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En el barullo de la muerte de Mandela la prensa occidental, siempre tan siniestra (en la primera acepción de la palabra) oculta y minimiza todo lo que puede la amistad de Mandela con los Castro y el apoyo de Mandela a la dictadura de los Castro.
Cuando mencionan esta relación, a todas luces degradante para Mandela, suelen echar mano de la “fidelidad” de Mandela. Sí, un Castro, pero es que Mandela era tan fiel a sus amigos. Hay que comprenderlo, era tan fiel, bendito. Es decir convierten la canallada de ser amigo de los Castro y de apoyar a Castro en una mota de polvo en la inmensidad moral de Mandela.
Hasta mi estimado Carlos Alberto Montaner, eterno aspirante a la presidencia de Cuba, y periodista notable, ha dicho que sí, que Mandela era amigo de Castro ¿y qué? Y qué. Ha dicho. ¿Y qué? Cómo que y qué. Ese apoyo y esa amistad y esa complicidad hacen de Mandela otro hombre. Otro hombre menos admirable y menos honrado, naturalmente. ¿Le parece poca cosa? ¿Qué hubiera pasado si Mandela, ese ídolo, ese faro moral de la humanidad, públicamente, hubiera denunciado la crueldad de las cárceles castristas y el horror de casos como el de Mario Chanes de Armas o Ernesto Díaz Rodríguez? Si le hubiera dicho a su amigo Castro, agradezco tu ayuda, pero no puedo ignorar el sufrimiento de esos hombres. Me rebaja, humanamente, ignorarlo. Qué. Qué hubiera pasado. ¿Los hubiera salvado o al menos aliviado de alguna manera? No lo sabemos. Pero Mandela tenía el imperativo moral de intentarlo.
Es un hecho innegable que la integridad de Mandela se resquebraja ante la evidencia de que ignoró el horrible destino de presos como él en circunstancias más duras y humillantes que las suyas, simplemente por conveniencia o por complicidades ideológicas.
Es decir por politiquería y por oportunismo.
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