Dentro de pocos días, en la Asamblea General de la ONU, como ha ocurrido durante las últimas dos décadas, se votará una resolución condenando “el bloqueo de Estados Unidos contra la República de Cuba”.
Como ha sucedido en los últimos años, es de esperar que se produzcan más de 180 votos condenando a Estados Unidos, y los únicos votos en contra serían los de esos mismos Estados Unidos, Israel, y dos o tres islas-países de los Mares del Sur, que en conjunto tienen menos habitantes y no mucho más territorio que Guanabacoa, y que declaran abiertamente que no desean buscarse problemas con Estados Unidos, porque dependen de su ayuda para subsistir.
La prensa oficial en Cuba, como todos los años, hace semanas publica diariamente reportajes sobre supuestas afectaciones “del bloqueo” en todas y cada una de las ramas de la depauperada economía, desde la industria azucarera y la biotecnología hasta la producción de boniatos o pirulíes. Una de las más recientes cantaletas, según el periódico “Granma”, es que el bloqueo afecta las construcciones en Cuba. Así que los desvíos y robos de materiales, la baja calidad de las obras terminadas, las constantes filtraciones, la poca productividad, las obras entregadas sin terminar, las demoras en los cronogramas, los programas sin aseguramiento, los planes faraónicos del Comandante finalizados en agua de borrajas, los muchos proyectos sin terminar, las promesas incumplidas, los almacenes sin control, la contabilidad no confiable, la corrupción, el amiguismo, la rotura de equipos, herramientas y medios de protección, las interrupciones del trabajo para movilizaciones, mítines de repudio, desfiles de apoyo a los cinco espías o marchas del pueblo combatiente, no son producto de una permanentemente absurda gestión del modelo totalitario, actualizado o no, en todas las ramas y sectores de la economía, sino de acciones de los malos de siempre.
Esa letanía no tiene mucho peso en la arena internacional a nivel de gobiernos, pero influye en la izquierda rencorosa, las viudas de Marx y los tontos por cuenta propia: todos ellos justifican los fracasos del castrismo con el susodicho bloqueo. Además, como el régimen, en vez de pan y circo, a falta de pan, prefiere alcohol y circo, no puede desconocerse la importancia y efectos de estas obscenas campañas en la consolidación del totalitarismo, que se utilizan sistemáticamente para decirle a los cubanos de la Isla, cuando se conocen los resultados de la votación en la ONU, que las miserias y dificultades que se viven en el país son provocadas por la soberbia de Washington, que todo el mundo condena.
Y hay algo que los cubanos fuera de Cuba debemos aceptar aunque resulte incómodo, y mientras no se entienda seguiremos tropezando con la misma piedra: el castrismo ganó hace tiempo la batalla de la propaganda sobre “el bloqueo contra Cuba”. Al extremo de que muchas personas en el mundo, desde académicos y políticos hasta ciudadanos de a pie, no lo ven como lo que realmente es: un embargo contra el gobierno cubano, y no un bloqueo contra Cuba.
Que gobiernos marrulleros como los de Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Irán, Corea del Norte, Rusia, Arabia Saudita, Kazajstán, Zimbabwe, Belarús, Pakistán, Siria, Angola, Somalia, Eritrea, China o Vietnam apoyen a “Cuba” y condenen a Estados Unidos, es parte de un libreto comprensible en el funcionamiento de eso que se llama “comunidad internacional”: al fin y al cabo, y dejando detalles a un lado, esos regímenes —sean teocracias, democracias bolivarianas, monarquías o dictaduras puras y duras— tienen más puntos en común con el gobierno de Cuba que con el de Estados Unidos.
Que otros gobiernos tercermundistas se sientan obligados a respaldar a La Habana en agradecimiento a misiones de médicos, maestros, técnicos, entrenadores y cooperantes cubanos en sus países que le garantizan popularidad ante los votantes, o en intercambio de favores por algún apoyo del gobierno cubano en los No Alineados o la ONU, alguna oportuna información de inteligencia, atención médica a gobernantes o familiares, o porque le temen a una larga mano de La Habana que pudiera hacerles la vida difícil, no es algo encomiable en un mundo ideal, pero es inevitable en el real, donde tantos “antiimperialistas” gritan en el Sur y compran y se visten en el Norte, condenan eventuales violaciones de derechos humanos en Washington o Berlín, pero no en sus países, y exaltan traidores que publican información sensible del “imperio”, pero reprimen a quienes se atrevan a decir lo que no gusta al caudillo de turno.
Lo más triste de este macabro circo en la ONU, sin embargo, es ver a muy respetables democracias como Suiza, Suecia, Canadá, Noruega, Australia, Japón, Dinamarca, República Checa, Polonia, Nueva Zelanda, Alemania, Finlandia, Chile, Costa Rica, Islandia, Austria, Bélgica, Holanda, Hungría, Luxemburgo, y muchas más, así como otras no tan respetables o plagadas de corrupción, condenar “el bloqueo de Estados Unidos contra la República de Cuba”, sin siquiera mencionar ni de pasada la sistemática violación de derechos humanos en Cuba, la constante represión contra el pensamiento independiente y la libertad de expresión, la negación a los cubanos de los derechos de asociación o de organizar partidos políticos u órganos de prensa independientes, o que el régimen no renuncie a la aplicación de la pena de muerte o a enviar a prisión a personas con ideas políticas diferentes, o incluso que no acabe de ratificar Pactos de Naciones Unidas que firmó hace varios años.
La próxima votación en la ONU no cambiará la política de Estados Unidos hacia la dictadura, pero esa batalla, sin dudas, guste o no, la ha ganado La Habana. Y dentro de unos días la volverá a ganar otra vez.
Podemos resignarnos a esa realidad, llorar por lo sucedido, buscar culpables externos, o pensar en maneras de cambiar este escenario en un futuro. Pero, lamentablemente, los cubanos miramos mucho más hacia el pasado que hacia el futuro.
Así llevamos ya cincuenta y cuatro años. ¿Cuántos más habrá que esperar?
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