Armando Navarro Vega
Juan Arsenio Valdés César |
En la misma medida en que se consolida en el poder, Fidel Castro
cataloga a sus críticos como “agentes contrarrevolucionarios al
servicio del imperialismo norteamericano”, avanzando en el
establecimiento de una pauta que será inamovible a partir de
entonces: “O estás con Él (la encarnación de la Patria, la
Revolución, el Socialismo, la Igualdad, la Justicia, la
Independencia, la Soberanía, etc.) o estás contra Él y al lado de
los Yankees”. Así lo ha entendido y asumido también históricamente
una parte importante de la izquierda occidental, brindándole un
apoyo maniqueo e irrestricto.
La disidencia, elevada a la categoría de delito, es considerada desde
esa óptica como una traición en complicidad con una potencia
extranjera con la que el país está en guerra. En ese escenario
cualquier medida de represión estará justificada, por lo que una
condena a 15, 20 ó 30 años de prisión resulta casi piadosa en
comparación con la pena de muerte.
- Institucionalización y justificación ideológica de la represión.
Con la declaración del
carácter socialista de la revolución el domingo 16 de Abril de 1961,
se instauró el marxismo leninismo como ideología oficial. Esto le
otorgó al régimen una conexión histórica y geoestratégica con un
sistema político, económico y militar totalitario, liderado (y
tensionado) por la URSS y China, y bajo el cual vivían en aquellos
momentos unos 1,000 millones de personas, aproximadamente la tercera
parte de la población del mundo en el año 1960.
El reconocimiento oficial y
diplomático en todos los organismos internacionales del que gozaban
las dictaduras comunistas, el apoyo (con matices pero sin fisuras)
de la influyente izquierda occidental y de los medios de
comunicación controlados por ella, la existencia de un sistema
económico y de un mercado común, así como la posibilidad de recibir
ayuda militar en caso de agresión, le imprimían una legitimidad
internacional y una estabilidad externa e interna a la tiranía de la
que no gozaría jamás ninguna de las dictaduras de derecha
latinoamericanas.
De repente, Cuba se aleja
de su entorno socio-histórico-cultural más próximo y se convierte en
heredera de una “tradición de lucha” que se remonta a las
revoluciones y a los movimientos sociales y obreros del siglo XVIII
y XIX en Europa. El régimen adquiere un complejo, completo y
estructurado “método del conocimiento y transformación de la
realidad” (de hecho “el único método científico”) inspirado en lo
que Vladimir Ilich Lenin describió como “las tres fuentes y tres
partes integrantes del Marxismo” en un artículo homónimo [1]
publicado en Marzo de 1913:
“La doctrina de Marx es
todopoderosa porque es exacta. Es completa y armónica y ofrece a los
hombres una concepción del mundo íntegra, intransigente con toda
superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión
burguesa. El marxismo es el sucesor legítimo de lo mejor que la
humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía
política inglesa y el socialismo francés.”
De estas
fuentes emergen las tres partes:
- La filosofía del Materialismo Científico (o Materialismo Dialéctico e Histórico) define, desde la consideración de la materialidad y la cognoscibilidad del mundo, “las leyes generales del movimiento y el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento”. Según Lenin, pone orden al “caos y la arbitrariedad” imperantes en la historia y en la política, demostrando que de un modo de producción social “surge otro más alto”, gracias a la solución de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción.
- La Economía Política Marxista “demuestra” que la fuerza de trabajo al transformarse en mercancía genera la plusvalía, fuente de la riqueza de la clase capitalista y germen de su propia destrucción, en la medida en que crece y se polariza la apropiación de la riqueza por unos pocos, y se socializa la miseria de manera creciente.
- El Socialismo Científico, “expresión teórica del movimiento proletario”, revela el papel de la lucha de clases en la solución de las contradicciones a través de la revolución proletaria, en la que “el proletariado toma el poder político, y, por medio de él, convierte en propiedad pública los medios sociales de producción, que se le escapan de las manos a la burguesía… A partir de ahora es ya posible una producción social con arreglo a un plan trazado de antemano. El desarrollo de la producción convierte en un anacronismo la subsistencia de diversas clases sociales. A medida que desaparece la anarquía de la producción social languidece también la autoridad política del Estado. Los hombres, dueños por fin de su propia existencia social, se convierten en dueños de la naturaleza, en dueños de sí mismos, en hombres libres... este acto que redimirá al mundo es la misión histórica del proletariado moderno.”[1]
O sea, con la construcción
del Comunismo (razón de ser y objetivo final del socialismo) queda
decretado el happy end de la historia de la humanidad.
A la luz de la doctrina
marxista leninista, Fidel Castro comienza a reescribir la historia
de Cuba y presenta a la revolución “socialista” de 1959 como la
culminación de un proceso que comenzó con las guerras de
independencia de 1868 y 1898, y que se frustró (producto de la
“ingerencia yankee” y la traición de la burguesía nacional) con la
“República mediatizada” o “neocolonia” instaurada en 1902, que
simboliza la Cuba que no es Cuba. La revolución se convierte así en
la síntesis histórica de la nación y en su único futuro posible.
Fidel Castro también
confisca la historia y la patrimonializa en nombre de la soberanía.
Ya lo advierte Milán Kundera: “Los hombres quieren ser dueños del
futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al
laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las
biografías y la historia”.
[1]
La nueva identidad nacional que surge con la revolución, como resultado
de la “verdadera y definitiva independencia”, se define en torno a
dos ejes: la construcción de la sociedad socialista, y la lucha
contra el imperialismo yankee. Ello demanda y exige la unidad
inquebrantable de todo “el pueblo” (revolucionario, trabajador y
combatiente según los nuevos valores) contra “el enemigo” interno y
externo.
Dado que se trata de una tarea épica imposible de realizar de manera
individual, el verdadero protagonista de la sociedad ya no es el
ciudadano, sino el “pueblo”, que marchará victorioso bajo la
orientación de la gloriosa doctrina marxista leninista, del Partido
(no necesita apellidos, solo hay uno) y en primerísimo lugar bajo la
dirección del invencible Comandante en Jefe.
Aquellos que forman parte del pueblo serán “compañeras y compañeros”,
expresión niveladora con la que se pretenden borrar las
diferencias sociales clasistas implícitas en la fórmula “señoras
y señores” (no digo nada de “Damas y Caballeros”), mientras que el
término “ciudadano” llegará a tener una connotación negativa, y se
empleará casi exclusivamente por la policía para referirse a un
detenido, o para señalar públicamente al responsable de una conducta
antisocial.
Con la declaración del carácter socialista de la revolución y la
adopción del marxismo leninismo como doctrina oficial, la represión
queda plenamente justificada desde el punto de vista ideológico. La
confiscación de la propiedad privada es ahora, según establece el
“Socialismo Científico”, un requisito para la consolidación del
poder político del proletariado, representado por la máxima
dirección del Partido, el Estado y el Gobierno. La lucha contra el
enemigo de clase, el imperialismo y sus lacayos justifica la
desintegración de todo el “aparato de explotación y dominio
económico, político, social, jurídico o cultural”, entiéndase el
viejo orden institucional republicano y la sociedad civil. También
justifica el amplio despliegue represivo con su saldo de detenidos,
condenados, “evacuados” y fusilados, que ya fue analizado con
anterioridad.
La construcción del socialismo requiere el establecimiento de un nuevo
“contrato social” y la redefinición de los conceptos de libertad,
soberanía, patria, justicia social, del ejercicio de la democracia y
de la participación en las tareas que reclama la edificación del
Hombre Nuevo y de la sociedad socialista. Todo ello, considerando
las “condiciones históricas concretas” en que tiene lugar el proceso
cubano, como expresión de su singularidad.
Ese nuevo contrato social demanda altísimas cotas de heroísmo,
sacrificio y entrega a la causa de la revolución y el socialismo, de
renuncia a la individualidad, y sobre todo de una lealtad
inquebrantable, en particular al Máximo Líder.
Fidel Castro jamás le daría a un cubano el famoso consejo atribuido al
dictador español Francisco Franco (“Haga como yo, y no se meta en
política”), porque la neutralidad en Cuba se consideró como una
forma de contrarrevolución. Nadie puede “quedarse en la cerca”. O
estás dentro, o estás fuera.
El compromiso individual se mide entonces por un activismo frenético,
por la “integración y la participación en las organizaciones
políticas y de masas” dirigidas y controladas por el Partido y el
gobierno, que actúan como “garantes del derecho de asociación, de
reunión y de libre expresión de las opiniones”, eso si, siempre que
no sean contrarias a la revolución.
Dichas organizaciones (apoyadas además por un gigantesco aparato de
propaganda dirigido por el DOR, siglas del Departamento de
Orientación Revolucionaria del Comité Central de Partido Comunista
de Cuba) garantizan el control ideológico sobre la población.
En la práctica toda la estructura política, institucional y
organizacional del Partido, el Estado, el gobierno y la sociedad en
general se concibió (al margen de sus funciones y atribuciones
específicas) como un gigantesco aparato represivo al servicio de la
Inteligencia y la Contrainteligencia, por el que asciende
información hasta el más alto nivel de dirección para su análisis
(el único que conoce toda la información) y descienden decisiones y
“orientaciones” que han de cumplirse sin discusión, siguiendo una
estructura típica de Estado Mayor, convenientemente compartimentada.
Cada persona en razón de su edad, sexo, función y ocupación ha de estar
integrada generalmente en más de una organización; los niños en la
Unión de Pioneros de Cuba y en la Sociedad de Educación Patriótico
Militar, donde aprenden “a ser como el Che”; las mujeres en la
Federación de Mujeres Cubanas; la población en general mayor de 14
años, en los Comités de Defensa de la Revolución. Los estudiantes en
su momento a las Brigadas Estudiantiles José Antonio Echeverría, a
la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media o a la Federación
Estudiantil Universitaria. Los campesinos a la Asociación Nacional
de Agricultores Pequeños, y los trabajadores a la Central de
Trabajadores de Cuba a través de sus sindicatos nacionales y
ramales. La “vanguardia revolucionaria” se alista en el Partido y en
la Juventud Comunista, además de pertenecer a todo lo demás.
Entre las organizaciones encargadas de la defensa y a las que pertenecen
indistintamente los hombres y las mujeres están la Reserva de las
Fuerzas Armadas, las Milicias Nacionales Revolucionarias, la
Milicias de Tropas Territoriales (desde 1980) la Defensa Civil, o
las Brigadas de Producción y Defensa. También entrarán en esta
categoría las Brigadas de Respuesta Rápida empleadas en los actos de
repudio en la actualidad, y el Bon UJC MININT (un batallón de apoyo
al Ministerio del Interior integrado por militantes de la Unión de
Jóvenes Comunistas).
Dentro de la estructura institucional represiva, los Comités de Defensa
de la Revolución, creados como ya se dijo el 28 de septiembre de
1960, representan una notable contribución cubana al repertorio
instrumental represivo socialista. Así lo anuncia Fidel Castro en el
discurso pronunciado ese día, ante una concentración de “bienvenida”
a su regreso de Naciones Unidas, frente al entonces Palacio
Presidencial:
“Vamos a establecer un
sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de
vigilancia revolucionaria colectiva! Y vamos a ver cómo se pueden
mover aquí los lacayos del imperialismo, porque, en definitiva,
nosotros vivimos en toda la ciudad, no hay un edificio de
apartamentos de la ciudad, ni hay cuadra, ni hay manzana, ni hay
barrio, que no esté ampliamente representado aquí. Vamos a
implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo, un
sistema de vigilancia colectiva revolucionaria que todo el mundo
sepa quién vive en la manzana, qué hace el que vive en la manzana y
qué relaciones tuvo con la tiranía; y a qué se dedica; con quién se
junta; en qué actividades anda. Porque si creen que van a poder
enfrentarse con el pueblo, ¡tremendo chasco se van a llevar! porque
les implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada
manzana, para que el pueblo vigile, para que el pueblo observe, y
para que vean que cuando la masa del pueblo se organiza, no hay
imperialista, ni lacayo de los imperialistas, ni vendido a los
imperialistas, ni instrumento de los imperialistas que pueda
moverse”.
Los CDR finalmente se implantaron en cada calle, en cada “cuadra”, a 100
metros de distancia unos de otros hacia delante y hacia atrás, a
derecha e izquierda. La “vigilancia revolucionaria” no solo
permitiría detectar rápidamente cualquier actividad o comentario
sospechoso, sino que sembraría definitivamente una profunda
desconfianza en el prójimo, y contribuiría decisivamente a la
fragmentación de la resistencia y de la sociedad.
La delación, considerada culturalmente hasta entonces como una de las
acciones más infames y abyectas, se haría virtud y estaría acechando
potencialmente en todos los espacios convivenciales, en el lugar de
residencia, en el centro de estudio o de trabajo, en los sitios de
ocio, en las “organizaciones de masas”, en las organizaciones
infantiles y juveniles. Hasta en la familia. Hermanos, hijos, padres
y esposos anteponiendo el “deber revolucionario” a los lazos
filiales. El horror orweliano hecho realidad en una desdichada isla
del Mar Caribe, a 90 millas de los Estados Unidos. Y en el papel de
Gran Hermano, el hijo de un inmigrante gallego.
No obstante, creo que no sería justo atribuirle todo el “mérito” al
Comandante en Jefe por la efectividad del sistema represivo cubano,
ni concederle enteramente el crédito a la Stasi o al KGB. Hay un
fallo en el carácter nacional, una tara en nuestro ADN social,
histórico, cultural y político que lo ha hecho posible y que lo ha
mantenido a lo largo de los años.
En realidad, Fidel Castro afloró lo peor de nuestra
herencia hispana
[2]: la
intransigencia (a la que le añade el apellido “revolucionaria”) el
maniqueísmo, la violencia y el extremismo político, la conversión
del discrepante en enemigo, la envidia y la resistencia al
reconocimiento del mérito ajeno, la eterna tendencia fraticida que
tan bien simboliza el “Duelo a Garrotazos” de Goya, diametralmente
opuesta a esa otra convicción tan republicana y criolla de que “los
problemas se resuelven entre cubanos”; o a ese optimismo
antropológico que nos hacía creer y proclamar que “Cuba era una isla
de corcho, que no había quién la hundiera”.
Coincido con la
apreciación
[3]
de que el Comandante
encontró en parte la inspiración para su modelo totalitario de
gobierno en los recursos utilizados por los Capitanes Generales de
la isla para ejercer su dominio político militar: censura, supresión
de los derechos de expresión, de reunión y asociación; prisión o
muerte, destierro y confiscación de los bienes para los que osaran
desafiar a la corona; limitación de la libertad económica,
administración del país como si fuera una hacienda ganadera.
¿No fueron, como ya se comentó, las Reconcentraciones de Valeriano
Weyler en 1896/97 (en aquel caso un auténtico genocidio por hambre)
el antecedente de la “evacuación” de la población del Escambray y su
asentamiento en los “Pueblos Cautivos”?
¿No fue acaso el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina, escogidos
por “sorteo” para morir el 27 de Noviembre de 1871, acusados y
condenados sin pruebas por la supuesta profanación de la tumba del
periodista español Gonzalo de Castañón, un antecedente de las
ejecuciones “por convicción revolucionaria”?
¿No fue el Cuerpo de Voluntarios (una especie de milicia auxiliar
integrada por peninsulares y criollos integristas, encargada de “vigilar,
espiar y perseguir a los sospechosos de infidencia o apoyo al
enemigo separatista entre la población civil urbana”) un
antecedente de los CDR, o de las “Brigadas de Respuesta Rápida” para
reprimir a los disidentes?
¿No fueron los sucesos del 22 de enero de 1869 en el Teatro Villanueva,
en que los Voluntarios atacaron a los espectadores por proferir
vivas a Cuba libre, o el asalto dos días después al Palacio de
Aldama y al Café El Louvre por parte de los mismos facinerosos,
auténticos “actos de repudio”?
¿No fueron las generaciones de cubanos desterrados por el autoritarismo
colonial, asentadas a lo largo del siglo XIX mayoritariamente en
Estados Unidos y Europa, el antecedente histórico de la diáspora
actual?
¿No recuerda esta frase del manifiesto fundacional del Cuerpo de
Voluntarios: “Cuba será española, o la entregaremos convertida en
cenizas”, al lema de Patria (Socialismo) o Muerte? ¿O a la
última estrofa de una canción compuesta por dos conocidos trovadores
apologéticos en la que afirman que “será mejor hundirnos en el
mar, que antes traicionar la gloria que se ha vivido”?
Ya sea incinerados o ahogados, la alternativa (entonces y ahora) es la
muerte, si no se acepta el pensamiento único impuesto por el poder.
¿Por qué? ¿En nombre de qué? ¿A mayor gloria de quién?
El marxismo leninismo cumple en Cuba a la perfección la función que
Jean-François Revel le atribuye a cualquier ideología: eximir de la
verdad, de la honradez y de la eficacia. La “teoría” no se somete al
juicio implacable de la realidad; la ideología desconoce la
realidad, la sacrifica o la inventa en virtud de la fidelidad
abstracta a la ortodoxia, justificando cualquier disparate,
cualquier atrocidad, cualquier crimen. La realidad se subordina a la
ideología, la apariencia se impone a la realidad:
“Pues la ideología es una
mezcla de emociones fuertes y de ideas simples acordes con un
comportamiento. Es, a la vez, intolerante y contradictoria.
Intolerante, por incapacidad de soportar que exista algo fuera de
ella. Contradictoria, por estar dotada de la extraña facultad de
actuar de una manera opuesta a sus propios principios, sin tener el
sentimiento de traicionarlos. Su repetido fracaso no la induce nunca
a reconsiderarlos; al contrario, la incita a radicalizar su
aplicación”.
[4]
El adoctrinamiento y la propaganda política serán a partir de entonces
los principales instrumentos para sembrar la ideología y anular la
conciencia crítica de las personas. Con la Ley de Nacionalización de
la Enseñanza promulgada el 6 de Junio de 1961, todos los colegios
privados, laicos o religiosos, pasan a ser propiedad del Estado, y
se impone una sola visión de la realidad, una única interpretación
de la historia, un único “método científico para conocer y
transformar la realidad” basado en la utilización dogmática de la
dialéctica materialista.
La educación es panfletaria, sectaria e ideológicamente discriminatoria
para quien la imparte y quien la recibe, teniendo que acreditar en
ambos casos su “condición revolucionaria” para tomar parte en ella.
Además de la capacidad infinita de censura que concede el monopolio de
los medios de comunicación, se impone una rigurosa desinformación
que consiste en escoger sistemáticamente los datos que confirman la
deformación ideológica de la realidad, muchas veces de manera burda,
pero sin consecuencias para el régimen porque no hay forma de
denunciar la mentira.
Por ejemplo, la gente en Cuba sabe desde hace muchísimos años que los
imaginarios “éxitos productivos” que proclama el Noticiero Nacional
de Televisión, jamás (¡jamás!) se traducen en una mejora de los
abastecimientos, sino todo lo contrario. Normalmente cuando se
anuncia “un sobrecumplimiento del plan de producción de tomates en
la provincia”, todo el mundo decodifica y traduce acertadamente el
mensaje como: ¡Hay que comprar tomates, que se van a acabar!
Un chiste muy viejo recomienda instalar una antena de televisión en
el frigorífico para “llenarlo de alimentos”.
La propaganda se entrelaza y complementa activamente al sistema
educativo. Está dirigida a sembrar y consolidar en las mentes de los
ciudadanos un conjunto limitado de ideas asombrosamente simples que
acaban siendo asumidas como propias, como “verdades evidentes”,
generalmente impregnadas de sentimientos y emociones, y expresadas
simbólicamente a través de consignas y frases hechas como: “Cuba
antes de la revolución era el burdel de los Estados Unidos”; “Los
alzados en armas en el Escambray eran unos bandidos asesinos”; “El
futuro pertenece por entero al socialismo”; “La Educación y la Salud
son logros incuestionables de la revolución”; o “El Bloqueo
imperialista (ahora se le añade el adjetivo criminal) es la
causa principal de la situación del país”.
En la actualidad se hace mucho hincapié en generar y mantener el “miedo
al cambio”, presentándolo como un “regreso al pasado” (¡ojalá se
pudiera retornar al punto de partida para empezar la reconstrucción
de la nación desde aquellas bases!) propiciado por el afán
revanchista de la “mafia de Miami”, dispuesta a recuperar sus
propiedades y a sacar de sus casas a los actuales habitantes, a
erradicar los “logros de la revolución”, a entregar el país a los
Yankees, y a restaurar el capitalismo explotador con más brío aún,
como castigo por la osadía de querer construir un país socialista a
90 millas del monstruo imperialista. Eso sin contar las represalias
contra “todos los cederistas”, o lo que es lo mismo, contra el 95%
de la población mayor de 14 años.
Ciertamente, lo que da mucho miedo es el capitalismo de pacotilla que la
clase dirigente está construyendo en Cuba con el objetivo de cambiar
sin cambiar. Muchos creen en la isla que la explotación despiadada y
la falta absoluta de derechos que sufren los trabajadores cubanos
empleados por las corporaciones y empresas mixtas que operan en el
país, es lo habitual en el resto del mundo.
Además, las necesidades básicas no cubiertas son tan angustiosamente
apremiantes, que la gente está dispuesta a cualquier cosa por
conseguir cinco dólares.
En cierta ocasión hablé sobre el tema con un cubano de visita en España,
que trabajaba en una cadena hotelera española radicada en Cuba. Le
dije que me parecía escandalosa la forma en que estaban siendo
explotados por la empresa y por el gobierno, a lo que contestó: -Lo
sé de sobra, todos lo sabemos, pero es la diferencia entre comer y
no comer. ¿Sabes lo que te digo? ¡Que no me defiendas, compadre, que
tu estás aquí y yo allá!
Lo comprendo perfectamente. La diferencia fundamental entre el “aquí” y
el “allá” consiste en que yo tengo derechos y él no tiene ninguno,
al punto de ser discriminado en Cuba, su país de nacimiento… ¡por
ser cubano!
Confieso que me sentí como Mario Ruoppolo, el
personaje protagónico de la película “El Cartero (y Pablo Neruda)”
[5] en
aquella escena en que unos pescadores pierden por su culpa la venta
de unas almejas.
La acción transcurre en la terraza del bar situado frente al pequeño
puerto de la isla en la que se desarrolla la trama. Un matón del
señor Di Cósimo, el politicastro del pueblo, regatea el precio de
las almejas con un pescador. La transacción está a punto de cerrarse
cuando Mario, que les observa desde una mesa, le afea la conducta: -Oiga,
¿no cree que los pescadores ya están bastante explotados? Ha dicho
que son 300 liras, ¿por qué ha de dárselas por menos? Este,
ofendido, dice que no quiere explotar a nadie y se marcha sin
comprar. Los pescadores, indignados, increpan a Mario y le gritan
que por qué no se mete en sus asuntos, a lo cual este responde
cabizbajo y apenado: - ¡Yo sólo quería ayudar!
La revolución cubana está de rebajas. El “Socialismo Reciclado del Siglo
XXI” consiste en seguir exigiendo a la población la renuncia a sus
derechos y libertades individuales, pero ahora en favor de un estado
capitalista mafioso y autoritario que se hace llamar socialista, con
la esperanza de mantener (con muchísima suerte) una salud y una
educación presuntamente gratuitas y absolutamente deterioradas, y
comer sin demasiadas angustias regularmente. Se trata de una pirueta
política para ganar tiempo, hasta que la madre naturaleza aporte “la
solución biológica” al problema de Cuba.
En cualquier caso, y a diferencia de la mayoría de los países
socialistas de Europa Oriental, en los que de cierta manera la
ideología llegó a situarse por encima de la clase dirigente, en Cuba
el marxismo leninismo siempre ha estado subordinado a la
interpretación y a los dictados del Comandante en Jefe.
La ideología se ha puesto al servicio de la finalidad última del
régimen: mantener una estructura de poder en cuyo ápice estratégico,
y a años luz de cualquier otro dirigente subalterno, está Fidel
Castro (o su espectro) Y si alguien lo duda, solo tiene que apreciar
los enormes esfuerzos que despliega el hermanísimo General
Presidente y la gerontocracia acompañante para estar a la altura de
los desafíos del momento, ahora que el Líder Máximo está, pero no
está.
La ideología en Cuba ha sido y es simplemente atrezzo. Como dice la
letra del conocido bolero de La Lupe: puro teatro; falsedad bien
ensayada, estudiado simulacro. Pero nunca hay que obviar el hecho de
que el marxismo leninismo, como ideología de estado, ha sido la
coartada como en tantos otros casos para legitimar el ejercicio del
poder de manera totalitaria; para camuflar el ansia infinita de
poder de un líder, detrás de conceptos vacíos de significado real
para la sociedad y el individuo.
- Institucionalización de la escasez organizada
A juzgar por las circunstancias que relato seguidamente, este recuerdo
puede corresponderse con un día de principios de 1962. Seguramente
un domingo, fui con mis padres a almorzar a “La Oriental”, un
restaurante-cafetería de comida china y criolla, que compartía las
esquinas formadas por la intersección de las calles Zulueta y
Neptuno con el Hotel Plaza, la Manzana de Gómez y el Parque Central.
A mi me encantaba frecuentar el sitio por la magnífica vista a ras de
calle que permitían disfrutar sus paredes exteriores de cristal, por
la posibilidad de ver pasar al “Caballero de París” (el loco más
ilustre de la ciudad que por entonces merodeaba por allí, con su
capa, su melena y su barba que aún estaban bastante limpias y no
eran blancas del todo) por el frío aire acondicionado en su
interior, la amabilidad de los camareros chinos y cubanos, la
extensión de la carta que solía leer de principio a fin por el puro
placer de ejercitar mis habilidades lectoras, y por la promesa de un
Sundae de chocolate como broche de oro, casi tan bueno para
mi gusto como los de la cafetería “Pullman”, situada cerca de allí
en la misma acera del Teatro Alkázar, remozado y reabierto justo en
1962 con el nombre de Teatro Musical de la Habana.
Ese día todo parecía bastante normal, hasta que nos trajeron la carta.
El número de páginas se había reducido sensiblemente a una, pero lo
curioso es que todo lo que en ella venía eran marcas de puros y de
cigarrillos con sus precios, y solo al final las dos únicas ofertas
gastronómicas a disposición de los comensales: Puré San Germán y
“Macarrones al Plato”, o sea, sin salsa de tomate, ni queso, ni nada
de nada.
Mis padres decidieron regresar a casa sin intentar comer en otro sitio,
y recuerdo vívidamente sus caras de preocupación, el gesto cómplice
de consuelo que me dedicó el camarero a la salida, y la perplejidad
que me produjo que en aquel sitio no hubiese comida. Para mi aquello
era equivalente a que en el mar no hubiese agua.
Ya hacía algún tiempo que los suministros fallaban. Era frecuente en los
restaurantes que al entregar la carta el camarero indicara “lo que
quedaba” para que el cliente no perdiese su tiempo. La mantequilla
había desaparecido, acabando así con una tradición sagrada en la
hostelería cubana: en cada mesa, de oficio, una jarra con agua
helada, pan y una porción de mantequilla para alegrar la espera.
El desabastecimiento se sentía en las casas y se veía en los
anaqueles de las bodegas, en las carnicerías y en los puestos de
frutas y hortalizas. Según afirmaban los medios de comunicación,
ello era responsabilidad del imperialismo yankee, y de una nueva
raza de seres desaprensivos que recibían el nombre de
“acaparadores”, que poseían almacenes clandestinos atestados de todo
tipo de cosas para revenderlas después en “la bolsa negra” a unos
precios astronómicos, lo que los convertía en
contrarrevolucionarios.
Mi familia también era acaparadora, pero con destino al autoconsumo. Mi
abuela escondía un botín debajo de su cama consistente en dos cajas
de leche condensada y dos de leche evaporada (96 latas en total,
“leche para tres meses” como solía decir con su encantadora
ingenuidad) y en la casa de mis padres había un pequeño armario
empotrado donde se “ocultaban” de manera un tanto ridícula, detrás
de un cartón, varias latas de sopa Campbell, de albóndigas y de
frijoles negros, que comenzaron a estallar alrededor del año 1965 ó
1966, poniendo fin de manera estruendosa a aquella reserva
estratégica de guerra.
Ya había colas y tumultos que en algunas ocasiones, como una que
recuerdo en el mercado de Carlos III, terminaban en reyerta. También
escaseaba la ropa, el calzado, los artículos de limpieza e higiene
personal, los efectos electrodomésticos, las piezas de repuesto para
los automóviles, y un largo etcétera.
Mi padre solía contar un par de anécdotas sobre este período que
ilustran cómo reaccionaba la gente ante la situación.
Antes de que arreciaran las carencias, un sábado por la tarde, casi a la
hora de cierre de las tiendas, entró a una zapatería (en Cuba se les
llama peleterías) en la que estaban un cliente y el dependiente,
junto a unas 10 cajas de zapatos de la marca Florsheim colocadas
sobre el mostrador.
Mi padre, desde la puerta, miró las cajas, al cliente y al dependiente;
ambos miraron a mi padre y luego se miraron entre sí como si
hubiesen sido sorprendidos in fraganti cometiendo algún delito, en
medio de un silencio sepulcral. La tensión iba en aumento.
Quizás por ello el comprador se sintió en la necesidad de ofrecer una
explicación, y sentenció: -“Señor, compre todo lo que pueda, que
todo se va a acabar”. Mi padre le agradeció cortésmente el
consejo y salió lo más rápido que pudo del lugar, pensando que allí
podía estar ocurriendo algo más a juzgar por la misteriosa actitud
de los personajes.
Esa noche se reunió con unos amigos, y les contó entre risas que se
había encontrado con un loco que al parecer se había comprado 10
pares de zapatos (bastante caros por cierto) y que pronosticaba “que
todo se iba a acabar” ¿Quién podía creer tamaño disparate? Eso solo
pasaba en las guerras... ¿o no?
Un tiempo después, cuando la escasez iba en aumento, mi padre y un par
de amigos conversaban sobre la situación y las soluciones que cabría
esperar del socialismo.
Uno de ellos comentó que había oído decir que en la Unión Soviética
faltaban las cosas más elementales, que incluso escaseaba el trigo y
el maíz, y que había escuchado que las mujeres no conocían las
medias de Nylon.
Entonces el otro, con una lógica aplastante, argumentó: - “Chico, ¿tu
crees que un país que acaba de enviar un hombre al espacio, no va a
ser capaz de sembrar maíz y de fabricar unas medias?” La solidez
del razonamiento les devolvió la tranquilidad, pero más temprano que
tarde comprobarían que, efectivamente, la escasez y la pésima
calidad de los productos y servicios era un rasgo estructural del
socialismo. En realidad, era mucho más que eso.
En Marzo de 1962 se anuncia el racionamiento de los alimentos, de la
ropa y de los productos industriales de uso personal y doméstico en
general, como una medida extrema pero necesaria, encaminada a
garantizar a la población una canasta de productos básicos a unos
precios subvencionados, contrarrestando así los efectos del
“criminal bloqueo imperialista”, y el intento de los especuladores
de obtener pingües ganancias con las carencias del momento.
Además, se utiliza el falaz argumento de la “distribución equitativa y
justa” que permitiría que cientos de miles o millones de
cubanos, que supuestamente no comían antes de la revolución,
pudieran hacerlo ahora con total garantía. Es el mismo slogan que
suele emplear la retroprogresía occidental (¡a la española en
particular le encanta!) para considerar el racionamiento en Cuba
como el paradigma de la justicia y la equidad socio económica.
Haciendo una enorme concesión, todavía tendría “un pase” este
argumentario (con muy buena voluntad, reconociendo su origen en una
“antinorteamericanitis” crónica e incurable) si la cuota
realmente hubiese alcanzado alguna vez para vivir, si no hubiésemos
tenido que recurrir sistemáticamente al mercado negro y al trueque
de productos para completarla, y si no fuese absolutamente necesario
en estos momentos tener dólares o euros para poder comer todos los
días.
Para organizar la escasez se creó el ya mencionado ente administrativo
conocido como “la OFICODA” (Oficina de Control y Distribución de
Alimentos), con todo su despliegue burocrático de modelos y
planillas (RD-3, RD-5, etc.) que permitía registrar y controlar los
movimientos temporales o permanentes de cada ciudadano.
Los CDR fueron los encargados de elaborar los primeros registros de
consumidores residentes en cada calle, y de entregar la primera
Libreta de Abastecimientos, nombre con el que se conoce la cartilla
de racionamiento de los alimentos, a la que seguiría después la
Libreta de Productos Industriales (desaparecida hace algunos años
ante la imposibilidad de satisfacer mínimamente la demanda, y en
favor de las tiendas en divisas convertibles) que “normaba” el resto
de los productos que el Estado socialista consideraba necesarios y
suficientes en calidad y cantidad para un cubano “normalizado”.
Recuerdo perfectamente la recepción de nuestra primera libreta. Los
vecinos formamos una fila ante una mesa de madera situada en los
bajos del número 22 de la calle Consulado, donde estaban los
listados de las personas incluidas en cada núcleo familiar y las
cartillas correspondientes (una por familia) que se iban entregando,
previa revisión de los datos, a los jefes de núcleo. La persona
encargada de ese acto administrativo se llamaba Silvia, con la que
compartí vecindario durante muchísimos años.
Me imagino que no somos muchos los que conservamos un recuerdo preciso
de ese momento, a pesar de la importancia que luego ha tenido en
nuestra historia individual y colectiva. En el instante en que
escribo estas líneas, la libreta (como le decimos abreviada y
cariñosamente) ya cumplió 49 años hace unos meses, en medio de un
debate acerca de su posible desaparición que ha rebasado el marco
nacional, en el que hay todo tipo de opiniones a favor o en contra,
y de especulaciones acerca de su posible “significado” por parte de
aquellos que están empeñados en ver “señales de cambio” en la isla.
Pero en rigor el racionamiento o la escasez organizada ha sido,
más allá de la probada incapacidad del llamado socialismo real para
generar riquezas, una política deliberada y sistemáticamente
desarrollada con fines represivos y de control humano. La cartilla
solo ha representado un instrumento más al servicio de dicha
política.
La libreta se convierte junto con el Carné de Identidad (que entraría en
vigor el 15 de Junio de 1971 en cumplimiento de la Ley 1234, y con
la obligatoriedad de portarlo siempre
[6] en una herramienta de control de la movilidad
dentro del país. Nadie puede cambiar de domicilio y mucho menos de
provincia si no solicita la baja en el lugar de residencia anterior,
y no se inscribe en el nuevo registro de direcciones del CDR y en la
OFICODA del lugar de destino, presentando el modelo de rigor. Hasta
los movimientos temporales hay que informarlos y legalizarlos.
Resolver, conseguir, pugilatear, guapear o luchar se convierten en
verbos de uso corriente que reflejan la dificultad que supone llevar
comida a la mesa cada día, y el sentimiento de angustia asociado.
Buscar comida ha consumido una cantidad enorme del tiempo diario de los
cubanos en los últimos 50 años, en particular de las mujeres cubanas
(madres, trabajadoras, federadas, cederistas, milicianas y amas de
casa a la vez).
Además de desarrollar todo tipo de acciones ilícitas para completar la
ración (desde el robo directo al Estado, hasta el delito de
receptación), ha sido necesario hacer largas colas para adquirir la
cuota con el temor de que se acabaran los productos, con lo que
habría que esperar en el mejor de los casos “la segunda vuelta” otro
día, y hacer una nueva cola.
El humor popular representó la incertidumbre que ha caracterizado al
sistema de distribución cubano con la supuesta existencia de dos
planes: el “Plan Camarioca” (hay, pero no te toca) y el “Plan
Escambray” (te toca, pero no hay). Ello significa que, aún habiendo
el producto no puedes adquirirlo porque no tienes derecho, o que a
pesar de tener el derecho no puedes adquirirlo porque no hay
existencias.
(continuará)
--------------
[1]
Kundera, Milán.-. “El Libro de la risa y el olvido”, Seix
Barral, 2000. Citando al historiador Milan Hübl, añade:
“Para liquidar a las
naciones, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se
destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene
alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les
inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a
olvidar lo que es y lo que ha sido”
[2]
Fue nada menos que Manuel
Fraga Iribarne, ministro durante el franquismo, figura clave en
la transición democrática, padre del centro derecha en España y
admirador del personaje, quien dijo de Castro que “era un
ejemplo de hispanidad y de independencia”.
[3]
Díaz, Jesús.- “Otra pelea cubana contra los demonios” Revista
Encuentro de la Cultura Cubana número 6/7 Otoño/Invierno de
1997.
[4]
Revel, Jean-François.- “El Conocimiento Inútil”. Capítulo 9,
La Necesidad de Ideología. Espasa Calpe S.A., 1993
[5]
Título original “Il postino”, 1994, Italia. Director Michael
Radford. Reparto: Massimo Troisi, Philippe Noiret, Maria Grazia
Cucinotta.
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