La enorme influencia que Cuba ha logrado ejercer en Venezuela es uno
de los acontecimientos geopolíticos más sorprendentes y menos
comprendidos del siglo XXI. Venezuela es nueve veces más grande que
Cuba, tiene el triple de población y su economía es cuatro veces mayor.
El país alberga las principales reservas de petróleo del mundo. Sin
embargo, algunas funciones cruciales del Estado venezolano o han sido
delegadas a funcionarios cubanos o son directamente controladas por La
Habana. Y esto, el régimen cubano lo conquistó sin un solo disparo.
Los motivos de Cuba son obvios. La ayuda venezolana es indispensable
para evitar que su economía colapse. Tener un gobierno en Caracas que
mantenga dicha ayuda es un objetivo vital del Estado cubano. Y Cuba
lleva décadas acumulando experiencia, conocimientos y contactos que le
permiten operar internacionalmente con gran eficacia y, cuando es
necesario, de manera casi invisible. Desde su inicio en 1959, una
prioridad de la política exterior del régimen cubano ha sido la creación
de vastas redes de apoyo a su causa. Sus servicios de espionaje, su
diplomacia, propaganda, ayuda humanitaria, intercambios juveniles,
académicos y culturales, y el apoyo en otros países a ONG,
intelectuales, periodistas, medios de comunicación y grupos políticos
afines han sido pilares básicos de su estrategia internacional. Esto lo
hacen todos los países, pero pocos han tenido la necesidad de darle
tanta prioridad y durante tanto tiempo como Cuba. La supervivencia
económica y política del régimen ha dependido de su éxito en tener
aliados en otros países que, a su vez, puedan influir sobre sus
gobiernos en apoyo a la isla. En Venezuela esto no fue necesario, ya que
logró penetrar directamente en el Gobierno. El hecho indiscutible es
que Cuba tiene tanto la necesidad vital como la experiencia y las
instituciones para moldear las decisiones de su rico vecino petrolero.
Es bien conocida la enorme ayuda petrolera que recibe la isla desde
Venezuela. También las inversiones y el apoyo financiero. Parte
creciente de las importaciones de Venezuela se canalizan a través de
empresas cubanas. Hace poco se reveló la existencia de un enorme
depósito de medicamentos caducados recientemente, que habían sido
importados por una empresa cubana: medicinas supuestamente adquiridas en
el mercado internacional a precio de saldo, y revendidas a precio
regular al Gobierno de Caracas.
La relación va más allá de subsidios y ventajosas oportunidades de
negocios para la élite cubana. Como ha documentado Cristina Marcano, una
periodista que ha investigado ampliamente este tema, funcionarios
cubanos controlan las notarías públicas y los registros civiles de
Venezuela. También supervisan los sistemas informáticos de la
presidencia, ministerios, programas sociales, policía y servicios de
seguridad, así como la petrolera estatal PDVSA.
Y luego está la cooperación militar. El ministro de Defensa de un
país latinoamericano me contó lo siguiente: “En una reunión con
oficiales de alto rango de Venezuela, llegamos a varios acuerdos de
cooperación y otros asuntos. Entonces tres asesores, con inconfundible
acento cubano, se incorporaron a la reunión y se dedicaron a cambiar
todo lo que habíamos acordado. Los generales venezolanos estaban
avergonzados, pero no dijeron una palabra. Estaba claro que los cubanos
llevaban la batuta”.
Cuba paga todo esto con personal y “servicios”. Venezuela recibe de
Cuba médicos y enfermeras, entrenadores deportivos, burócratas, personal
de seguridad, milicias y grupos paramilitares. “Tenemos más de 30.000
cederristas en Venezuela”, se jactaba en 2007 Juan José Rabilero, en esa
época coordinador de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) de
Cuba.
¿Por qué el Gobierno venezolano permitió esta intervención extranjera
tan abusiva? La respuesta es Hugo Chávez. Durante sus 14 años en la
presidencia, disfrutó de un poder absoluto gracias al control que
ejercía sobre cada una de las instituciones que podrían haberle impuesto
límites o exigido transparencia, ya fueran los tribunales o la asamblea
legislativa. También dispuso a su antojo de los ingresos petroleros de
Venezuela.
Dejar entrar a los cubanos fue una de las expresiones más contundentes de ese poder absoluto.
Chávez tenía muchas razones para arrojarse a los brazos de Fidel
Castro. Lo admiraba, y sentía por él un profundo afecto y confianza.
Fidel se convirtió en su asesor personal, mentor político y guía
geoestratégico. Castro alimentó además la convicción de Chávez de que
sus muchos enemigos —sobre todo Estados Unidos y las élites locales—
querían liquidarlo, y que no podía esperar de sus fuerzas de seguridad
la protección que necesitaba. En cambio, los cubanos sí eran confiables.
Cuba también proporcionó toda una engrasada red de activistas, ONG y
propagandistas que apoyaron la revolución bolivariana en el extranjero.
Chávez también se quejaba públicamente de la ineptitud de sus altos
funcionarios. En esto, también Cuba le ayudó, dotándolo de funcionarios
con experiencia en el manejo de un Estado cada vez más centralizado.
El alcance de la entrega de Chávez a La Habana lo ilustra
dramáticamente la forma en la que manejó el cáncer que acabaría con su
vida: confió solo en los médicos que Castro le recomendó, y se trató la
mayor parte del tiempo en La Habana, bajo un manto de secretismo.
El sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, ha profundizado aún más la
dependencia venezolana de La Habana. Ante las protestas estudiantiles
contra un régimen cada vez más autoritario, el Gobierno ha respondido
con una represión brutal, que cuenta con los instrumentos y las tácticas
perfeccionadas por el Estado policial que controla Cuba desde hace
demasiado tiempo.
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