Por
años traté de imaginarme su rostro, pero no aparecía en ninguna parte. Lo
habían borrado de la historia nacional con meticuloso ensañamiento. Lo
difuminaron, Incluso, de una de las imágenes más emblemáticas de la revolución,
esa donde de él y Camilo Cienfuegos acompañan a Fidel en el lomo de un Jeep,
durante la entrada victoriosa a La Habana.
A
mediados de la década pasada, Huber Matos estuvo de visita en Santo Domingo y
me invitaron a un encuentro con el heroico comandante. Ya era un aciano frágil,
pero conservaba intacta su estatura y su fuerza. Cuando nos saludamos me dio un
duro apretón. Llegué a sentirme atenazado por los huesos de sus manos.
Me
costó mucho trabajo pedir la palabra, me intimidaban su mirada y el peso
de la historia que llevaba sobre los hombros. “Yo solo quiero pedirle
perdón, comandante”, le dije. Entonces le conté el odio que, de niño,
llegué a
sentir por él: “A mi generación le inculcaron que usted era un traidor a
la
patria y el responsable de la desaparición de Camilo”.
Él
también se puso de pie y me dio un abrazo. Otra vez me sentí atenazado.
“Gracias, hijo”, me dijo muy conmovido, casi al oído. Aunque no pudieron
fusilarlo, acabaron asesinando su reputación, que es la manera más cobarde que
ha usado Fidel Castro para anular a sus adversarios. Por eso los jóvenes
de mi país saben tan poco de uno de los líderes más valientes que tuvo la
revolución cubana.
Hoy
murió uno de los primeros cubanos que advirtió que aquella gesta popular
acabaría convirtiéndose en una oprobiosa dictadura. El día en que la historia
se pueda contar tal como fue, Huber Matos volverá a subirse en el Jeep del que
nunca debieron bajarlo. Entonces, sin borrar a nadie más, deberá quedar bien
claro quién traicionó a quién.
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