La Habana, noviembre de 2013 – Cines y salas de juegos creados por el sector privado para aplacar el aburrimiento es una muestra de lo que se puede lograr en poco tiempo con la descentralización de la economía. La prohibición del gobierno de estas actividades recreativas, muestra quienes son los que frenan los cambios.
¿Qué es el cine: Arte? ¿Método de colonización cultural? ¿Lavado de cerebro? ¿Entretenimiento?
La mayoría de los espectadores a los que he preguntado busca entretenerse, pasarla bien, pronunciar un “coñooo” cuando la tecnología y el ingenio les muestran algo sorprendente. Al menos, para muchos, ese es el ingrediente sine qua non de “la estupenda realidad que llaman cine”, como diría Ortega y Gasset.
Por otro lado están las condiciones de comodidad ideales para disfrutar de una película. La mayoría de los entrevistados mencionaron una sala climatizada, sillas o butacas cómodas, poder merendar o picar mientras ven la película. Los menos preferían degustar un trago en ese momento.
Esas dos condiciones, pasarla bien y cómodo, las reunían las salas privadas de exhibición cinematográficas en 3D que operaban públicamente, aunque sin una licencia que le permitiera ejercer dicha actividad.
A pesar de que el viceministro de cultura Fernando Rojas afirmó el pasado 27 de octubre de que no se trataba de prohibir este tipo de actividad, sino de regularla, lo cierto es que los cubanos dueños de salas 3D amanecieron el sábado 2 de noviembre con la prohibición tajante de reanudar las exhibiciones.
“La exhibición cinematográfica, que incluye las salas de 3D, así como la organización de juegos computacionales, nunca han sido autorizados y cesarán de inmediato en cualquier tipo de actividad por cuenta propia”, rezaba la nota informativa publicada por el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba el sábado 2 de noviembre.
Dueños de este tipo de salas, como Ronny, de la Víbora, esperaban que el gobierno le otorgara la licencia para legalizarse, aunque estuviera supervisada por el ministerio de cultura municipal. “He invertido miles de dólares en el negocio. ¿Qué hago ahora con todo ese equipamiento? ¿Cómo recupero la inversión?”
La casa de cultura del municipio 10 de octubre, cita en calzada de diez de octubre esquina a Carmen, tenía entre sus planes contratar el servicio de este tipo de cines para actividades con los niños. Pero con la nueva prohibición nadie se atreve si quiera a hablar del asunto.
“No era una mala idea. A los niños les encantan los animados en 3D, les divierte ponerse las gafas y encontrarse con sus personajes favoritos en esa dimensión. Si lográbamos que alguno de estos dueños de cine 3D accediera a este tipo de intercambio, lograríamos llevar el 3D a un número mayor de niños con pocas posibilidades de ir a una función privada”, declaraba una promotora cultural de la casa de la cultura, quien prefirió el anonimato.
El negocio del video juego
Una actividad menos extendida que el cine 3D, pero que gana adeptos en algunos lugares de la ciudad es el negocio del video juego. El Tecnopremier El Maravilla, un complejo tecnológico por cuenta propia, en la Calzada de 10 de octubre, entre San Francisco y Concepción, ofrece una variedad de servicios informáticos como la instalación de software, reparación de hardware, impresión y digitalización, clases de computación, y una moderna sala de video juegos que funciona las 24 horas, y cuyo encargado permitió fotografiar, aunque declinó ofrecer declaraciones.
A un precio de 20 pesos moneda nacional por hora de juego, la sala cuenta con computadoras conectadas en red para jugar a juegos como Call of Duty, Word of Warcraft, FIFA, y otros. Cuenta también con Xbox 360 con Kinect (Detector de Movimiento Corporal) con más de 30 juegos de esta clase. Todo un set de lujo en comparación a lo que pueden ofrecer los viejos software y computadoras de los Joven Club de Computación.
Con la nueva prohibición, los niños que actualmente asisten a estos lugares—que no son pocos— contarán con un lugar menos para poder jugar los video-juegos que les gustan. Tendrán que volver a hacer colas en algún Joven Club de Computación para acceder a juegos autorizados por la “política cultural del gobierno”, como Gesta Final, videojuego cubano que recrea el periodo de 1956 a 1959, en el que los rebeldes liderados por Fidel combatían en las lomas de la Sierra Maestra.
Sala video juego de El Maravilla, foto Julio Cesar Álvarez |
“Al paso que vamos tendremos que ir a locales clandestinos para poder ver las películas o jugar los juegos que nos gusten”, afirmaba Juan Carlos, un joven de 16 años fanático de los juegos de computadoras.
Para el cubano de a pie, la decisión de prohibir los cines 3D, y las salas de video juegos significa menos opciones de entretenimiento para un pueblo cansado de ver lo que le obligan a ver en salas de cines deterioradas por el tiempo y la ineptitud.
Pero para los soldados del Ministerio de Cultura de Cuba, una institución gobbeliana encargada de velar por la “pureza y calidad” de lo que se exhibe o se juega, la mayor preocupación reside en que “triunfe definitivamente el gusto masivo por una filmografía etiquetada en Hollywood, acompañada por productos televisivos que entronizan la banalidad y el entretenimiento más ramplón”.
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