Cualquiera de esos viejos
que dan pánico
pudiera ser Virgilio.
En la parada de la guagua,
en la cola
para comprar el periódico,
dentro de la panza
del último león
que aún duerme
bajo la sombra deshecha
de los árboles republicanos.
El más joven de nuestros poetas,
el pertinaz jugador de canasta,
el muchacho espantado
por el frío
y los comandantes,
el cínico,
el radical,
la calavera sin dientes
que escapó en brazos
del dramaturgo más bello.
Cualquiera de esos viejos
que dan pánico
pudiera ser Virgilio,
aquel flaco
trémulo
que en verdad solo le temía
a la idea de renacer.
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