Zurdo de buena curva y veloz recta, coraje por arrobas, ganador de
más de 100 partidos con 1 344 ponches. Ese fue José Modesto Darcourt,
fallecido ayer a los 55 años de edad víctima de cáncer.
Darcourt participó en 14 Series Nacionales con los equipos
Constructores, Industriales y Metropolitanos. A pesar de haber
lanzado durante la época del bate de aluminio y la bola viva, su
promedio de carreras limpias fue un excelente 2,83, lo que habla de
sus facultades como lanzador.
Nacido el 26 de noviembre de 1958 en Centro Habana, José Modesto
se retiró a los 32 años, cuando todavía le sobraban facultades para
lanzar con acierto. Integró los equipos Cuba al Mundial de Japón-80
y la Copa Intercontinental de Edmonton-81. Uno de sus momentos más
recordado en el béisbol fue en el Estadio Latinoamericano, cuan-do
con la carrera de la ventaja en segunda por Santiago de Cuba, la
primera desocupada, y Orestes Kindelán en el plato, se negó a
transferir intencionalmente al toletero indómito, a quien finalmente
dominó en roletazo a tercera.
Lleguen a familiares y amigos nuestras condolencias por tan
sensible pérdida.
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La ultima de una de las pocas entrevistas que se le hicieran al explosivo y carismatico lanzador: http://www.caimanbarbudo.cu/entrevistas/2011/09/un-heraldo-del-beisbol-que-le-toco-vivir/
Con
opiniones controversiales —quizás para algunos—, muy dispuesto a decir
lo que siente sin temor, José Modesto Darcourt es un heraldo de los no
tan viejos tiempos del béisbol que le tocó vivir. Comenzó en 1976 a
jugar en nuestras Series Nacionales y se difuminó mucho antes de lo que
sus condiciones físicas le hubiesen impuesto. Pitcher zurdo, corajudo,
capitalino de la cabeza a los pies, que arrastraba gran cantidad de
fanáticos de su curva y su seguridad en el box, defiende y
defenderá a los Metropolitanos desde la posición de un atleta que pudo
llegar a la cumbre siendo de un equipo tan “utilizado” y desarbolado
pero que a él se lo dio todo. Aunque niegue seguir nuestra Serie
Nacional, no puede abstenerse del pálpito que su pasión le inspira; por
ello, con cierta mezcla de rebeldía e inteligencia —y “dolores” que no
esconde en esta entrevista—, perdura como celoso vigía del destino del
béisbol cubano.
—¿Qué le pasó a José Modesto Darcourt que desapareció del béisbol, para muchos, antes de tiempo?
—Me decepcioné del béisbol y el inicio fue el año 82. Ese fue un año
para mí bestial. Gané doce juegos y perdí solamente dos. Me esforcé al
máximo y en vez de ganarme el equipo nacional, casi me gané una cárcel.
Yo estuve implicado o casi me implicaron en los sucesos del 82, en esa
historia de la venta de juegos. Era el lanzador zurdo de ese equipo y me
desaparecieron. A mí, en lo particular, me decepcionó lo que pasó.
Cuando se hicieron los Centroamericanos en Cuba ya no participé. Después
de ahí no hice más nunca el equipo nacional, aún teniendo buenos
resultados. En algunas ocasiones fui yo el culpable porque me busqué
sanciones por mi manera de ser. Pero en otras, ni me llevaron a la
preselección. Llegué a hablar con el Gallego Fernández, cuando tenía que
ver con el béisbol, me senté en su oficina y le planteé la situación y
me dijo: “No te preocupes, tú eres un hombre joven, el año que viene
puedes hacer el equipo”. Yo tenía 25 años. Eso sucedió cuando un
comisionado decidió dejarme fuera, teniendo buenos resultados. Todo
aquello fue matándome. El béisbol yo lo jugaba por motivación, para mí
era y es lo más grande. Todo lo que tengo, todo lo que soy se lo debo a
él, así que lo hago de corazón. Pero me fui vaciando poco a poco.
Falleció mi padre también, que era un incentivo dentro de mi carrera,
porque siempre me estaba motivando. Por eso cuando regresé en el 89 del
campeonato de Rotterdam en Holanda, dije que no jugaba más. En ese año
integro el equipo Industriales, pero no jugué, estuve en plantilla y lo
que tiré fueron dos o tres innings, ya yo no quería jugar.
—¿De dónde eres? ¿Cuándo empiezas a jugar béisbol?
—Nací en Centro Habana, en lo que es el Barrio Chino. A los tres
años, cuando el Plan Pastorita, le dieron un apartamento a mis padres y a
partir de esa edad comencé a vivir en La Habana del Este. Soy de La
Habana del Este. Desde los tres años jugaba pelota. Siempre me gustó,
por encima de todo. Para mí la pelota era desayuno, almuerzo y comida.
Cuando mi mamá quería encontrarme preguntaba dónde estaban jugando
pelota y dónde a ella le decían, sabía me podía encontrar.
—¿Qué jugabas de pequeño?
De todo. A mí me gustaba mucho batear, pero el lanzar me atraía,
porque es un arte, es un gran arte. Yo digo que el lanzador es como el
pintor, que hace un cuadro y empieza por pinceladas y después lo
termina. El lanzar es lo mismo, vas pensando cómo trabajar al bateador
para lograr un objetivo. El final del pintor es el cuadro, el del
lanzador es el out, es el ponche, es el juego ganado. Por eso digo que es un arte.
—Mirando atrás, ¿cuál crees que haya sido tu fortaleza y tu debilidad como pitcher?
—Mi fortaleza siempre fue saber imponerme, sacar un poco el extra cuando se necesitaba. Y mi debilidad fue la disciplina.
—¿Eras indisciplinado?
—Era muy indisciplinado, esa fue mi debilidad. ¿Por qué? Porque…
bueno, las indisciplinas mías de antes, hoy no son indisciplinas.
—Por ejemplo…
—Por ejemplo, no estar en un albergue porque un director quiere que
tú estés y te vas a ver a tu familia o a estar con un amigo. Eso
provocaba que te sacaran de una preselección. Hoy se van y no pasa nada,
incluso a veces se demoran en llegar a los concentrados. Antes eso era
una indisciplina grave, hoy no.
—¿Entonces crees que se ha resquebrajado la disciplina?
—No sé si se ha resquebrajado la disciplina o es que ya vemos las
cosas con diferente óptica, porque en la vida real no hay necesidad de
estar seis meses encerrado en un albergue. Tenemos familia y nos debemos
a ella. Seis meses jugando pelota y dos meses después encerrado en un
albergue, en un concentrado. No hay necesidad. Cuando uno quiere puede
dormir en su casa y es capaz de disciplinarse, de no cometer errores y
de saber llevar la vida correctamente. Todo está en la conciencia que se
haga el atleta.
—¿Cuáles fueron tus habilidades como pitcher, qué lanzamiento dominabas más?
—Yo tenía una buena recta, pero tenía una gran curva, una curva
difícil de batear —eso lo decían los bateadores—. Además, saber mezclar y
combinar. Podía tirar cambio y un slider, por ejemplo. A la curva le
puse “lanzamiento en veda”. Todo el mundo ahora tira slider,
tenedor, cambio y recta. ¿Y la curva? Dicen: “No, porque te lesiona el
brazo”. ¿Y el tenedor no lo lesiona? Todos los lanzamientos lesionan el
brazo si tú no te preparas, hasta una recta. El pitcher que tenga buena
curva, gana y te lo demuestra los dos lanzadores zurdos que este año
tuvieron buenos resultados. El de la capital y el de Pinar. Fueron
ganadores. Pero ese lanzamiento está en extinción total.
—¿Estudiabas a los bateadores?
—Los memorizaba mucho y trataba de no cometer el mismo error con
ellos de quizás las primeras veces Claro, hay bateadores que vienen en
una noche perfecta y por mucho que tratas, no puedes. Yo tenía el caso
de Pedro Jova, que era un bateador que me conectaba con facilidad; pero,
por lo general yo era una persona que analizaba mucho a los bateadores y
tenía buena memoria en cuanto a lo que ellos hacían y trataba de
prepararlos para lograr el out. Yo tenía un entrenador de pitcheo, Andrés Ayón, que me decía: “Se pitchea para sacar out, pero cuando se tiene al bateador en dos strikes, ese tiene que ser el poncha’o porque ese es tu out y esos son los números tuyos”.
—De ahí que aparezcas entre los primeros en los récords. Fue una estrategia junto a tus condiciones y tu talento…
—Está
mal decirlo, pero fui el segundo lanzador zurdo de por vida en llegar a
cien victorias. El primero fue Santiago “Changa” Mederos. Fui el
segundo zurdo en alcanzar los mil ponches. Es decir, en todos los
récords que pudo tener Santiago, yo los superé y después vinieron los
demás y me superaron a mí. Pero tuve la dicha de que Santiago casi
pronosticara eso. Yo era muchacho, estaba en las categorías infantiles, y
en juego en el Latino, mi papá —que era el anotador de estadio durante
treinta años, Gerardo Modesto Darcourt— nos presentó: “Mira, Santiago,
mi hijo. Es zurdo igual que tú y pitchea”. Y Santiago le dijo: “Bueno,
ojalá sea mi relevo”. Y se cumplió.
—¿Puedes mencionar los momentos más felices de tu carrera, los momentos de gloria?
—Recuerdo las cien victorias en el Latino contra Camagüey. Y los mil
ponchaos también en ese estadio. El poncha’o número mil fue Alcides Masó
y el primer poncha’o de mi carrera fue Antonio Muñoz. Coincidentemente
los dos bateadores, el uno y el mil, empiezan con A los nombres y con M
los apellidos. Y ese día, el de los mil, yo no quería ni lanzar porque
tenía fiebre pero Chávez me dijo: “No, no, tienes que lanzar”.
—¿Era Chávez en ese momento tu director?
—Chávez fue mi gran director. Yo digo que gracias a él yo fui un gran
lanzador porque siempre confió en mí, desde que llegué de novato. En
Constructores perdía siete juegos y había ganado solo uno y siempre me
mantuvo en la rotación como pitcher abridor. Ese primer año mío, 1976,
yo perdí varios juegos.
—¿Cuál es la camiseta que más ha amado?
—Los Metro. Yo no dejo de reconocer la grandeza de Industriales, como
he dicho, “Industriales es el béisbol”. Hay gente que a lo mejor no
entiende cuando yo digo eso, pero fíjate que Industriales es el béisbol
que cuando Industriales no está en los momentos finales, no se comenta
de pelota, no se comenta de los play-off, no se comenta de
nada. La vida pasa serena. No sé si será que nuestra capital es tan
cosmopolita, que hay de todos los lugares, de Oriente, de Pinar,
Camagüey, y siempre tiene un industrialista con quien discutir. Para mí
Industriales es el béisbol, un equipo muy grande, una camiseta que pesa
mucho, muchísimo, porque es una gran responsabilidad representar a ese
equipo; pero Metro tiene todos mis números, todos mis récords, mi
inclusión en el equipo nacional. Yo llegué al equipo nacional siendo
Metro, no siendo Industriales. Y para mí es un orgullo. Yo soy un
defensor de Metro total y estoy a favor de que no le quiten más
peloteros, que le dejen hacerse a los peloteros.
—¿Recuerdas aquella serie 81-82? Metropolitanos tenía un gran equipo y estuvo discutiendo el campeonato…
—En el 82 Metro se robó la afición, incluso la de Industriales. A los
Industriales no lo iban a ver ya y Metro llenaba el estadio, pero se
jugaba de otra manera. Yo siempre he dicho y, de hecho, está reflejado
en el documental de los Metropolitanos que yo nunca, nunca, en mis años
de pelotero vi tanta unidad en un equipo como en el Metropolitanos de
esa serie (1981-1982), porque éramos una familia realmente, nos
cuidábamos. Un equipo que de la nada llegó a ser grandísimo. Nos unimos
tanto, que todo el mundo alaba parejo, cada cual sabía la función que
tenía que desempeñar y se sacrificaba por hacerlo. Nos llevábamos como
hermanos todos, nos preocupábamos por la familia, el problema de cada
cual, las necesidades y así fue creciendo ese equipo, de cero a lo
máximo. Yo creo que el béisbol ahora no se juega igual, no se siente
igual, que no se defiende la camiseta como se defendía antes. Los
comentaristas dicen que no. Los atletas, los que estamos dentro, los que
vivimos el béisbol anterior, decimos que no se juega igual.
—¿A qué le atribuyes eso que ves está sucediendo?
—Tengo una idea. Yo veo el béisbol ahora con otro concepto. Lo que
veo yo, no es que sea la realidad, es mi opinión. Muchos atletas hoy
juegan buscando interés, tratando de obtener bienestar, el carro, la
casa, el dinero que le dan cuando salen del país, que es bastante; antes
salíamos y no nos daban, a veces algo. Es una cosa que me hiere, porque
se han olvidado de nosotros. Hoy hay atletas que nada más que han hecho
un equipo nacional y ya le dieron un carro y una casa y no tienen un
número, no tienen un récord, no tienen nada. A veces le estamos dando al
atleta las condiciones —como lo miro yo— para que no deserten y después
que se lo damos, se van. ¿Qué estamos haciendo? ¿Y nosotros, los que
hicimos la historia del béisbol revolucionario? Ya ves, yo no tengo
auto. Estuve yendo todos los lunes y jueves al Poder Popular durante
ocho años, para que me cambiaran el apartamento por esta casa que aún no
se ha terminado después de cinco años. Mira, Santiago “Changa” Mederos,
se murió en un accidente en un auto de un amigo que le hizo el favor de
darle una botella, pero no tenía auto. Los atletas cubanos, sobre todo
los del béisbol, somos o fuimos potenciales millonarios. A ningún
pelotero cubano lo firman por miles, a todos lo firman por millones.
Nosotros antes jugábamos béisbol y sabíamos que no nos iban a dar el
carro, ni la casa. Jugábamos béisbol. Hoy jugamos béisbol —sin ofender a
nadie— pensando en que si doy un jonrón contra los Estados Unidos, me
van a dar un carro. Cheíto se cansó de dar jonrones, Muñoz se cansó de
dar jonrones. Yo me acuerdo que en el Mundial del 80, estábamos Muñoz y
yo en el lobby del hotel sentados y vinieron los peloteros de
Puerto Rico y le preguntaron: “Muñoz, y qué carro tú tienes”. Y a él se
le encendió la chispa y le dijo: “No, no, yo no tengo carro, yo no sé
manejar y cuando viene a ver me mato”. Cuando se fueron los
puertorriqueños me dijo: “Darcourt, qué clase de pena”. Antonio Muñoz
sin carro, cansado de dar jonrones internacionalmente. Son cuestiones
materiales que cuando jugábamos no pensamos en ello. Y hoy vamos
pensando más en lo material que en la espiritualidad del deporte, en vez
de sentir que estoy jugando porque tengo que jugar, no me importa lo
que me vayan a dar. Ese es mi concepto.
—¿Cuáles fueron tus peloteros favoritos?
—Yo era fanático de Anglada, admirador de Urquiola,
Casanova, Capiró, Marquetti. En sentido general, el béisbol cubano ha
sido tan grande que estoy mencionando algunos por mencionar, porque hay
muchos.
—Y especialmente, ¿de los lanzadores?
Santiago “Changa” Mederos y Vinent. Para mí el más grande de todos
los pitchers cubanos es Braudilio Vinent. Desde el año 70 hasta que se
retiró no hay un campeonato que Cuba no ganara que él no fuera el autor
principal. Nacionalmente un hombre que todo el mundo respetaba, para mí
el más grande de todos.
—¿Tienes añoranzas por el béisbol?
—Yo extraño el béisbol, extraño el terreno. Pero lo extraño si fuese a
volver a jugar. He tenido la posibilidad de trabajar en la Academia de
Béisbol, pero entonces todos los lanzadores son licenciados y cuando vas
a dar consejos, ellos te quieren enseñar a ti y se hace difícil.
Prefiero enseñar a niños, como lo hago, que siempre están a la caza de
lo que tú le puedas mostrar. A los grandes, por ejemplo, le dices,
levanta el pie, y ellos que no porque la biomecánica… ¿Y los resultados?
Antes pinchábamos cada cuatro días, libre de lanzamientos y durábamos
quince años y más. Y hoy, cada siete días, ciento veinte lanzamientos y
no llegan a diez años. Mejor alimentación, mejor transporte, toda la
ciencia a favor del desarrollo físico y mental de los atletas y
entonces, ¿qué pasa?
—¿Qué hace actualmente José Modesto Darcourt?
—Trabajo
en El Picadero, un centro deportivo en Alamar, con muchachos. Soy
entrenador de pitcheo de la primera categoría. Terminamos la provincial
ahora y quedamos campeones. Habana del Este fue el campeón. Estoy
esperando que aparezca un día algún país que necesite un entrenador de
pitcheo, porque en veinte años ningún país me ha necesitado. La Comisión
Nacional de Béisbol nunca me ha mandado, pero vamos a decir que son los
países que no necesitan un entrenador de pitcheo como yo.
—¿Cuándo te retiraste oficialmente?
—Dejé de jugar desde 1989, como dije anteriormente, pero me retiré
oficialmente en el año 1994. Estaba lloviendo, en una Selectiva,
Habana–Santiago de Cuba. Ninguno de los dos equipos estaba discutiendo
el campeonato. Me dieron una cosa que anda por allá arriba, que ya está
negra. El retiro debe ser como fue para Marquetti, que dijo: “No voy a
jugar más”, y en todos los estadios a que fue ese año (1987) —pues era
parte del equipo— le hicieron un homenaje. Cuando se terminó la Serie
Nacional, ya Marquetti estaba retirado.
—Al Latinoamericano iban muchos aficionados a verte pitchear.
Cuando Darcourt pitcheaba casi siempre había victoria esperada, se
diese o no. Tenías muchos seguidores…
—Tengo esa satisfacción aún después de veinte años retirado, todavía
los aficionados se me acercan y me dicen: “Tú fuiste grande”; “Tú eras
de los grandes”. Algunos que tienen niños pequeños cuando me ven le
hablan a sus hijos: “Mira, este sí, era uno de los pitcher grandes de
Cuba, un zurdo guapo”. Y siempre lo que hice en el terreno lo hice por
motivación, no buscando público ni fanáticos, lo hice porque lo sentía.
Si daba un salto, lo daba, si buscaba un fly era porque me gustaba hacerlo. Nunca buscando la fanaticada. Era mi manera de jugar el béisbol.
—¿Sigues el béisbol actualmente?
—No.
—¿No te interesa la pelota?
—En nada.
—¿Y a pesar de eso, tienes algún lanzador favorito que hayas visto?
—Desde mi punto de vista, el único lanzador que veo con grandeza es
Norge Luis Vera. Ese es un pitcher. Sabe pitchear, los demás, para mí,
tiran. ¿Cómo es posible que a lanzadores con más de noventa y cinco
millas les cueste trabajo ganar un juego? Bate de madera, pelotas
buenas, con buen agarre para el lanzador, la fuerza bastante dispersada
en todos los equipos y se les hace difícil ganar un juego. Yo creo que
muchos lanzadores de antes, si hubieran cogido el béisbol este, hubieran
ganado más de veinte juegos por serie.
—Vives en Cojímar, ¿te gusta este lugar?
—Oh, este lugar es lo máximo, lo máximo.
—¿Te sientes feliz en este pueblo?
—Sí, sobre todo porque ando como me gusta, en chancletas, short y sin camisa. Soy el cojimero Darcourt. Fíjate que ya he ido a pescar y he pescado. Los pescadores me han invitado…
—Entonces, ese es el encanto de Cojímar…
—No, y sus personas también. Es un lugar muy pescador. La gente aquí es muy amable, muy de pueblo.
—¿Y la familia? Háblame de la familia.
—Tengo tres hijos. Uno de 28, otro de 24 y uno de 3. Adonis, el
mayor; Adán, el del medio y Atila, el más pequeño. Y mi esposa, María
Antonia, que es aeromoza y llevamos veinte años casados, aguantándome.
—¿Necesitabas hablar de béisbol?
Ya te digo, el béisbol es mi vida, pero me siento herido. Realmente
me siento inconforme, por mí, por lo que han hecho conmigo, y por ver
cómo lo juegan hoy. Por esa dos cosas. Hoy los que dirigen, lo hacen a
su manera, nos obvian para dar los “verdaderos criterios”. Cuando yo era
atleta tenía un cartelito de indisciplinado, y hoy parece que el cartel
sigue y no sé si a la indisciplina se le llama decir verdades. Si es
así, soy indisciplinado y bastante. Las verdades duelen pero hay que
decirlas y cuando la empecemos a decir, el béisbol se arregla. Mientras
sigamos diciendo mentiras, el béisbol va a ir para abajo y va a llegar
un momento en que si somos el décimo lugar, vamos a estar bien. Nosotros
andábamos por el mundo enseñando y hoy tienen que venir peloteros de
Japón, que tantos nos llamaron para que les enseñaran, para darnos
clínicas de bateo, de pitcheo, de fildeo. No entiendo, si deberíamos
seguir estando en la cumbre, si llevamos más años de practicar este
deporte. ¿Qué pasa? Lo que estaba hablando: del interés, de cómo se
juega. El béisbol se juega muy personal. Dejamos atletas que se merecen
estar en el equipo nacional por atletas que ya están establecidos.
Tienen y deben estar los que tienen buenos resultados. Porque, ¿cuándo
los vas a premiar? Nosotros, los veteranos, no vamos a hacer nada que no
sea mantener esto. Pero dennos lo que nos merecemos, atiéndanos, para
orgullo del país, para orgullo nuestro y del pueblo. Quisiera que me
traten como lo que soy, como lo que representé, no que me tiren al
rincón. Veo a la gente para aquí, para allá, y Darcourt en su casa. Yo
aún no estoy muerto.
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