Por ahí se fueron los mejores años de nuestras vidas.
Allá abajo están las sábanas límpidas
del hotel Trotcha,
donde José Martí durmió con La Habana
sin que ella supiera su verdadero nombre.
Por ahí, hasta lo más profundo,
se hundieron las banderas de papel
que empuñamos
en las fiestas patrias
y en los actos donde sacamos a relucir
lo peor de cada uno de nosotros.
Indiferentes, como monedas de escaso valor,
rodaron sortijas,
medallas,
perlas,
diamantes
y las estrellas del cielo
que Cuba tuvo en sus mejores años.
Poco a poco la ciudad se fue desangrando
por esa hendidura en su piel.
Así fue que perdimos
libros,
candelabros,
vajillas,
manteles,
retratos de familia,
cartas de amor
y el desasosiego que siempre deja
en este lugar
la caída de la tarde.
En verdad quedaron muy pocas cosas
sobre la superficie.
Pero no hay otra alternativa.
Con ellas tenemos que empezar a levantar
el pasado,
todo ese tiempo perdido
que nos llevará de regreso
al país que se nos fue por la alcantarilla.
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