miércoles, febrero 12, 2014

Con los Castro no hay lógica

Roberto Álvarez Quiñones
A partir de la legitimidad que le dio al castrismo la cumbre de la CELAC en La Habana, y de la decisión de la Unión Europea (UE) de ignorar la violación de los derechos humanos y negociar un acuerdo de cooperación con Cuba, los hermanos Castro andan de plácemes: ya no tienen presión internacional para hacer cambios verdaderos. En la isla, "todo está bien".
Los mandatarios latinoamericanos y europeos tal vez piensan que abrazar a los Castro es una buena estrategia para "contagiarles" la democracia y presionarlos para que flexibilicen el régimen. Craso error. Lo que logran es envalentonar a la más prolongada tiranía en la historia de las Américas.
La cúpula militar cubana ahora sabe que haga lo que haga no va a pagar ningún precio político o diplomático. Tiene el visto bueno internacional para no hacer cambios reales y seguir asfixiando las libertades individuales más elementales. No hacen falta ya máscaras para hacer creer que habrá reformas. 
Si las democracias latinoamericanas hubiesen acudido a Santiago de Chile a fines de los años 80 a dar un espaldarazo continental a la dictadura de Augusto Pinochet porque éste había moderado los asesinatos y las desapariciones, y algunos exiliados estaban regresando al país, el general golpista no habría convocado el plebiscito (que él pensaba ganar) que puso fin a su tiranía de 17 años. De haberse conformado los presidentes latinoamericanos, la OEA, la ONU y la UE con aquellos "cambios positivos", Pinochet posiblemente habría seguido siendo dictador hasta su muerte en 2006.
¿Por qué los gobiernos de Latinoamérica, y también los europeos, incluso los de derecha, se niegan a apoyar al pueblo cubano y convalidan la dictadura?
Puede haber muchas respuestas para estas interrogantes, pero a mi modo de ver, además del interés en hacer negocios en la Isla, hay tres que, combinadas, dan en el clavo: 1) a Cuba se le aplica una lógica política y diplomática que corresponde a un país normal, sin serlo; 2) es el pensamiento de Gramsci y no el de Marx, Mao, o el Che Guevara, el que marca la pauta de la izquierda radical en la región; y 3) buena parte de la clase política latinoamericana está "actualizando" el viejo populismo de la primera mitad del siglo XX.
El 'beso de Judas' no funciona
Cuba no es un país normal. Está al margen de toda lógica política. Es un país comunista ortodoxo y encima padece una autocracia dinástica que considera una "traición a la revolución" ceder un ápice en el control absoluto que tiene de la sociedad. Con los Castro no hay diálogo posible. Nunca han concedido nada. Siempre hay que ceder ante ellos, y mucho.
Por eso, con el gobierno cubano no funciona el bíblico "beso de Judas". Resulta inútil acercarse al dictador y mimarlo para comprometerlo a que haga reformas. No las hará.
Más a la izquierda
Hay otro factor fundamental. Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia, quien ideológicamente era más peligroso que Marx, en los años 30 del siglo pasado sostenía que la única vía realmente viable para llegar al socialismo no era la revolución violenta como propugnaba Lenin, sino ir arrebatándole paulatinamente a la burguesía la hegemonía cultural y mediática mediante la creación de lo que llamó una "fuerza contra-hegemónica".
Para Gramsci no era necesario jugarse la vida en insurrecciones armadas para tomar el poder del Estado, sino lograr el control ideológico de las escuelas, las universidades y sobre todo de los medios de comunicación. O sea, él proponía una verdadera guerra cultural desde abajo, subrepticia.
Eso en buena medida está sucediendo hoy en Latinoamérica, y también en Estados Unidos y Europa (no tanto en Asia y África). Ello explica la paradoja de que pese al derrumbe del "socialismo real" en el Viejo Continente y su desmantelamiento gradual en China y Vietnam, los socialistas tienen ahora más influencia política que durante la guerra fría.
La sovietización de la sociedad  ya no es una opción válida, y la izquierda democrática —que cree en el libre mercado— predomina sobre la "revolucionaria". Pero también es cierto que las universidades, los centros de investigación de las ciencias sociales, la historia y la política, así como los medios de comunicación, cuentan cada vez más con personas que se definen a sí mismas como "anticapitalistas". Actúan como comunistas y no lo saben. Otros lo saben, pero no lo admiten.
Hoy muchos profesores, académicos, artistas, intelectuales, periodistas, editores de medios de comunicación, que tienen una cosmovisión de la realidad social, económica y política mucho más a la izquierda que hace tres o cuatro décadas.
La guerra cultural que propugnaba Gramsci se observa incluso en EEUU, donde a los izquierdistas radicales erróneamente se les considera como "liberales" cuando en realidad son la antípoda del liberalismo. Son lo opuesto a Thomas Jefferson, Thomas Paine y demás fundadores del pensamiento liberal estadounidense.
El liberalismo reivindica las libertades individuales y aboga por poner límites al Estado y subordinarlo a la autonomía de la persona, mientras que los mal llamados "liberales" promueven la intervención del Estado en el ámbito económico y social. Al respecto, dijo Jefferson: "Cuando el pueblo teme al Gobierno, hay tiranía; cuando el Gobierno teme al pueblo, hay libertad".
Fuerza electoral
En todo Occidente se advierte una influencia creciente de la izquierda en la TV, la prensa escrita, las revistas, el cine, la radio, la internet, etc. Por otra parte, se trata de un segmento social politizado, muy activo en los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales (ONG), y lo más importante: acude a las urnas a votar.
En los porcentajes de abstención que hay en los procesos electorales latinoamericanos no abundan los izquierdistas, que sí votan, eligen candidatos, y por tanto constituyen hoy una gran fuerza electoral que todo político está obligado a cortejar, en cualquier país.
Esa fuerza política es la que ha llevado al poder a la mayoría de los actuales jefes de Estado en América Latina. Pero en varios países son ellos los responsable del renacimiento del populismo nacionalista y estatista, con su carga de controles gubernamentales y restricciones de todo tipo. Fueron los gobiernos populistas estatistas, al estilo del de Juan Domingo Perón en Argentina, o del Estado Novo de Getulio Vargas en Brasil, los que retardaron el desarrollo económico latinoamericano en el siglo pasado.
La CELAC fue un invento chavista-castrista para enfrentarse políticamente a Estados Unidos,  dinamitar a la OEA, regresar al keynesianismo y el estatismo, e instalar a la dictadura cubana de igual a igual en el concierto de naciones democráticas de América Latina.
Lamentablemente, los gobernantes no asociados al eje populista del ALBA —o a los simpatizantes suyos como los de Argentina, Brasil y Uruguay— también están bailando con la música que tocan en Caracas y en La Habana.
Sea por no enajenar los votos de la izquierda en sus respectivos países, o por creer que a Cuba se le pueden aplicar las mismas reglas de decencia política que a los países con estadistas elegidos en las urnas, definitivamente a los gobernantes latinoamericanos les importa un comino la larga tragedia cubana.
Y que lo aprendan de una vez: con los Castro no hay lógica que valga.

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