No hizo falta que el Consejo Permanente de la OEA fuese
público. Los breves instantes en que el organismo transmitió su sesión fueron
suficientes para demostrar que el sistema interamericano no funciona, que la
democracia en la región está en crisis y que para la diplomacia actual es más
importante cuidar la permanencia en el poder de un aliado político, que los
principios democráticos. Cuando uno por uno los representantes de los países
miembros fueron votando dejando en claro sí, no su posición frente a un
principio, sino su lealtad a un proyecto político fue un momento triste, porque
quedó en evidencia que más pueden ciertos intereses que el verdadero espíritu
de un sistema que fue creado para combatir justamente lo que ha sumido a
Venezuela en una las crisis más graves de sus historia: el militarismo, el
abuso de poder, el irrespeto a los derechos humanos y la violación de los
principios democráticos.
Es desolador ver naciones que como Brasil, que sustenta como
un gigante latinoamericano una posición que le da gran responsabilidad en la
región, no hagan el esfuerzo por permitir que se esclarezcan situaciones en las
que se han comprometido los derechos humanos. Pesan más los negocios, las
alianzas políticas, las complicidades ideológicas y las estrategias comerciales
que cualquier otra cosa.
El representante de Brasil pidió que se hiciera privada la
audiencia porque no quería que se convirtiera el Consejo Permanente en un
circo. No hizo falta que aclarara que el circo se refería a la delegación
venezolana conformada por la diputada María Corina Machado, la madre de
Geraldine Moreno, Carlos Vargas y un representante de los trabajadores
petroleros, quienes tendrían derecho de palabra gracias a los esfuerzos de
Panamá. El circo para este diplomático sería el hecho de presentar de forma
pública su exposición en la que darían testimonios y pruebas de los eventos
ocurridos en Venezuela desde el 12 de febrero y los problemas que han llevado a
una gran parte de la población a tomar las calles.
Hablarían de marchas, de torturas, de persecuciones.
Hablarían de bombas lacrimógenas, perdigones y tiros lanzados a edificios. Detenciones y
allanamientos sin las necesarias órdenes judiciales. Hablarían de censuras a la
prensa. De la forma como se han ahogado a los comercios y a la actividad
económica, como se ha favorecido a los empresarios ligados al régimen quienes
consiguen dólares preferenciales con empresas de maletín y así estafan a la
nación. Hablarían de los enfermos que no consiguen medicinas, incluidos los
pacientes de enfermedades terminales que ven como su vida se va a apagando
lentamente por no poder tener acceso al cuidado que requieren, en una de las
naciones más ricas del mundo. Hablarían de contrabando, de muertes violentas,
de presos políticos.
Eso para Brasil es un circo. Estudiantes fallecidos,
torturados, periodistas secuestrados. Que a una familia le haya caído una bomba
lacrimógena en su vivienda, para Brasil es un circo. Que hayan golpeado a una
mujer en la cara con un casco para Brasil es un circo. Civiles que mueren en
protestas con tiros en la cabeza, una joven que muere porque le disparan en la
cara a quema ropa, es un circo. Es un circo hablar de ello y someterlo a un
debate público. Porque es mejor mantener estas cosas escondidas y que las
víctimas sufran en silencio. Porque es mejor que quienes padecemos estos
atropellos aprendamos que para la política internacional los gobiernos son
inocentes hasta que se demuestre lo contrario, no así los ciudadanos. Una
diputada, un trabajador, una madre de familia y un estudiante, ellos son
sospechosos y sus intenciones dudosas. No vale la pena escucharlos, mucho menos
darles la palestra para que hablen, para que además sirvan de ejemplo a otras
naciones. Porque vamos a estar claros, en Venezuela el caso será más grave,
pero no es la única nación. Los gobiernos en su mayoría, se comprometen en
papel a salvaguardar derechos y después no cumplen.
No es sólo un interés económico. Es además el miedo de que
si algún día ellos mismos pierden el poder no puedan acudir al mismo
mecanismos. Es pensar que tal vez algo parecido pueda suceder en sus países. Es
pensar que sus propios ciudadanos puedan exigir el derecho a ser escuchados por
un continente.
La OEA es un “club de presidentes”, tal vez no en papel,
pero sí en la práctica. Es un espacio donde se habla mucho y se hace poco.
Donde pesan los formalismos y los apretones de mano hipócritas, y donde lo que
se defiende son las apariencias. Para estos embajadores quedó claro que la
prioridad es que se mantengan las caretas y no se hable de lo que nos importa a
los ciudadnos, que no se toquen temas sensibles y que a cualquier precio no se
investigue ningún hecho que pueda causar escozor a algunos gobiernos.
Lo que para los venezolanos es un sufrimiento, una angustia,
una forma de vida insostenible. Estas semanas de frustración, dolor y rabia.
Estos eventos que han terminado de aplastar el valor más importante que tiene una
sociedad, que es la libertad, la aniquilación de la otredad y la violación de
todos los principios democráticos son para Brasil y para la OEA un circo.
Lástima que aquí cuando salen los malabaristas a protestar y los payasos a
reprimir nadie ríe.
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