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En toda su historia política el sub-continente latinoamericano se ha
definido a partir de dos ejes: el de Cuba-Venezuela y el de
Argentina-Brasil. Desde hace un par de décadas el polo Cuba-Venezuela se
ha hecho de la iniciativa estratégica ante la indolencia de Washington.
En 1959, Fidel Castro propuso al entonces presidente venezolano
Rómulo Betancourt erigir una alianza política-petrolera no solo para
apoderarse del continente sino para confrontar a Estados Unidos. Pero el
presidente Betancourt rehusó y un airado Castro desató la violencia
guerrillera.
Tras la debacle del bloque soviético Castro desempolvó su antiguo
plan, esta vez con la complicidad de la “izquierda” venezolana, a la
cual demandó que le brindara apoyo irrestricto en las siguientes
elecciones presidenciales a un ex golpista: Hugo Chávez.
El anónimo coronel propulsado por los Castro, Hugo Chávez, ganó las
elecciones en 1998 gracias a un equipo de expertos cubanos en
computación y al venenoso bolsillo de La Habana.
De inmediato, Fidel Castro convenció a Chávez de comprar con
petrodólares los votos de países del Caribe y de África, para asegurar
primero una cómoda mayoría en la OEA, neutralizando cualquier acción
futura de Washington y disponer, además, de un amplio apoyo en la ONU
para hipnotizar a Europa.
A la vez se promovía en el poder a radicales como Evo Morales, Rafael
Correa o Daniel Ortega, quienes se integraron de inmediato a la alianza
energética: Venezuela-petróleo, Bolivia-gas, Ecuador-petróleo,
Irán-petróleo.
Cabría decir que en este engranaje Cuba se sitúa como el centro
logístico para el trasiego ilegal de servicios, finanzas, petróleo,
armamentos, tecnología; así como sede de compañías ficticias rusas,
iraníes, venezolanas, etc., prestas a evadir las restricciones
internacionales.
Cuba y Venezuela establecieron la Alternativa Bolivariana para las
Américas (ALBA), una alianza económica de América del Sur y El Caribe,
como alternativa al NAFTA norteamericano. A sugerencia de Castro,
Venezuela compró la deuda externa de Argentina asegurando la confluencia
de la dinastía bonaerense de los Kirchner.
En el marco del ALBA la empresa cubano-venezolana PetroCaribe, que
opera desde La Habana, aseguró la dependencia energética de 18 países
del Caribe y América Central, seduciéndolos con precios muy bajos.
En los años noventa, Castro y Chávez desplegaron una campaña con los
petro-países de América Latina, Rusia y el Medio Oriente, a fin de
incrementar lo más posible el precio mundial del crudo y, como lado
oscuro, dislocar las economías de Estados Unidos y Europa. Desde ese
momento se cuadruplicaría el precio del barril.
Para lograr este fin la diplomacia cubana introdujo a Chávez en
África, en el mundo islámico, en China y en países antagónicos a Estados
Unidos como Irán, Siria, la Libia de Muamar Gadafi, Corea del Norte,
Palestina, etcétera, y con las del extinto bloque soviético, como Rusia y
Belarús.
Una vez consolidada el control cubano en Venezuela, La Habana
presionaría a los integrantes del ALBA a establecer alianzas
extra-continentales. Así, toma cuerpo con el apoyo venezolano propiciar
la irrupción de los rusos y los chinos en el hemisferio.
La conexión ruso-venezolana se articula con más de 45 protocolos,
incluyendo un reactor nuclear, un banco mutuo con capital inicial de
$12,000 millones, una línea directa Moscú-Caracas y la asociación de
PDVSA con los consorcios petroleros Gazprom, Roseneft y Lukoil para
explotar las colosales reservas del Orinoco, suspendiendo con ello
compromisos con las corporaciones petroleras norteamericanas.
La manifestación más palpable de esta interacción política ha sido el
acuerdo militar de Vladimir Putin con Cuba y Venezuela por $4,500
millones, que garantiza puertos de ambos países para la marina de guerra
rusa.
Venezuela e Irán conformarían un banco común con sede en La Habana,
establecerían una red de entidades comerciales en Caracas, firmando un
acuerdo militar que incluía al programa nuclear, la compra de armamentos
fabricados por Cuba y Venezuela y una base de entrenamiento de iraníes
en Zuata. Y todo esto está implicado con PDVSA, la cual supliría la
necesidad iraní de gasolina, violando el embargo de la ONU.
Esta infraestructura iraní propiciada por La Habana y Caracas le
permitiría ocultar manejos ilegales con organizaciones terroristas en el
sub-continente, sobre todo desde la Isla Margarita. En este sentido,
los iraníes utilizan pasaportes venezolanos para desplazarse y hacen uso
del sistema bancario ecuatoriano para manipular sus finanzas.
Yendo más allá, Raúl Castro ha planteado reiteradamente que Rusia,
China, Cuba y Venezuela son socios estratégicos en cuanto al petróleo y
la tecnología militar.
Nos inclinamos a concluir que ante el vacío de presencia y proyección
de la actual administración en la Casa Blanca, se ha puesto en marcha
la estrategia de reemplazar a Estados Unidos en América Latina tanto en
hegemonía política como en economía, inversiones, finanzas y tecnología.
Ha sido el petro-dólar venezolano la herramienta habanera para elevar
al poder a “déspotas de Indias” los cuales no podrían subsistir sin
tales subsidios. De ahí que una trasformación política regimental en
Venezuela puede salvar el continente de su actual regresión democrática.
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