentemente esas han sido las
intenciones de Raúl Castro, declarando simultánea y continuamente
que él nunca fue “electo” para desmontar el socialismo en Cuba, sino
para “perfeccionarlo”, aunque casi todos saben, aunque no lo puedan
decir en público en el país, que ese “socialismo” de corte
totalitario es irreformable.
Para
expresar lo más resumidamente posible las transformaciones en el
funcionamiento de la economía introducidas en tiempos de Raúl
Castro, puede verse a continuación este listado que ni pretende ser
exhaustivo ni está expresado en orden cronológico ni tampoco en
orden de prioridades o trascendencia, sino de manera sencillamente
aleatoria.
RESUMEN DE LOS CAMBIOS FUNDAMENTALES
INTRODUCIDOS EN CUBA DURANTE LA ERA DE RAÚL CASTRO
- Autorizar el trabajo privado a más de 440,000 cuentapropistas, aunque algunos rellenan fosforeras o pasean perros, y otros cientos de miles han devuelto sus licencias
- Entregar tierras estatales en usufructo a trabajadores privados para utilización en la agricultura y la ganadería
- Anunciar el proyecto de desaparición del peso cubano convertible (CUC) y volver a establecer el peso cubano (CUP) como única moneda circulante en el país
- Autorizar a los trabajadores privados a contratar empleados
- Permitir y fomentar el establecimiento de cooperativas no agropecuarias
- Nueva ley de inversión extranjera
- Emisión de bonos para financiar la deuda generada por el déficit presupuestario
- Desactivar las falsas Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC)
- Creación de la Zona Económica Especial de El Mariel
- Disolución o reestructuración de Ministerios y creación de Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial (OSDE)
- Retirar al Estado de la administración de servicios personales (barberías, peluquerías, zapaterías, reparación de electrodomésticos, taxis)
- Ofrecer créditos a la población para construcción y reparación de viviendas
- Autorización de ventas a crédito para adquirir en las tiendas que venden en CUC ollas de presión eléctricas, arroceras, y de presión convencional, y cocinas eléctricas y su equipamiento
- Establecer niveles de pago diferenciado a los deportistas, acabando el mito del “deporte aficionado”
- Reconocer la propiedad de autos y viviendas, y permitir su compraventa
- Comenzar la venta de vehículos nuevos y de uso, aunque a precios astronómicos
- Autorización a inmobiliarias estatales y mixtas para rentar locales y viviendas a cubanos
- Resoluciones para ampliar los marcos de la autonomía empresarial y deslindar y segregar funciones estatales y empresariales
- Establecer el fin del igualitarismo social
- Proclamar que cada cual reciba de acuerdo a lo que se gane con su trabajo
- Restablecimiento de un sistema de impuestos para todos los trabajadores
- Eliminar las escuelas en el campo
- Eliminar las microbrigadas
- Eliminar la “revolución energética”
- Eliminar los “trabajadores sociales”
- Eliminar “la batalla de ideas”
- Eliminar el Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe
- Autorizar a un grupo empresarial extranjero (brasileño) a administrar un central azucarero en Cuba
- Reducir drásticamente el “trabajo voluntario” y los “domingos rojos”
- Eliminar prohibiciones de acceso a hoteles y centros turísticos
- Permitir a los cubanos poseer computadoras y teléfonos celulares
- Autorizar acceso (restringido y de mala calidad) a Internet (a precios abusivos)
- Raúl Castro anunció que el actual sería su último período de ejercicio en el poder
- Establecer que ningún dirigente pueda estar más de diez años en el cargo
- Nombrar a un civil “no histórico” segundo al mando en el Estado y el gobierno
- Autorizar a la casi totalidad de los cubanos, incluidos muchísimos opositores, a viajar al extranjero y regresar posteriormente a su país
- Autorizar a (cantidades limitadas de) emigrados a regresar a vivir a Cuba
- Realizar mensualmente reuniones periódicas del gobierno e informar sobre ellas y sus acuerdos en la prensa (aunque con información incompleta y confusa)
- Pedir a los dirigentes que no se sientan capaces de cumplir sus obligaciones que renuncien, sin que hacerlo se considere como algo vergonzoso.
- Experimento para autorizar a algunas empresas a vender sus excedentes en el mercado interno
Todas estas medidas pueden ser evaluadas de muy diferente manera,
siempre de acuerdo al cristal con que se miren: quienes desean ver
que en la Cuba de Raúl Castro se están produciendo importantísimos
cambios, querrán ver en cualquiera de ellas una muestra evidente de
los cambios que se están produciendo en dirección hacia la economía
de mercado. Algunos de los más entusiastas de este grupo, en base a
ello, son capaces hasta de enviar cartas abiertas al presidente
Obama pidiéndole que aplique medidas ejecutivas para ampliar “los
cambios ya en marcha” en la relación con Cuba, y para ello sostienen
que acciones de esa naturaleza representarían un claro apoyo a la
sociedad civil en Cuba.
Sin
entrar en la mordaz polémica que se ha desatado en los últimos días
sobre el tema en todos los escenarios donde se discute el dilema
cubano, es necesario señalar que, aunque las intenciones de los
firmantes fueran las mejores con relación al futuro del pueblo
cubano, -lo que en algunos casos estaría por demostrarse más allá de
toda duda-, es difícil entender cómo algunas de las acciones que se
solicitan al presidente Obama podrían funcionar sin tener el aval
del gobierno de Raúl Castro. Un ejemplo sería el de que empresas
privadas en EEUU sean autorizadas a exportar directamente a
cuentapropistas en Cuba, bajo el principio de que esa sería una
forma de fortalecerlos; lo que no queda claro es cómo esto sería
viable en un país donde el comercio exterior, constitucionalmente,
es monopolio estatal. Tampoco es comprensible por qué los promotores
de esa iniciativa no le solicitan al gobierno de Raúl Castro medidas
similares a esas como contraparte para poder completar la ecuación
que se desea impulsar.
Por
su parte, hay otros grupos que se niegan a ver avance o
funcionalidad en cualquier medida que se tome por parte de la
dictadura en el campo de la economía, porque nunca son acompañadas
de las reformas políticas tan necesarias para el país. Algo que,
visto sensatamente, puede ser un planteamiento de peso y
trascendencia, comienza a perder fuerza y vigor cuando se intenta
desconocer que, por ejemplo, la entrega de tierras en usufructo a
trabajadores agrícolas puede contribuir no solamente a la elevación
de la producción agropecuaria en el país, sino también a darle un
sentido de autonomía a quien recibe esa tierra, que ya no debería
depender tanto del todopoderoso Estado cuando tiene posibilidades de
trabajar por su cuenta, plantearse sus propios objetivos y decidir
en que forma organiza y administra su trabajo y sus recursos para
poder lograr lo que se propone.
Igualmente, si bien es cierto que autorizar la compraventa de autos
y viviendas en Cuba no puede considerarse que sea el inicio de un
mercado de vehículos automotores y de bienes raíces, es indudable
que esa medida flexibiliza en algo las continuas restricciones en
que viven los cubanos y les dan ciertas posibilidades que no
disfrutaron durante casi medio siglo, aun cuando los precios de esos
bienes sean prácticamente inalcanzables si se calculan desde el
salario promedio de los trabajadores.
En
definitiva, cada una de las medidas del régimen dependen del punto
de vista de quien analice, pero es indudable que en estos casi ocho
años bajo las órdenes de Raúl Castro las condiciones no son
exactamente iguales a las vividas durante los largos casi cuarenta y
siete años del mando directo de Fidel Castro. Por eso, para bien o
para mal, aunque no hayan ocurrido sustanciales modificaciones
políticas, las reglas bajo las que se funciona en la economía del
“raulismo” son diferentes, y por tanto lo son también las conductas
y los resultados de esa manera de funcionar.
Ya
señalamos anteriormente que Raúl Castro se caracteriza por un estilo
de dirección diferente al de su hermano mayor cuando destierra la
improvisación, el caudillismo extremo y veleidades al frente del
país; no pretende que alguien considere que él es “carismático”, y
le ha otorgado más peso y protagonismo a las instituciones que a las
personalidades, buscando más efectividad y eficiencia en su gestión.
Eso explica el profundo interés que puso en celebrar el sexto
congreso del partido comunista, que se desarrolló del 16 al 19 de
abril de 2011 y se concentró básicamente en la aprobación de los
llamados Lineamientos de Política Económica y Social del Partido y
de la Revolución Cubana, mientras que los temas de vida interna
partidista y los de las relaciones con el estado, gobierno y
organizaciones políticas fueran relegados para una sesión diferida
que fue denominada Primera Conferencia Nacional del Partido,
celebrada los días 28 y 29 de enero del 2012.
Naturalmente, no tiene que coincidir necesariamente lo intentado con
lo logrado por el gobierno hasta ahora, y pueden haber y de hecho
hay diferentes interpretaciones, y los criterios, como es natural,
no son unánimes Además, es de esperar, en aras de la buena salud del
análisis y el razonamiento, que continúe la polémica seria,
responsable y profesional alrededor de este tema.
Las regulaciones más recientes
Uno
de los aspectos que más debate ha generado en los últimos tiempos ha
sido la ley de inversión extranjera y la creación de la Zona de
Desarrollo Especial de El Mariel (ZDEM). Curiosamente, estas
decisiones no solamente han recibido el cuestionamiento por parte de
los adversarios, sino también por parte de algunos oficialistas y de
grupos que se consideran revolucionarios y socialistas, pero no
comparten todas o muchas de las posiciones económicas del gobierno “raulista”.
Para
los oficialistas con más alma de lacayos, la ley de inversiones es
la varita mágica que garantizará el desarrollo para un socialismo
próspero y sostenible, consigna de moda, sin nada que cuestionar;
otros oficialistas, sin embargo, consideran que la ley deja puntos
pendientes que debieron haber sido aclarados, como el del por qué la
intervención de una empresa estatal intermediaria para contratación
de los trabajadores, “servicio” por el que apropia del 20% del
salario contratado de cada trabajador en cualquier actividad donde
exista inversión extranjera. Para quienes cuestionan diversas
aristas del sistema desde adentro, le ley se refiere al socialismo,
pero en realidad abre muchas puertas al capital extranjero y al
neoliberalismo; y para quienes se consideran adversarios, la ley se
queda corta en muchos aspectos, uno de los más importantes prohibir
la posibilidad de invertir en Cuba a los cubanos de la Isla y la
diáspora, mientras que ofrece amplísimas garantías y posibilidades a
los extranjeros.
Por
eso es importante retomar el debate alrededor de la ley 118 de 1914,
de inversión extranjera, aprobada el 29 de marzo de este año, que
entrará en vigor a los noventa días de tal aprobación, y cuyo texto
oficial fue publicado en la Gaceta Oficial a mediados de abril. Esta
legislación es complementada por las modificaciones al Decreto Ley
252 del Consejo de Estado y al Decreto 281 del Consejo de Ministros,
que se aplican a las empresas comprendidas en el llamado
“perfeccionamiento empresarial”, así como por otras tres
resoluciones, para todas las empresas del país, de los ministerios
de Trabajo y Seguridad Social y de Finanzas y Precios.
Una
de las primeras informaciones sobre la ley de inversión extranjera,
fue la elaborada por un corresponsal extranjero en La Habana, muy
devoto a solicitar opiniones a cubanos en el extranjero que
generalmente tienen puntos de vista muy parecidos a los del gobierno
en La Habana, o a clasificar como “analista” a personas que durante
su vida no han dado muestras de analizar demasiadas cosas. Ese
periodista señaló, erróneamente, que las empresas estatales acababan
“de obtener autonomía por primera vez en medio siglo”, cuando en
realidad todavía no han obtenido nada. Además, como se ha demostrado
en esta serie de trabajos sobre el tema, no es la primera vez en
Cuba que se anuncia que se dotaría a la empresa estatal con un
cierto nivel de autonomía sin que eso se concrete.
Según este despistado corresponsal, un economista cubano que no
quiso ser identificado señaló que “está aún por ver el poder de
tomar decisiones de los gerentes cubanos, que están más
acostumbrados a administrar recursos que a tener iniciativas, debido
al miedo a perder el cargo por equivocarse”. Esta opinión del
anónimo economista es, sin dudas, una que no debería despreciarse,
aunque no sea la única percepción válida sobre el tema.
Sin
embargo, en mi experiencia personal de más de catorce años
trabajando ese tema como docente y consultor con muchos cientos de
dirigentes de empresas estatales, “corporaciones”, y funcionarios de
la administración pública, militares, y de órganos de gobierno
provinciales y locales, llegué al convencimiento de que mis alumnos
directores de empresas y corporaciones no tenían ningún miedo en
abstracto, sino que sabían que si se salían del trillo indicado
serían “tronados”. Sin embargo, deseaban con todas sus fuerzas que
finalmente se les permitiera trabajar con autonomía, y se sentían
muy capaces de hacerlo, porque muchos de ellos consideraban, aunque
nunca pudieran o quisieran decirlo públicamente, que sus
“superiores” en ministerios o en órganos locales del gobierno sabían
menos del tema y tenían menos experiencia que ellos mismos, que
estaban día a día tomando decisiones “en la concreta”.
En
otras palabras, el miedo a la autonomía empresarial no existe tanto
entre los directores de empresas y corporaciones como en la
burocracia ministerial, provincial y municipal, que sabe
perfectamente que si las empresas son facultadas para tomar todo un
conjunto de decisiones que hasta ahora se les han impuesto siempre
desde arriba, el resultado sería sencillamente que esa burocracia
haría más evidente que nunca su carácter superfluo y su inutilidad,
y tendría que desaparecer en aras de la racionalidad económica.
Es
por eso que Pavel Vidal, un joven y reputado economista cubano que
actualmente es profesor en la Universidad Javeriana de Cali,
Colombia, especificó que esa “es de las tareas más complejas que
enfrenta la reforma y donde menos evidencia internacional
concluyente existe. No parece existir suficiente evidencia, ni
siquiera en las reformas de Vietnam y China, de cómo hacer eficiente
y crear los incentivos adecuados en el sector empresarial estatal”
en un país comunista. Vidal, sin dudas, entiende mucho mejor el
problema que el corresponsal arriba citado, que aparentemente le
entrevistó.
Con
las nuevas regulaciones que flexibilizan la definición del objeto
social de las empresas y que se deben implementar paulatinamente,
los directivos empresariales podrán trabajar con mejores condiciones
para tomar decisiones, pues decidirán qué actividades secundarias y
de apoyo realizar, además de poder comercializar sus excedentes a
precios de oferta y demanda.
Los
indicadores directivos se reducirán a siete: ventas netas, utilidad
del periodo, encargo estatal, ventas para exportación, aporte por
rendimiento de la inversión estatal, rotación del capital de
trabajo, y aporte en divisas (mientras exista la dualidad
monetaria). Habrá que ver si el gobierno central es capaz de
limitarse a estos indicadores directivos y, lo que resulta más
importante aun, si estos estarán conjugados desde su origen y, por
lo tanto, podrán interactuar adecuadamente sin crear distorsiones
para la economía nacional o para las empresas.
La aprobación del Plan de la
empresa, que hasta ahora correspondía al Ministro o al presidente
del Consejo de Administración Provincial, la realizará el Presidente
de la Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE). Las
empresas podrán distribuir el salario hasta el límite de sus
posibilidades económicas y financieras mientras no se sobrepase el
gasto de salario por peso de valor agregado planificado, si son
empresas comprendidas en el proceso de “perfeccionamiento
empresarial”. Para todas las demás, esas decisiones corresponderán a
las OSDE. De cualquier manera, son atribuciones de las que ya no
dispondrían ni los organismos de la Administración Central del
Estado (ACE) ni los órganos locales del poder popular.
Las empresas podrán retener
hasta el 50% de las utilidades después de impuestos, lo que
constituye un 20 % más de lo establecido hasta ahora. Crearán
reservas para incrementar capital de trabajo, financiar inversiones,
investigación y desarrollo, capacitación, y para
amortizar créditos bancarios. Además, podrán
distribuir utilidades como estímulo a los trabajadores si la empresa
ha pasado una auditoría financiera con resultados satisfactorios en
los últimos 18 meses, si cumplió los indicadores directivos y ha
mantenido la correlación ingreso medio-productividad. Para las
instancias “superiores” pues, quedaría, en el mejor de los casos, la
realización de auditorías financieras y la comprobación del
cumplimiento de los indicadores directivos (siete en total) y la
correlación ingreso medio-productividad. Con estas regulaciones,
como se comprenderá, evidentemente empiezan a sobrar desde ya muchos
burócratas que vegetan en la ACE o los órganos locales de poder.
De
acuerdo a lo declarado por el régimen, el proceso de
“perfeccionamiento” del modelo económico ha entrado en su etapa “más
compleja” con estas medidas que se comenzarán a implementar. Sin
embargo, la cúpula gobernante podría estar, tras esas nuevas
regulaciones, en peligro de morderse la cola, en caso de que no
lograra superar el círculo vicioso que atenaza la economía cubana
desde hace mucho tiempo. Ahora más que nunca necesita aumentar la
producción y la eficiencia empresarial para que se pueda disponer de
más recursos, pero eso no puede lograrse “a lo Machado Ventura”,
pidiendo continuamente más esfuerzo y más ingerencia del partido
comunista. Ya se sabe que eso no funciona.
Es
imprescindible y fundamental para lograr los objetivos que se
plantea el gobierno que las empresas estatales, además de la
autonomía que aparentemente se otorga con la nueva legislación,
reciban del Estado recursos materiales y financieros suficientes
para poder aumentar la producción y la productividad, y por lo tanto
la eficiencia. Simultáneamente, tendrían que coordinar todas sus
actividades productivas con lo que en Cuba se empeñan en llamar
“sector no estatal”, integrado por las cooperativas, campesinos y
actividades privadas (cuentapropistas) que estuvieran en condiciones
de actuar como complemento de sus actividades, para que realmente se
justifique el rol preeminente que se les asigna a priori a
las empresas estatales, pero que deberán demostrar en la práctica
diaria.
No
puede verse a esos otros sectores, como hacen algunos entre los más
retrógrados del régimen y la burocracia, como mal necesario que no
queda más remedio que tolerar por necesidades imperiosas. Parece un
enfoque más sensato, aunque desde el punto de vista conceptual no
sea necesariamente correcto, el planteado por Miguel Díaz-Canel,
primer vicepresidente del Consejo de Estado y del gobierno cubano,
al señalar: “No es el sector no estatal de una economía
neoliberal; éste es un sector no estatal que vemos como un
complemento de la economía estatal”.
Sin
embargo, fundamentalmente en el sector de las cooperativas no
agropecuarias (CNA) existen bastantes problemas que deben ser
solucionados con urgencia, siendo el primero el hecho de que esas
CNA dependen para su funcionamiento de la dirección y regulaciones
de los mismos ministerios y órganos locales que durante medio siglo
han dificultado la acción y el funcionamiento de las empresas
estatales, y no van a modificar fácilmente sus hábitos y malas
conductas de siempre por el hecho de que se trate de cooperativas.
Solamente ahora, después de tanto tiempo de autorizarlas, se
comienzan a dictar las normas para que las CNA puedan establecer
cuentas bancarias y utilizar otros servicios financieros.
Tantas han sido las trabas, requisitos y dificultades establecidas
para la constitución y funcionamiento de las cooperativas, que de
498 propuestas solamente se aprobaron 246, es decir, menos de la
mitad. Como regla, el proceso desde la presentación inicial hasta la
aprobación definitiva tarda más de un año: los documentos exigidos
deben ser elevados primero al Consejo de Administración Municipal,
que los revisa y aprueba para enviarlos al Consejo de Administración
Provincial, que también tiene que aprobarlos, para entonces pasarlos
al ministerio correspondiente en dependencia de la actividad que
vaya a realizar la cooperativa.
Si
finalmente el burócrata del ministerio que revisa la propuesta le da
el visto bueno, debe elevarla a su vez al ministro para que la firme
y sea enviada a la Comisión de Implementación de los Lineamientos de
Política Económica y Social del Partido y de la Revolución Cubana,
donde se revisan todos los documentos. En el proceso, los
cooperativistas deben llenar más formularios todavía, pues cada
instancia tiene documentos propios además de los establecidos por la
ley. Finalmente, si la propuesta sobrevive toda la parafernalia que
ha sido establecida, deberá ser aprobada por el Consejo de
Ministros, que ya es el paso final que se requiere para crear una
cooperativa de barberos y peluqueras, de plomeros, de reparación de
calzado, de pintores de brocha gorda o de peluqueros de perros.
Como
resultado de todo ese absurdo laberinto burocrático, ya comenzó a
suceder lo de siempre. Los aspirantes a cooperativistas renuncian a
esos tortuosos caminos establecidos por irracionales regulaciones, y
se asocian “clandestinamente” o “sin papeles”; obtienen licencia de
cuentapropistas y comienzan a trabajan asociados entre ellos con las
mismas reglas que lo hacen los cooperativistas “legales”; elaboran
estatutos colectivos, eligen a su liderazgo y reparten beneficios,
aunque a efectos de la legislación esa cooperativa sin autorización
de la burocracia “no existe”. Como vemos, el enfoque autista y la
glorificación del absurdo siguen siendo elementos clave para
entender el alcance del “perfeccionamiento del modelo”
neocastrista.
A
pesar de dificultades como las señaladas, es indudable que esta
legislación recién aprobada bajo la dirección de Raúl Castro aspira
a poner en práctica el sistema de dirección de la economía (aunque
el régimen no desee llamarlo así). Como ese sistema incluye la
correspondiente autonomía empresarial, requisito sine qua non
para que pueda funcionar y tenga oportunidades de obtener algún
éxito, es el proyecto económico más avanzado, profundo, serio y
radical que se haya planteado en Cuba durante más de cincuenta años
de revolución dicen que socialista.
Nunca el llamado Nuevo Sistema
de Dirección y Planificación de la Economía (NSDPE), copiado del
fracasado modelo soviético retocado con tímidas reformas que se
intentaron en 1965 bajo Leonid Brezhnev, se planteó avanzar tanto ni
llegar tan lejos, a pesar de que había sido lo más serio y profundo
que se había intentado antes de la era de Raúl Castro.
Mucho menos tiene que ver con el supuesto proyecto de
“financiamiento presupuestario” en la década de los sesenta del
siglo pasado, con las empresas consolidadas como bandera, que se
decía que respondía al “espíritu del Che”, y que la leyenda atribuyó
desde el punto de vista teórico al economista soviético Yevsei
Liberman: una falsa atribución, pues el argentino quería hacer
funcionar la economía, casi exclusivamente mediante estímulos
morales, esfuerzo y satisfacción del deber cumplido, características
que deberían definir al utópico hombre nuevo socialista cubano que
falleció antes de haber nacido.
Y
menos aún todavía que ver con la aberración llamada “Proceso de
rectificación de errores y tendencias negativas”, que encabezó Fidel
Castro personalmente a partir de 1986, con los “contingentes” como
modelo empresarial paradigmático, del que no se ha podido ni se
podrá encontrar nunca un sustrato teórico, porque no existe ni puede
existir un dislate conceptual de esa magnitud, que pasará a la
historia como la forma más eficiente, rápida y segura de destruir
cualquier economía en cualquier parte del mundo.
Lo cual no garantiza de ninguna
manera que el proyecto que se lleva a cabo en Cuba en estos momentos
pueda tener éxito automático, aunque se implementara en las mejores
condiciones posibles, cosa que se sabe que es prácticamente
imposible en una Cuba que, por mucho que lo intente, no logra
diferenciarse demasiado del Macondo de Cien años de Soledad.
A causa del estilo de dirección
de los viejos guerrilleros que controlan el poder, aunque cada vez
hayan dejado más la administración del día a día a personas mucho
más jóvenes y preparadas que ellos.
A causa de la permanente
injerencia del partido comunista en todas las actividades de la
economía nacional, la dirección empresarial y la sociedad en su
conjunto.
Y, más que nada, por una razón
muy sencilla que no acaba de aceptar la gerontocracia aferrada al
poder ni la izquierda carnicera en todo el mundo, que se proclama
“amiga de Cuba” cuando en realidad no es más que amiga del régimen.
Y esa razón es que, por mucho
que se intente y todo lo que se haga, el “socialismo real” ha sido,
es y será irreformable. Así de sencillo.
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