Isaac Nahón Serfaty*
Entre
los tantos legados nefastos del chavismo, habrá que incluir el daño que
le ha causado al discurso público venezolano, el cual ha terminado por
adoptar sus términos, sus expresiones e incluso, algunas de sus ideas.
Chávez era el maestro de la calificación y de la descalificación. Le
puso el mote de “escuálidos” a sus opositores, y muchos de ellos lo
adoptaron con una denominación legítima. El término “fascista” pasó a
denominar al conjunto de la oposición que además sería, según el
chavismo, por naturaleza de “derecha”, cosa que no es cierta, pues hay
oposición de izquierda también.
Otro
“aporte” del hablar chavista ha sido la degradación del discurso
público. Se recordará la infame afirmación del propio Chávez cuando
perdió el referéndum de 2007 al calificar el triunfo del sector
democrático como una “victoria de mierda”. En el mismo tono
escatológico, Chávez igualmente se refirió a una decisión del Tribunal
Supremo de Justicia como una “plasta”.
Pero
el efecto más perverso de este discurso que estigmatiza al adversario
(de hecho lo denomina “enemigo”) y degrada la majestad de las
instituciones públicas, es el efecto contaminante que ha tenido sobre
sectores pensantes de la Venezuela democrática. Es así que algunos
periodistas y profesores universitarios hablan con ligereza de la
“oposición enloquecida”, repitiendo, probablemente sin quererlo, lo que
Maduro y Cabello han dicho para intentar reducir al movimiento nacional
de protesta a una especie de histeria colectiva. Este es probablemente
el gran logro del chavismo en términos de la configuración del pensar y
el decir de los venezolanos. Algunos, incluso entre los más
esclarecidos, han adoptado su lenguaje para rebajar a una parte de la
oposición a la categoría de desquiciados.
Una
de las consecuencias de este proceso de contaminación del discurso
público con las categorías del chavismo, es la disminución de la calidad
del debate entre ciudadanos. Ya no solo se trata de los insultos que
intercambian chavistas y opositores en Twitter o las páginas web.
Asistimos también a agresiones verbales entre personas que se
identifican como demócratas, quienes abiertamente o sutilmente,
califican al “otro” con las etiquetas que ha promovido el chavismo.
Una
transición hacia la democracia en Venezuela requerirá sin duda una
revisión de los elementos del discurso público. Habrá que hacer un
esfuerzo por erradicar las taras del habla que introdujo el chavismo en
su empeño de quebrar los valores, las instituciones y las filiaciones
del país. También habrá que reintroducir la racionalidad en la necesaria
polémica democrática. Pero sobre todo, habrá que hacer un esfuerzo por
encontrar las palabras justas para hacer realidad un país donde sea
posible el reencuentro entre ciudadanos.
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*Periodista venezolano y profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá)
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