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Rogelio Villarreal
Fidel Castro nunca tuvo intenciones de instaurar la democracia en Cuba después del derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista en 1959, a pesar de sus declaraciones que expresaban lo contrario. El germen del totalitarismo no tardó en aflorar y del anunciado proyecto nacionalista, con elecciones incluidas, se pasó en 1961 al comunismo prosoviético y antiimperialista: a la represión, a los fusilamientos y al exilio de cientos de miles de familias. En “Fidel Castro, el poder y su máscara” Antonio Elorza cuenta que el mismo líder de la revolución así lo reconoció en el Primer Congreso del Partido Comunista, en diciembre de 1975 cuando habla de un grupo de jóvenes que “nacieron a la conciencia política a principios de los años cincuenta” y que se empaparon de marxismo-leninismo como “doctrina atrayente e incontrastable” (Letras Libres, noviembre de 2002). Más claro, ni el agua: “Se hicieron y se proclamaron en cada etapa los objetivos que estaban a la orden del día y para los cuales el movimiento revolucionario y el pueblo habían adquirido la suficiente madurez”, sigue Castro en el Informe. “La proclamación del socialismo en el periodo de lucha insurreccional no hubiese sido todavía comprendida por el pueblo, y el imperialismo habría intervenido directamente con sus fuerzas militares en nuestra patria”.
El 17 de abril de 2010 murió a los 89 años Carlos Franqui, en Puerto Rico. Escritor y activista político, Franqui fue compañero de armas de Castro y director del diario Revolución desde la clandestinidad en 1955, en plena dictadura batistiana, hasta su salida de Cuba en 1963 por diferencias con una burocracia que no admitía disensos culturales ni, mucho menos, políticos, aunque no rompió abiertamente con el régimen castrista sino hasta 1968, cuando las tropas soviéticas aplastaron en la antigua Checoeslovaquia los esfuerzos reformadores de Dubcek. “Lo que yo quería era hacer una revolución cultural, no burocrática, e invitar a todo el mundo a conocer Cuba y su Revolución”, dijo en una entrevista a Letras Libres en 2006. Antes de partir había acercado a Cuba a intelectuales y artistas como Picasso, Breton, Le Corbusier, Sartre, Miró, Neruda y Goytisolo, pues creía en la consigna martiana de “ser cultos para ser libres”.
Al triunfo de la revolución el editor italiano Feltrinelli le pidió a Castro que escribiera su biografía, lo que éste a su vez le encargó a Franqui, quien, por su pertenencia al círculo íntimo del líder, tuvo acceso a una información copiosa y a documentos de primera mano, lo que le permitió publicar Cuba: el libro de los doce (1966) y, ya exiliado en Italia, Diario de la revolución cubana (1976). En Retrato de familia con Fidel (1981) Franqui ofrece en 536 páginas un cuadro descarnado y autocrítico de los primeros años de la revolución, los más crueles y sangrientos: la gesta desnuda y su líder inmoral, ávido del poder absoluto que para conseguirlo no duda en emplear todos los métodos, como habían hecho antes Lenin y Stalin en Rusia. Como Stalin, que borró de cuadros y fotografías oficiales la figura de Trotsky y otros disidentes, también Castro quiso cambiar la historia y eliminó a Franqui de numerosas fotografías, como la que ilustra la elocuente portada del Retrato con familia... Al ver esta foto, ya sin su rostro, Carlos Franqui escribió: “Descubro mi muerte fotográfica. ¿Existo? Soy un poco de blanco, un poco de negro, un poco de mierda en la chaqueta de Fidel”.
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