en respuesta a un lector, ivan sostiene la hipotesis [tesis?]: "Pero lo que el libro hace es seguir muchos elementos comunistas que renacen en Occidente una vez acabada la Guerra Fría. Y que no forman parte de una conjura comunista internacional, sino de una lógica de rentabilidad (estética, iconográfica, comercial, publicitaria) capitalista. Occidente “colonizó” y absorbió parte del comunismo mientras decía que lo estaba enterrando" [negritas y subryados -lg]; que constituye una manera muy coherente de reflejar una serie de acontecimientos y tendencias que discurren en las primeras decadas de este siglo xxi. bienvenido el reto al desempolvamiento neuronal.
Iván de la Nuez
(Comparto aquí el fragmento de un capítulo -”Stalin Neocon”-, que aparece en la tercera parte -”El cuerpo”- de El comunista manifiesto).
Cuando Zhou Enlai fue preguntado por la Revolución francesa, respondió que era “demasiado pronto para opinar”. Con respecto a Stalin, la izquierda de Occidente ha dado su opinión demasiado tarde.
Si el fantasma de Marx, con el que se inicia este libro, ocupa un lugar volátil en el presente, el cuerpo de Stalin está jalonado por un lastre demoledor que le obliga a caer hasta aplastarnos, digámoslo así, por su propio peso. Marx vaga como una metáfora que flota fuera del tiempo. Stalin encarna –como el título de Heberto Padilla, el más famoso de los poetas disidentes cubanos- “el justo tiempo humano” de su cronología, marcada por las decenas de millones de sus muertos.
Incluso para sus adversarios, Marx está lleno de “peros” (su sabiduría, su estatura como ensayista, el halo romántico de alguien que nunca dirigió un Estado). Con Stalin, hay pocos “peros” que valgan. Es más, no hay una sola virtud, ni una sola maldad, que supere la expansión mortífera de su proyecto.
Marx está más allá de la muerte. Stalin es la muerte misma.
Consideremos, si no, esta confirmación: los líderes del comunismo –de Ceaucescu a Fidel Castro, de Kadar a Honecker- pueden haberse permitido el lujo de ser malos marxistas, pero ninguno ha sido un mal estalinista. Ese georgiano, cuyo mostacho es tan reconocible como el bigotito de Hitler, es el rito de paso por el que cada líder del socialismo real debe pasar alguna vez en su vida para saber, de verdad, cómo es esto de llevar las riendas el poder.
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