LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -En días recientes, he leído a periodistas independientes cubanos (no así a los oficialistas, que han guardado silencio) sobre el treinta aniversario de la invasión norteamericana a la isla de Granada (25 de octubre de 1983). Entre ellos hay interesantes artículos de Juan Reynaldo Sánchez, Arnaldo M. Fernández e Iván García Quintero.
También ha cubierto el asunto la televisora chavista TeleSur. Esa cadena, única del mundo que tiene un programa para denigrar a un país extranjero (“USA de verdad”), aprovechó también la efeméride para atacar de nuevo al “imperialismo yanqui”, atribuyéndole de manera subliminal la muerte del primer ministro de facto de la islita caribeña, Maurice Bishop. Y esto, a pesar de saberse que los norteamericanos intervinieron después de la deposición y el asesinato del personaje.
En alguno de los mencionados trabajos he observado que se enjuicia de manera crítica la postura asumida durante el conflicto por el jefe de las fuerzas cubanas. A raíz de los acontecimientos, nuestro pueblo ironizó al respecto: “Si quieres correr veloz, usa tennis Tortoló”, fue el chiste pujón y ripioso que circuló por aquellas fechas.
Cubanos reciben su ración de comida en un campo de prisioneros en Granada, en octubre de 1983. |
Sin embargo, el análisis sereno de los hechos nos conduce a valorar la actuación del alto oficial de manera diametralmente opuesta. Desde el punto de vista del arte de la guerra, actuó con acierto. Se vio obligado a enfrentar a fuerzas de élite, superiores en número y armamentos. Sus cientos de hombres tenían conocimientos militares (¿qué cubano no los posee, máxime cuando es enviado al extranjero en una misión de ese tipo!), pero no eran profesionales del ramo.
Atinó al ordenar el repliegue hacia puntos elevados. Sus subordinados resistieron en difíciles condiciones durante días. En definitiva, no se rindió y se limitó a retirarse de un combate perdido evitando caer prisionero. Pero no fue eso lo esencial: Lo más importante es que se negó a destinar a sus hombres al exterminio colectivo decretado desde La Habana por Fidel Castro.
Las órdenes dadas por el “Máximo Líder” al coronel eran terminantes: No agredir a las fuerzas norteamericanas, pero si éstas atacaban, defender las posiciones ocupadas “hasta el último hombre y la última bala”. Juan Reynaldo Sánchez lo llama “un suicidio anunciado”; García Quintero, “un golpe de efecto que enaltecería a la revolución”. Todo esto a costa de las vidas de cientos de compatriotas.
La descripción truculenta del supuesto final de la “heroica resistencia” —la fábula de los últimos seis cubanos que se inmolaron envueltos en la bandera—, ¿de dónde coño salió? ¿Fue una ideación del embajador cubano Torres Rizo, dispuesto a informar lo que en La Habana deseaban oír? ¿O fue otro más de los bodrios guisados en las tiznadas cocinas del Departamento Ideológico del Comité Central? ¿O provino de más arriba, de los encumbrados despachos del Palacio de la Revolución? Nunca se ha aclarado.
Al transmitirse la tremebunda noticia, me encontraba en lo que entonces era el Tribunal Provincial de La Habana, en 100 y 33, Marianao. Recuerdo que, mientras los locutores oficiales recitaban con voz engolada el texto mentiroso, dos empleadas crédulas atravesaban el ancho patio del edificio, deshechas en llanto.
Pero volviendo a la patriótica decisión de Pedro Benigno Tortoló Comas, resulta forzoso reconocer que ella permitió que, en lugar de centenares de muertos cubanos, hubiera “sólo” un par de docenas. Y eso lo logró al costo de su desgracia personal, la degradación y su posterior envío a Angola en calidad de soldado raso.
Todos estos son aspectos importantes de aquellos sucesos. Sin embargo, lo que echo de menos en la cobertura de esta noticia es la alusión a un detalle que me impactó y que merece atención. Me refiero al papel desempeñado en esa tragicomedia por la pacotilla transportada por los misioneros provenientes de Granada y exhibida ante las cámaras.
Los supuestos “héroes del enfrentamiento anti yanqui” fueron recibidos por el “Máximo Líder”, y el acontecimiento fue transmitido en vivo por la Televisión Cubana. A ese momento pretendió dársele la mayor solemnidad, lo que incluyó el “parte” rendido por el coronel jefe de la misión: “Comandante en Jefe, sus órdenes han sido cumplidas”.
Pero no resultaba posible tomar en serio a la larga teoría de compatriotas que, mientras avanzaban para recibir el apretón de manos del mandamás, permanecían adheridos a diversos equipos electrodomésticos. Descollaban en el desfile los ventiladores, debido a su mayor volumen y lo engorroso de su traslado.
Por eso creo que, en una galería de imágenes que ilustren los sucesos de Granada, no debe faltar alguna fotografía de un misionero dando la diestra al “Máximo Líder”, mientras blande en su mano izquierda un moderno aparato fabricado por “el enemigo”.
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