En el caso cubano, no queda más remedio que acudir cuchillo en boca
al tema de la inmoralidad cultural, como hiciera el periodista Andrés
Reynaldo en un reciente artículo. Porque el relativismo se ha
generalizado tanto y tan profundamente que ya opera como coartada de la
represión. Y lo peor es que muchos de los reprimidos, de las víctimas,
ni siquiera son capaces de detectar esa coartada. La trampa del
relativismo justifica, indirectamente, la represión. Uno quisiera lucir
“civilizado”, “cordial”, “underground”, pero es que la muerte aguarda en
esa carroza, invitando al carnaval. Uno no puede subirse a esa carroza.
El caso del cantante Francis del Río y su defensa en la televisión
de Miami de cinco terroristas condenados en Estados Unidos, o el
intento, por parte de numerosos intelectuales y artistas exiliados, de
convertir a un trovador condecorado por Fidel Castro en un disidente
–caso reciente de Santiago Feliú—, demuestran que la inmoralidad
cultural, más conocida como doble moral, ha calado lo suficientemente
hondo como para convertirse en una valladar casi infranqueable para la
aspiración, compartida por millones de cubanos, de vivir en libertad en
Cuba. Porque mientras las víctimas no sean capaces de, al menos,
desaprobar a los cómplices, no habrá futuro para ellas. “Tanta culpa
tiene el que mata la vaca como el que le aguanta la pata”. No se trata
de ningún descubrimiento, lo sé, pero nunca está de más subrayarlo.
¿Cuántos miles de muertos carga ya sobre sus hombros la llamada
“revolución cubana”? ¿A alguien le sobran los dedos para contarlos?
A ver si le cantamos a ellos también.
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