En 1991 un amigo nos invitó a visitar una extraña finca localizada en la carretera a Managua, en las afueras de Ciudad de la Habana. Era un lugar amplio, bien arreglado y organizado, donde se crían animales domésticos. Era especialmente atractiva la sección donde se guardaban en sus jaulas los coloridos gallos de lidia. Pero lo más significativo era una valla circular para pelear gallos, grande, techada, formada por varios pisos con sus respectivos asientos.
Cuando empezó la función de las peleas de gallos, el Comandante Guillermo García ocupó el lugar mejor situado en la primera fila, rodeado de otros jerarcas del Gobierno y de las Fuerzas Armadas (FAR), y de varios extranjeros, todos latinoamericanos, en su mayoría mexicanos, que se habían trasladado a Cuba con sus gallos a participar en este evento.
La fiesta se fue poniendo buena y al poco rato los participantes ya estaban apostando, agitando los dólares verdes del Imperio con una mano y con la otra sosteniendo una cerveza, entre gritos y carcajadas, en medio de la orgía de sangre animal.
Yo contaba con sólo 19 años y estaba acostumbrado a la represión policial hacia todo lo prohibido, recuerdo que le dije al amigo que nos había invitado:
- ¡Oye, vamos rápido de aquí antes de que llegue la policía y cargue con todo el mundo!
A lo que mi amigo contestó riéndose:
- No se preocupen, relájense, coman, beban cerveza y disfruten de este espectáculo que no se da todos los días. Esos uniformados de verde olivo que ven por todos lados son "la policía", que está aquí para cuidar el evento, no para llevarse a nadie.
No era para menos mi preocupación, se estaban cometiendo, en aquellos tiempos, tres delitos graves a la vez, por los que había muchas personas cumpliendo prisión:
- Tenencia ilegal de divisas.
- Peleas de gallos prohibidas.
- Juego y apuestas ilícitas.
- Peleas de gallos prohibidas.
- Juego y apuestas ilícitas.
A cada rato iban llegando más personajes importantes, tanto en autos con chapa particular como de color blanco (ministros), o montando a caballo, que eran recibidos amablemente por el personal de la finca. Mi amigo nos iba ilustrando sobre quienes eran: el general fulano de tal, el coronel mengano, o el ministro tal.
La función de nuestro anfitrión, por encargo de Guillermo García, era la venta de calzado femenino de importación en un quiosco situado cerca de la valla de gallos. Costaban de 20.00 USD en adelante y fueron bien vendidos a las esposas de los personajes del Gobierno y a las jineteras que acompañaban a los extranjeros.
Yo solo conocía a dos personajes en aquella valla de lidia, uno era el Comandante Guillermo García Frías, de haberlo visto en numerosas ocasiones en actos públicos en la televisión. Pero en las gradas estaba también un personaje que conocía muy bien, que se caracterizaba por ser prepotente y abusador, el presidente del Club Cubano del Perro Pastor Alemán (CCPPA), el señor Juan Montenegro Vidal, también conocido como "el Don", quien se había auto creado la fama de que podía hacer y deshacer a su gusto y estafar a quien le diera su gana, por ser un intocable protegido de varios generales del Ministerio del Interior.
Montenegro también era famoso por poseer una valla de gallos clandestina en su residencia en la calle San Mariano esquina con Avenida de Acosta, en Lawton. La cual era un secreto a voces y donde se peleaban gallos frecuentemente, pero sin llegar a los niveles de Alcona.
Esta es una buena estampa de las dos Cuba que siempre han existido en nuestra patria desde 1959. Aquella tolerante y complaciente de la que disfrutan los funcionarios del Gobierno y sus protegidos, que contrasta con la otra Cuba llena de prohibiciones y represión a la que es sometido el pueblo.
Yo regresé a mi casa ese día más confundido que asombrado y con un chaleco de color gris que le obsequiaban a los visitantes de Alcona.
Chaleco obsequiado en la finca Alcona en 1991
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