Hay que quitarse el sombrero ante Los Cinco. No se rajaron bajo la presión de la fiscalía, prefirieron arrostrar penas completas de cárcel y siguen aferrados a sus ideales. Sólo que su heroísmo se defiende con la amalgama i(deo)lógica de que no se infiltraron en EEUU para espiar y acabaron siendo víctimas en juicio de una conspiración tejida por Washington con la prensa hispana de Miami.
También la fiscalía hizo amalgama con sendos cargos de conspiración para espiar y asesinar. Este último —por el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate (HAR)— merecía juicio separado, ya que se imputó sólo a Gerardo Hernández Nordelo (Giro), jefe de la Red Avispa, y al menos debió precaverse que las pasiones irrefrenables de su caso particular se desbordaran sobre los demás.
El último reducto
La defensa ha terminado alegando que la Oficina de Transmisiones a Cuba (OTC) “contrató deliberadamente y pagó de manera secreta a propagandistas comprometidos a influir sobre el jurado,” aunque los defensores ni siquiera saben cuáles de los jurados [tres anglos, tres afros, cinco hispanos —ninguno de origen cubano— y uno de ascendencia filipina] leían los periódicos, oían la radio o veían la televisión de Miami en español.
Simplemente aislaron un segmento —desde el arresto (1998) hasta la condena (2001) de Los Cinco— en el continuum histórico de la prensa de Miami para amalgamar los pagos a colaboradores de Radio y TV Martí, adscrita a OTC, con los artículos que esos colaboradores publicaban en los medios donde estaban emplantillados. Este ademán defensivo presupone el absurdo de que OTC instruyó o sugirió a Radio y TV Martí no pagar por las colaboraciones en sí —que entre 1998 y 2001 se dirigían sólo a Cuba, bajo prohibición legal de no difundirlas en Miami u otro territorio de EEUU— sino por los trabajos que los colaboradores pergeñaran en sus propios medios con ánimo de ejercer influencia sobre el juicio.
A sabiendas de que las colaboraciones de periodistas de Miami con Radio y TV Martí datan desde que una y otra salieron al aire, en 1985 y 1990, la defensa trama que vinieron a descubrirse por el reportaje de Oscar Corral “10 Miami Journalists Take U.S. Pay,” (The Miami Herald, 8 de septiembre de 2006).
Desde mucho antes andaban en coplas e incluso El Nuevo Herald publicaba que periodistas de su plantilla fija colaboraban con Radio y TV Martí. Así lo descubrió de verdad la investigadora Kirsten Lundberg (When the Story is Us, Universidad de Columbia, 2010). Y nada tienen de secreto pagos que constan tanto en las nóminas de Radio y TV Martí, como en las cuentas bancarias y declaraciones de impuestos de los colaboradores, tal y como sucede con cualesquiera otros ingresos legales.
La defensa vino por camino trillado al solicitar cambio de sede y aportar encuesta sociológica del Dr. Gary Moran sobre Miami-Dade como condado hostil para el enjuiciamiento imparcial de Los Cinco. Así mismo lo hizo —con Moran y todo— el abogado James McMaster hacia 1982 en defensa del agente castrista Fernando Fuentes-Coba, pero igual solicitud había presentado en 1968 Melvyn Greenspahn, defensor del anticastrista Orlando Bosch, porque la prensa de Miami lo juzgaba de antemano como cabecilla del grupo terrorista Poder Cubano.
Los jueces federales James Kehoe y William Merthens, respectivamente, rehusaron mudar la sede con el mismo argumento de la jueza Joan A. Lenard en el caso de Los Cinco: las malas influencias se contrarrestan con la selección de jurados inmunes a ellas. Sólo que para prevenir contra la mera “probabilidad de injusticia” (In re Murchison, 1955) y bloquear la defensa cantada de sede judicial maldita, Los Cinco debieron ser enjuiciados fuera de Miami-Dade.
Antes de que la defensa solicitara trasladar el juicio al condado limítrofe de Broward, la fiscalía pudo darse el lujo de pedirlo en condado más alejado y con jurados sin ascendencia hispana que no supieran español ni leyeran, oyeran ni vieran la prensa en inglés de Miami. Pudo y debió darse tal lujo porque desde siempre tuvo un caso de espionaje prima facie, esto es: “con pruebas acusatorias suficientes para barrer con la defensa” (Hernández v. Nueva York, 1991).
Ser o no ser espía
A poco de caer diez miembros de la Red Avispa el 12 de septiembre de 1998 en redada del FBI, Fidel Castro preparó la amalgama de que infiltraba agentes en EEUU para buscar “exclusivamente información sobre las actividades terroristas contra Cuba. [No] nos interesa ningún informe sobre su dispositivo militar [ni] enviar espías a ninguna base militar” (CNN, 19 de octubre de 1998).
No hacen falta más pruebas en contrario que los mensajes entre la Dirección de Inteligencia y la Red Avispa. El FBI descifró las órdenes precisas de la DI y los ademanes concretos de la red para penetrar el Comando Sur (Miami) y las bases de Boca Chica (Cayo Hueso) y MacDill (Tampa).
Un mensaje de la DI comunicó a Giro que “la Oficina Central decidió que el Comando Sur, que pronto estará ubicado en Miami, deberá ser asignado a un grupo de camaradas: Mario [Joseph Santos], Julia [Amarylis Silverio], Gabriel [?] y Lorient [Antonio Guerrero], bajo la dirección del camarada Allan [Ramón Labañino].” En otro mensaje la DI ordenó a Lorient, quien ya había conseguido empleo en Boca Chica, “continuar con la obtención de información militar, (…) buscar nuevas relaciones y hacer más estrechas las que ya posee, con el objetivo de lograr una penetración más amplia.”
Lorient informó a Giro que había trabado amistad con un tal Brian, “hijo de un militar que es jefe en la terminal naval de la base aérea de Guantánamo (…) Debido a los lazos militares de esta relación, continuaremos desarrollándola (…) Va a empezar su servicio militar en la Fuerza Aérea [en] Texas, pero no sé a qué base. [S]eguramente nos dará importante información en el futuro.”
No importa que la red nunca obtuviera información militar clasificada ni dañara ni pusiera en peligro la seguridad nacional de EEUU. Es cosa de manual viejo que conspirar no atañe al resultado, sino al acuerdo y la intención (“Developments in the Law: Criminal Conspiracy,” Harvard Law Review, Vol. 72, No. 5, marzo de 1959, página 922). Ni siquiera viene al cuento que nunca hubo intención de dañar a EEUU, porque la conspiración para espiar se define en disyuntiva: “to the injury of the United States or to the advantage of a foreign nation” (18 U.S.C. § 794).
Así que para ser espía basta con estar al acecho a favor de nación extranjera. La sanción por ello es harina de otro costal. Hasta el veterano de la CIA Howard Hunt (1918-2007) estimaba que no tenía sentido gastar dinero de los contribuyentes en la penitencia de Los Cinco y era mucho mejor canjearlos por presos en Cuba.
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