Por Antonio Rivas
"Yo nací el 22 de mayo de 1987 en un país que ya no existe: la comunista Yugoslavia. Cuando has vivido bajo el comunismo por generaciones, como en el caso de mi familia, aprendes a aceptar que hay solo una forma de hacer las cosas. El gobierno y la sociedad en la que vives te dicen que hay una sola forma de vestir, una forma para hacer ejercicios, una sola forma de pensar. Y, por supuesto, una sola forma de comer". Novak Djokovic. Tenista número uno del mundo.
El párrafo anterior fue extraído de la revista Men s Fitness en su edición de septiembre 2013, a propósito de un cambio en el régimen alimenticio del atleta que le permitió convertirse, después de varios colapsos y fallos en torneos de relevancia, en el mejor tenista del mundo en la actualidad. Luego de leerlo pensé: "qué bueno que tuvo la oportunidad de elegir algo tan sencillo como qué comer, o nunca hubiera llegado adonde está".
Pienso inmediatamente en mi deporte favorito, el beisbol, y vienen a mi mente nombres como Yasiel Puig, Liván Hernández, Orlando Hernández, José Canseco, y una lista larga de peloteros cubanos que "desertaron" de la isla para buscar mejores horizontes como deportistas profesionales. Y en una breve investigación acerca del deporte en Cuba consigo un par de datos contundentes: Cuba es el país número 18 en el medallero histórico olímpico mundial y número uno entre países latinoamericanos (Brasil es el segundo, en el puesto 37), es también el número 2 en la historia de los Juegos Panamericanos superado solo por EEUU con poco más del doble de medallas de oro (y casi 30 veces el número de habitantes). Números suficientes para evidenciar el destacado papel del deporte cubano a nivel mundial.
Como amante del debate y del choque de ideas comienzo a pensar ¿qué es mejor: el triunfo anónimo colectivo en nombre de un país o el éxito destacado de un individuo? Difícil de responder de buenas a primeras. Pero después de reflexionar al respecto, la respuesta, a mi juicio, es: depende, de lo que cada quien quiera.
No puedo desmeritar el esfuerzo de los atletas, entrenadores y autoridades cubanas por dejar en alto el nombre de su país en competencias internacionales. Pero basta leer la prensa de los últimos meses para encontrar nombres como José Dariel Abreu, Yozzen Cuesta, Misael Silveiro, Odrisamer Despaigne y Orlando Ortega, todos atletas cubanos que quisieron abrirse camino profesional lanzándose al mar o abandonando sus delegaciones mientras se encontraban en el extranjero, para entender que algo no está bien. Y la razón de ser está en un principio elemental de los derechos humanos: la libertad para elegir.
Aplaudo los logros colectivos de un país, en cualquier disciplina o campo, pero no por ello se debe cercenar el derecho de un individuo a labrar su propio destino y decidir qué es lo que más le conviene. No se puede, por querer ennoblecer una causa nacional, restringir las libertades individuales por decreto, por ley, por política. Es innegable el orgullo patrio que se siente al ver a Pastor Maldonado, Miguel Cabrera, Juan Arango o cualquier deportista criollo triunfar aquí y afuera. Y no solo en el deporte, también vemos a Gustavo Dudamel triunfar y dejar el nombre de Venezuela en alto dirigiendo orquestas de alta jerarquía en Europa y Estados Unidos. Así que el triunfo individual y la gloria de un país no son excluyentes sino más bien complementarios. ¿Cuántos Gustavo Dudamel se han anulado en Cuba en las últimas décadas? Nunca se sabrá.
En conclusión, cualquier dogma político que intente limitar la capacidad de elección libre pierde fundamento inmediatamente, por muy loables que sean sus intenciones. No creo en un bien colectivo a fuerza de la pérdida de la identidad individual, porque sencillamente, somos personas y tenemos derecho a pensar libremente. El bienestar y la gloria de un país deben construirse sobre la base de la libertad de sus ciudadanos y no a costa de ella.
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