sábado, octubre 19, 2013

Últimas palabras de Fidel Castro | Neo Club Press

Ángel Velázquez Callejas
Fidel, Raul y Ramon [Abril 24/1996]/ www.cubadebate.cu
Estas serían las últimas palabras de Fidel Castro en su lecho de muerte: “Raúl, debemos un gallo a Vicente. Paga mi deuda y no la olvides”. Retomo aquí la notable frase del Fedon de Platón sobre Sócrates ante la muerte: “Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Paga mi deuda y no la olvides”. Y la caricaturizo con el objetivo de crearle sentido metafórico al carácter “noético” de la Revolución Cubana.
Frente a la muerte, Vicente de Castro fue un informante del mundo poscolonial que se avecinaba, mientras Fidel Castro es el vecino póstumo del mundo posnacional. Entre esos dos mundos, se creaba el carácter noético del régimen vigente en Cuba. Una huida que dejaba sin efecto político al mandato ético –”ese sol del mundo moral”– gracias a su derrota esencial. ¿Por qué la derrota de ese mandato en la primera mitad del siglo XIX, y que quiso recuperar Martí, no ha sido planteada como hipótesis inicial? No lo sabemos. Lo lógico fuera que el mandato “ese sol del mundo moral” se trastocara por otro, racional, anticlerical, en la iniciativa independista del médico cubano Vicente de Castro, quien creó el GOCA (el Gran Oriente de Cuba y Las Antillas). La idea moral individualista era sustituida por la idea de “dejarse conducir”. O, en palabras de los revolucionarios del siglo XX, “dejarse hacer”. Lo que implementaba Vicente de Castro era una metanoia, usando una metáfora médica. Era dejarse anestesiar.
En un par de ensayos que publiqué hace un tiempo (La masonería en la generación del 68 y La revolución cubana: entre el ocultismo y las ciencias sociales), deslicé ciertas intuiciones con el fin de abrir el debate sobre cuál era el lugar de origen metafísico de la idea de la “Revolución Cubana”. En esas suposiciones ontológicas determinábamos un ocultismo masónico de carácter noético. En esta ocasión, avanzamos sobre el siguiente criterio: aunque la historiografía insiste casi puramente en el carácter ideológico-nacionalista de la Revolución Cubana, pierde de vista que esa representación del espíritu revolucionario oculta la alteración del imperativo universal “ese sol del mundo moral” por otro dado a la muerte del sujeto. Oculta una conversión noética que no tiene que ver en lo profundo con un proyecto político o social, sino con llevar a cabo el lema utópico ” hay que cambiar al mundo”. La declaración de Vicente de Castro, hallada en los preceptos teóricos del GOCA, así lo confirma.
Vicente de Castro apuntaba: “El hombre no puede gobernarse por la Razón pura, pues tiene pasiones, hábitos e intereses radicales, a menudo contrarios a la Filosofía, la Moralidad y la Inteligencia Ilustrada; por lo que el buen legislador debe hacer que el principio ceda paso a la necesidad, hasta que por ley invariable del Progreso preparen el camino para que el interés material y el mental marchen de consumo”.
Esta conjunción entre el “principio” y el “progreso” actúa como una ofrenda para el sufragio de hombres convertidos en entes políticos, abocados a la producción proletaria. Las pasiones, los hábitos e intereses radicales, son precisamente los elementos adecuados para operar y moldear. En este sentido la filosofía, según lo ve Nietzsche, asume un ideal ascético moral, una huida de la democracia política. Jalonada la historia desde esa perspectiva, una ofrenda para Vicente deviene en apto metafórico para garantizar la continuidad de esa huida, de la muerte del sujeto.
De Vicente de Castro a Fidel Castro hay una continuidad bio-política, la de crear hombres manipulables. En un primer momento proletarios, en un segundo comunistas. Con el GOCA se abre paso a la proletarización de las masas; con las Escuelas del Partido, a la “dogmatización ideológica” de los cuadros, operadores de proletarios. De ahí la ofrenda, el contenido de la metanoia de la Revolución Cubana.
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