LA HABANA, Cuba –“La piedra empezó a usarse con la llegada de los
excluibles. Ellos son los que trajeron «la maldición»”, me dice Norberto
hablando del crack y refiriéndose a las personas que el gobierno de
Estados Unidos comenzó a devolver a Cuba desde los años 90.
El crack es una mezcla variable de cocaína con bicarbonato de sodio,
que se calienta y, ya petrificada, se fuma. Parece que el nombre crack
se deriva del ruido del vapor que se libera de la mezcla endurecida y
caliente. En Cuba, como en otros lugares, se le llama “piedra”.
Potente y relativamente barata, también es una de las drogas más
peligrosas. Por ser fumada, la piedra resulta peor para el organismo que
la cocaína aspirada, pues crea fácilmente adicción y puede ocasionar
accidentes vasculares en el corazón o en el cerebro.
Además, su efecto estimulante es más rápido y más fuerte que la
cocaína, pero es de muy corta duración, lo que provoca que el consumidor
tienda a repetir pronto y continuadamente la dosis, a veces durante
muchas horas, lo que a la larga la convierte en más cara que aquella.
¿Por qué no desaparece?
Norberto (nombre supuesto) tiene poco más de cuarenta años y, desde
que dejó el preuniversitario, siempre se ha dedicado al tráfico de
drogas. Ha estado preso dos veces durante varios años. Intenta que su
negocio no sea demasiado notorio, sobre todo porque no vive en una zona
donde este comercio sea casi normal, como en tantos lugares del Cerro,
Centro Habana, La Lisa o Habana Vieja.
“Lo primero que tienes que poner en tu escrito”, me aconseja
Norberto, “es: ¿Por qué no desaparece? Eso es lo importante”, insiste:
“¿Porque es un gran negocio? ¿Porque detrás de esto hay un ejército?
¿Quién dejó que se convirtiera en lo que es?”
Según él, el crack, como toda droga, es un asunto de gente con mucho
dinero que “utiliza a los pobres como intermediarios para que paguen”.
Aunque la coca es más cara, la piedra es mejor negocio porque enseguida
quieres meterte más. La llaman “la nota que nunca llega”. Es con la
droga que más se gana, pero a veces los clientes tienden a ser
conflictivos y hacen cualquier cosa para seguir “halando”.
Aunque la mayor parte de los consumidores son jóvenes, Norberto
asegura que “cualquiera le
da a la piedra”. Incluso en las prisiones hay
consumo, pero no mucho, en comparación con la calle, porque es más bajo
el nivel económico.
La policía persigue más la piedra que otras drogas, por mover más
dinero, no por más peligrosa. Por otra parte, aunque parezca una
contradicción, para Norberto es necesario que exista la droga en la
calle para que el Departamento Antidroga tenga trabajo. “Con tanto
control que hay en este país, ¿cómo es posible que exista tanta droga?”,
se pregunta.
Para él, la clave de la droga se encuentra en la bolsa negra:
funciona en el balance de la bolsa negra, como trampolín del dinero. “El
dinero que no pueden mover ni el pollo, ni el arroz, ni los frijoles,
ni la carne, lo mueve la droga”, subraya: “Con esto se le saca el dinero
al que lo tiene embolsillado”.
La marca de ceniza
“Este pedacito es de cinco pesos (CUC) y dura cinco minutos”, dice
Norberto y me muestra un pequeño fragmento de la sustancia, que en
realidad pudiera confundirse con cualquier cosa y, sin embargo, vale el
dinero que muchos ganan en una semana.
Más aun, me muestra cómo se prepara esa mínima dosis.
“No te puede faltar nada de esto: una cuchara, agua común, cocaína,
bicarbonato, una aguja y candela. La cocaína es una grasa y con
bicarbonato y calor se convierte en una piedra así, gris pálido o
amarillenta, que suena crack, crack… Y no se derrite con la saliva, así
que se puede transportar en la boca. Muy importante”, me advierte
mientras realiza el ceremonial de preparación. Y sonríe: “Es increíble
que casi demora más tiempo la preparación que fumarte la piedra y
disfrutar el efecto”.
Por esa brevedad de la sensación de euforia que produce es que hay
quien utiliza otras drogas para parar el uso compulsivo del crack. “La
marihuana, por ejemplo”, explica Norberto: “Me echo un «taco» y me da
hambre, hasta me entra un poco de sueño, y así se me olvida por un rato
la piedra”.
También hay muchos que combinan los efectos del crack con los de la
marihuana, liándolos juntos en un cigarrillo. Es lo que se conoce como
“yayuyo”. También lo llaman “5 con 5”, debido al precio de 5 cuc que
tiene la dosis de cada una de las dos drogas. La sensación resultante es
entonces más duradera y más activa también.
Le pregunto por la mezcla con el alcohol y su respuesta es
terminante: “La curda no puede faltar. Es rarísimo que consumas la
piedra sin beber”. Y explica: “El alcohol es el macho de todas las
drogas, que son hembras: el macho de la marihuana, el macho de la coca,
el macho de la piedra”.
Hay un detalle sobre el que me llama la atención: al consumidor de la
piedra casi nunca le falta una marca de ceniza en la mano, en el brazo,
en cualquier parte, pero casi siempre en la cara. Según Norberto, como
esta persona tiene que usar la ceniza de cigarro en el manejo de la
piedra, y la ceniza siempre deja churre, y como nunca tiene un espejo y,
además, está «arrebatado», siempre se le queda alguna marca. “El que
sabe, enseguida se da cuenta de que ese le dio a la piedra”.
“No te imaginas lo que significa este ritual de la preparación”,
dice, ardientes los ojos: “Yo solo en mi espacio. Agua, bicarbonato,
cocaína, una cuchara, un alfiler ¡y mi lata de Cristal con huequitos! Yo
y ella solos”.
El amigo en el bolsillo
Habla Norberto ahora de lo que considera una parte deprimente de este
negocio: “La gente te saca el dinero, a ti, traficante, y después se
apartan y hablan mal de ti. Pero ya te sacaron el dinero. Por eso los
traficantes tenemos fama de ser chantajistas, agresivos”. Considera que,
si alguien no consume ni vende ni le importan las drogas, entonces
tampoco debe querer beneficiarse con los lujos que puede darse el
traficante. “Si quieres gozar de esas cosas buenas, entonces tú también
eres traficante”, asevera.
Y se describe a sí mismo como alguien a quien nadie quiere en tanto
persona. Sin embargo, se cuida de tener siempre un billete de cinco CUC
en el bolsillo. Ese billete “no es amigo mío”, aclara: “Cargo siempre
con amigos ajenos. Por eso, yo tampoco te quiero. Nadie quiere a un
vendedor de drogas y mucho menos a un consumidor, pero el que vende la
carne por fuera y el aceite en el mercado no sabe que el amigo que
siempre llevo no es mi amigo, sino el de ellos. A mí nadie me quiere,
¡pero todos quieren al amigo que llevo aquí!”.
Y Norberto se pone una mano sobre el bolsillo.
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