martes, abril 08, 2014

Cuba: "Quedarse atrás"

Verónica Vega
QUE.ES
Qué terrible es quedarse botado en la carretera porque el vehículo donde viajas se averió, y ver cómo los demás siguen, veloces, a su destino.
Esta sensación de impotencia la percibo en tantas caras a diario. La desesperación de no poder seguir el ritmo de quienes escapan a las acrobacias matemáticas que exige un salario estatal, el fruto de un modesto negocio, una remesa irregular y exigua.
Los precios, como dice un amigo, son malos para el corazón…  Desvergonzados, cínicos, como si se diseñaran desde otro mundo: 809,95 CUC por un televisor plasma; 595,25 por una cocina con horno; 105,60 por una simple tostadora eléctrica… Un pullover por 9,11 CUC; un par de zapatos deportivos 45 CUC…
Pero las protestas no pasan de muecas, murmullos, ¡chistes!. Es la salida emergente del cubano, su eterna ¿alegría?, ¿apatía?… Una mezcla de miedo y de vanidad.
Hace poco, cuando se desaparecieron los desodorantes por un peso convertible y en su lugar las estanterías exhibían rutilantes sucedáneos  a tres y cuatro pesos convertibles, le pregunté a una dependienta cómo era posible que un producto de primera necesidad no estuviera a un precio más asequible y me  respondió: "Es que no hay de esa línea ahora".
¿Pero cuántos pueden darse el lujo de pagar casi cuatro dólares por un desodorante?, le pregunté.
La dependienta salvó la situación con un gesto ambiguo. Dos mujeres junto al mostrador me miraron indignadas por hablar de lo que no se habla: la miseria.
Muchos clientes no recogen el menudo de vuelto (especialmente si son hombres y les despachó una mujer) porque sienten el peso de esa opinión latente, ese secreto a voces: eres pobre, eres un muerto de hambre.
Mi hijo me cuenta que en la escuela donde estudia inglés, cuando indicaron un ejercicio con el tema: "¿Qué hiciste en las pasadas vacaciones?", prácticamente todo el grupo contó historias de su estancia en Varadero. La mascarada era tan evidente que el propio profesor dijo con ironía: "Bueno, y si todos estaban en Varadero, ¿por qué ninguno de ustedes se vio?"
En el receso, varios jóvenes salen a comprar manzanas, tukolas, maltas… ¡jugos de 3,30 CUC! Comprar una chuchería en pesos cubanos para calmar el ruido del estómago es delatarse. Portar un simple MP3 también.
Los que pueden, exhiben sus vistosos teléfonos táctiles (no importa si no tienen saldo), en medio de la clase abren sus laptops. Quiénes o qué sostiene esa imagen queda bajo la superficie, como la masa sumergida del iceberg.
He visto a jóvenes portar esplendentes y enormes relojes que no funcionan. He visto a un muchacho proferir palabrotas porque se le rasgó el calzoncillo de marca que ya no podrá exhibir bajo el jean, en un mínimo acto de triunfo.
Al fin se despenalizó la prosperidad, (como pedía Yoani Sánchez), pero, ¿a qué costo? Estamos aún más lejos de asumir lo que realmente somos. ¿Cómo despenalizar ahora nuestra pobreza?
No la transitoria que nos daba fuerzas mientras luchábamos (o creíamos luchar) por un futuro en el que las tiendas estarían pródigamente abastecidas y los ciudadanos, sin moneda de intercambio, sin tarjeta de crédito, en un acto de suprema conciencia, tomaríamos solamente lo necesario.
Hablo de la pobreza que nunca se fue, que se trasmutó de humildad en carencias disimuladas, reprimidas, en sufrimiento y vergüenza. La pobreza que implica la cruda realidad del dinero que objetivamente se obtiene (ese que nos quita el sueño y la alegría, que se cuenta con ansiedad y vemos desaparecer con angustia), contra los precios desaforados que exigen el Estado y los cuentapropistas.
Viendo esta carrera de discapacitados en una competencia perdida de antemano, las trampas, las caídas (los que quedan tendidos a lo largo de la pista), me acuerdo de un comentario que escuché una vez: "Lo que le pasa a los cubanos es lo mismo que pasó en la Edad Media, con la Santa Inquisición, las cacerías de brujas… ¡Estamos sugestionados…!"
Pero, ¿qué golpe de realidad peor que esta estampida insostenible romperá el hipnotismo?

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