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Dr. Eugenio Yáñez
“En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma”.
Ernesto Guevara
“He cometido errores, pero ninguno estratégico, simplemente táctico (...) No tengo ni un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro país”.
Fidel Castro
Al menos Raúl Castro, a diferencia de su hermano el Comandante, y a pesar de continuar aferrado a los eufemismos y edulcorantes del lenguaje para hablar de los problemas en la sociedad y la nación cubanas, ha preferido llamar unas cuantas cosas por su nombre en vez de ignorarlas olímpicamente, y ha presentado una fotografía de la realidad cubana contemporánea que, aunque honestamente no me parece que alcance en realidad al concepto de “a calzón quitao” (lo de “quitado” lo introdujo el periodista), no por ello deja de ser absolutamente vívida y real, sino precisamente todo lo contrario.
Su reciente discurso en la clausura del período ordinario de sesiones de la siempre unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, después de cumplir con unas elementales obligaciones protocolarias explicando que la economía cubana mejora, aunque parece que solamente en estadísticas y en informes oficiales, al menos reconoce que aun no lo pueden notar los cubanos en su vida cotidiana.
Por si fuera poco, dice claramente que la doble moneda -inventada por el régimen, pues no llegó desde Saturno- está resultando el gran problema que tara todos los esfuerzos que se puedan hacer para darle orden y sentido a la economía, dentro del gran libreto bufo conocido como Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, ese mamotreto que pretende detallar hasta en lo más mínimo un conjunto de ideas, acciones y pasos necesarios para avanzar hacia algún lugar determinado, que nadie sabe explicar muy bien ni mucho menos lograr que los demás entiendan, pues eso de “socialismo próspero y sustentable” basado en una vocación totalitaria no ha podido verse en ningún país ni en ningún momento, desde 1917 hasta la fecha, ni en Europa ni Asia, y mucho menos en América.
Después de no pocos desatinos, Raúl Castro pasa a señalar una serie de factores del deterioro de las relaciones socio-psicológicas en el país que, de haber sido dicho o escrito por alguien que lo hiciera desde el extranjero, o desde dentro de Cuba pero no desde la maquinaria propagandística oficial, hubiera sido fácilmente acusado de mercenario, agente del imperialismo, traidor, o cualquier otra denominación denigrante de las que tanto abundan en el léxico oficialista, y esa acción se hubiera considerado falta grave sancionable con el mayor rigor “revolucionario”, como acción ejemplarizante.
Sin embargo, viniendo del Mínimo Líder (el Máximo aun respira, aunque solamente sea para hacer daño, entorpecer y crear dificultades), los amanuenses de la Asamblea, los militantes sin opiniones propias (es decir, casi todos, por no decir todos), los periodistas amaestrados, y las organizaciones “de masas”, han cumplido el ritual establecido: aplaudir disciplinadamente y mostrar “irrestricto apoyo” a las palabras del general.
Y Raúl Castro lo que ha dicho es, ni más ni menos, que el hombre nuevo se fue a bolina, y comenzó a organizar sus funerales, aunque no precisamente con honores militares.
Fidel Castro, cuando estaba en la plenitud de su poder, había definido al hombre nuevo, con su habitual tremendismo, de la siguiente manera:
“Algunos preguntaban qué era el hombre nuevo, y se puede decir que hombre nuevo y modelo de hombre nuevo era el Che, no hay que estarlo buscando; modelo de hombre nuevo son los cientos de miles de jóvenes y de ciudadanos que cumplieron misiones internacionalistas, como maestros, o como médicos, o como combatientes, en un grado más alto de lo que habría ocurrido en cualquier lugar del mundo. Hombre nuevo hay muchos, hombres y mujeres nuevos, y los vemos todos los días en todas partes.
No todos son hombres y mujeres nuevos, es cierto, y tardará quién sabe cuánto en lograrlo totalmente la sociedad, esta sociedad que a nivel mundial el capitalismo corrompe cada vez más. Cuándo podrá hablarse ya del hombre nuevo como un concepto generalizado.
Digo la verdad, como revolucionario que llevo un buen número de años en esta tarea, no me desalientan los ejemplos negativos; por el contrario, me hacen feliz los cientos de miles y los millones de ejemplos positivos que vemos en todas partes”.
Para ese “hombre nuevo” que solamente existió en las mentes calenturientas de Ernesto Guevara y Fidel Castro, de nadie más, y en más ningún lugar, Raúl Castro acaba de pronunciar ahora su epitafio definitivo ante los cubanos. Porque en Cuba ya se reconoce que no hay ni hombre nuevo ni mucho menos intención de crearlo.
Ya eso se sabía, y se señalaba muy claramente en muchos textos y análisis de esos que no necesitan de la aprobación del Partido para publicarse, porque se producen la inmensa mayoría de las veces fuera de Cuba. Algunos dirigentes dentro del país, fueran de organizaciones políticas o del gobierno, en escasos y determinados momentos tocaban el tema en voz baja o casi en susurros, aunque siempre tangencialmente, quizás por temor a ser acusados de menoscabar la moral del pueblo.
Sin embargo, esta vez Raúl Castro fue más que claro y utilizó palabras que pueden haber conmovido la placidez burocrática de sus adláteres hasta los cimientos, cuando anunció que se iba a referir a un asunto complejo que estaba creando dificultades mayúsculas:
“Este tema no resulta agradable para nadie, pero me atengo al convencimiento de que el primer paso para superar un problema de manera efectiva es reconocer su existencia en toda la dimensión y hurgar en las causas y condiciones que han propiciado este fenómeno a lo largo de muchos años”.
Aunque lo hace al menos con medio siglo de retraso, no se puede negar el aserto de que “el primer paso para superar un problema de manera efectiva es reconocer su existencia en toda la dimensión y hurgar en las causas y condiciones que [lo] han propiciado”.
Entonces, ¿cuál es la esencia de ese problema a que hace referencia Raúl Castro, que como el mismo dice es un tema que no resulta agradable para nadie? Puede definirse con sus mismas palabras:
“…a pesar de las innegables conquistas educacionales alcanzadas… hemos retrocedido en cultura y civismo ciudadanos. Tengo la amarga sensación de que somos una sociedad cada vez más instruida, pero no necesariamente más culta”.
Traducción: de nada han servido los esfuerzos durante más de medio siglo para tratar de “educar” a la población y crear al “hombre nuevo”, porque al final del camino se puede comprobar que se ha retrocedido en cultura y civismo ciudadanos.
Eso no debería ser sorpresa para cualquiera que estuviera al tanto de las realidades de nuestro país, donde el régimen ha implementado: la supresión de los estudios de Moral y Cívica y de Urbanidad en las escuelas primarias; el envío de niños y adolescentes a trabajar al campo o becarse lejos de sus padres y familiares cercanos cuando más los necesitaban para su formación como personas de bien; el rechazo a la cultura “burguesa” y la exaltación de la chabacanería y todo lo supuestamente “popular” como las únicas muestras aceptables de la verdadera cultura; y décadas de fomentar el desprecio contra las religiones y toda persona creyente o que pensara de manera diferente.
Además, la exaltación al “mitin de repudio” y la chusmería, que incluye aceptar como lícito lanzar huevos, escupitajos y golpes contra los “repudiados” por el solo hecho de no querer compartir los criterios de los “revolucionarios” o desear irse a vivir a otro país; ignorar el papel de los maestros calificados en la formación de los estudiantes y pretender sustituirlos con inventos “emergentes” sin formación pedagógica o académica adecuada; dar mucha más importancia y valor a aspectos ideológicos que a los verdaderamente culturales y formativos en los estudiantes; premiar no a los mejores expedientes en las aulas, sino a los alumnos “integrales”, es decir, a los que cumplen las tareas que prioriza el régimen; pretender llevar las universidades a todos los rincones del país, pero nunca con un criterio verdaderamente pedagógico y de extensión universitaria, sino de demagogia populista, devaluando los conocimientos de los estudios superiores y el reconocimiento social a los profesores de enseñanza superior.
O insistir con los trabajadores que la jornada laboral “es sagrada” a menos que haga falta salir a las calles en apoyo a “la revolución”, a recibir a un líder extranjero, o a protestar contra algo malo que haya hecho “el imperialismo”; insistir en que el trabajo voluntario educa a las personas, pero después preocuparse más por la agitación y propaganda y por destacar más una buena participación que los resultados y costos de tales campañas; u organizar las actividades de los Comités de Defensa de la Revolución para sustituir la ineficacia de la policía y restarle prestigio a la institución, o las “guardias obreras” en los centros de trabajo durante la noche y madrugada, mientras los robos se llevan a cabo en esos mismos lugares en pleno día y con la entusiasta participación y complicidad de sus trabajadores y directivos.
Estas y tantas cosas más que podrían señalarse solamente pueden producir sorpresa en aquellos que por vivir despistados en sus burbujas de poder consideraban imposible que se hubiera retrocedido en la cultura y el civismo ciudadanos.
Pues ha sido el mismísimo régimen quien ha introducido o propiciado ilimitadamente todos los males, deficiencias y conductas inapropiadas en cada uno de los niveles de la sociedad cubana, desde los niños hasta los ancianos, durante más de medio siglo. Cuando el partido es quien se encarga de pensar por todos, y tiene que adoctrinar “al pueblo” crece el abismo entre quienes no merecen pensar por si mismos y la necesidad los obliga a alimentarse con comida que los jerarcas ni siquiera olerían, o vestirse con ropas que no se pondría ninguno de los familiares de los grandes burócratas.
Y todo esto se ha dado simultáneamente con el incremento de la corrupción a todos los niveles, que ha llegado hasta los desmoralizantes extremos de que cada vez la gerontocracia se preocupa menos por guardar las formas sobre sus trenes de vida y los de sus herederos, familiares cercanos y amigos, que no necesitan disimular relojes o carteras femeninas de lujo, sus confortables viviendas, sus múltiples, sofisticados y modernos autos, sus viajes, sus pasaportes extranjeros, su acceso a salones de “protocolo”, sus sinecuras en “firmas” y “corporaciones” a donde llegan gracias al nepotismo más que a sus capacidades o talentos, sus romances con ciudadanos de otros países, sus continuas visitas a restaurantes de lujo y discotecas de moda donde son atendidos como VIP, su habitual consumo de sustancias prohibidas, su abundante disponibilidad de moneda fuerte aunque no trabajen, y sus múltiples ventajas y privilegios sobre los cubanos de a pie.
Por eso Raúl Castro a lo más que pudo llegar en su discurso en la Asamblea fue a listar una parte de las 191 manifestaciones de deterioro que, según él se identificaron con el concurso del Partido y el Gobierno, aunque dice estar conciente de que no son las únicas. Esos 191 síntomas de la grave enfermedad que hace mucho tiempo padecía el hombre nuevo en Cuba, mencionadas por el general-presidente, se separaron en cuatro grupos diferentes: indisciplina social, ilegalidades, contravenciones, y delitos recogidos en el Código Penal.
Otra cuestión significativa que planteó Raúl Castro, ante el silencio expectante de los siempre unánimes diputados que colmaban la sala, es haber señalado que:
“Conductas, antes propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras obscenas y la chabacanería al hablar, han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad”.
Simplemente, cuando lo marginal ya no es precisamente marginal, sino resulta lo común “de no pocos ciudadanos” (siempre los eufemismos para tratar de edulcorar la realidad), se está reconociendo que los fallos y fracasos son de fondo, estructurales, profundísimos, prácticamente irreversibles, y para nada superficiales o coyunturales.
Si dijéramos esas cosas con palabras nuestras algunos podrían pensar que forzamos las cosas para destacar determinados aspectos y no otros. Es por ello que presentamos a continuación el rosario de problemas señalados, siempre con las palabras textuales de Raúl Castro:
“Se ha afectado la percepción respecto al deber ciudadano ante lo mal hecho y se tolera como algo natural botar desechos en la vía;
hacer necesidades fisiológicas en calles y parques;
marcar y afear paredes de edificios o áreas urbanas;
ingerir bebidas alcohólicas en lugares públicos inapropiados;
conducir vehículos en estado de embriaguez;
el irrespeto al derecho de los vecinos no se enfrenta, florece la música alta que perjudica el descanso de las personas;
prolifera impunemente la cría de cerdos en medio de las ciudades con el consiguiente riesgo a la salud del pueblo;
se convive con el maltrato y la destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes;
se vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico, alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del tránsito y las defensas metálicas de las carreteras.
Igualmente, se evade el pago del pasaje en el transporte estatal o se lo apropian algunos trabajadores del sector;
grupos de muchachos lanzan piedras a trenes y vehículos automotores, una y otra vez en los mismos lugares;
se ignoran las más elementales normas de caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas, madres con niños pequeños e impedidos físicos.
Todo esto sucede ante nuestras narices, sin concitar la repulsa y el enfrentamiento ciudadanos.
Lo mismo pasa en los diferentes niveles de enseñanza, donde los uniformes escolares se transforman al punto de no parecerlo;
algunos profesores imparten clases incorrectamente vestidos;
existen casos de maestros y familiares que participan en hechos de fraude académico”.
Palabras textuales pronunciadas por Raúl Castro en lo que un día no demasiado lejano se conocerá como el discurso en los funerales del “hombre nuevo” cubano. Sin embargo, no son las únicas que mencionó, porque cuando pretendía comenzar a hurgar en las causas comenzó a patinar su razonamiento:
“Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.
Esas conductas en nuestras aulas son doblemente incompatibles, pues además de las indisciplinas en sí mismas, hay que tener presente que desde la infancia la familia y la escuela deben inculcar a los niños el respeto a las reglas de la sociedad”.
Se podría estar de acuerdo con el general en el sentido más universal de esos dos párrafos anteriores, pero si él no quiere reconocer que esas grietas de carácter familiar y escolar desde la infancia causan el fallo del respeto a las reglas sociales que se deberían infundir a cada niño desde los primeros momentos, precisamente por causa de las medidas de las que es responsable el propio gobierno dictatorial, y en primer lugar los hermanos Fidel y Raúl Castro, no podrá avanzar demasiado.
Por eso, a pesar de los múltiples planes, intentos y programas que se pretendan llevar a cabo, y las interminables tonterías que repita José Ramón Machado Ventura ante todos los militantes del Partido del país, nunca se resolverán esas situaciones, porque si no se identifican correctamente las causas del problema, y se pretende actuar solamente sobre las consecuencias evidentes y visibles, terminarán buscándose las soluciones adecuadas para problemas erróneamente identificados. Era de suponer que 54 años de fracasos deberían haber enseñado algo a los gobernantes cubanos, pero su ambición por el poder (o el miedo a perderlo) les dificulta la posibilidad de razonar sobre algo tan elemental.
Sin embargo, inmediatamente después del patinazo ya mencionado, el general intenta una vez más poner las cosas en su lugar y no aparecer como “el malo” de la película, aunque ahora enfocándose en aspectos tangenciales y más abstractos del fenómeno:
“Lo más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los buenos modales del cubano. No puede aceptarse identificar vulgaridad con modernidad, ni chabacanería ni desfachatez con el progreso; vivir en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas que preserven el respeto al derecho ajeno y la decencia. Por supuesto, nada de esto entra en contradicción con la típica alegría de los cubanos, que debemos preservar y desarrollar”.
A pesar de todo, parecería que Raúl Castro no tiene interés en quedarse solamente en la narrativa del problema, y pretende hablar de soluciones, pero, aunque las haya planteado con aparente seriedad no dejan de sonar huecas, porque son, como siempre, más de lo mismo, o casi más de casi lo mismo:
“El combate contra esas nocivas conductas y hechos debe efectuarse utilizando diversos métodos y vías. La pérdida de valores éticos y el irrespeto a las buenas costumbres puede revertirse mediante la acción concertada de todos los factores sociales, empezando por la familia y la escuela desde las edades tempranas y la promoción de la Cultura, vista en su concepto más abarcador y perdurable, que conduzca a todos a la rectificación consciente de su comportamiento. Este será, no obstante, un proceso complejo que tomará bastante tiempo”.
Está claro, para Raúl Castro y para todos, que es cuestión de educación e instrucción, de elevación del nivel cultural de los cubanos en su sentido más amplio, pero también está muy claro, o debería estarlo, que se trata de un proceso “que tomará bastante tiempo”.
Y cabe honestamente preguntarse, ¿cuánto tiempo es “bastante tiempo” para una persona con ochenta y dos años de edad? ¿Estará pensando en un proceso que debe quedar para que los resultados positivos que pueda haber los disfruten quienes vengan detrás, o pensará que él podría ver esos resultados antes de salir a navegar en la barca de Caronte?
Por otra parte, como tiene que asumir sus obligaciones como gobernante de una manera realista y pragmática, y sabe que resolver un problema como el que ha descrito no es algo que se pueda lograr solamente con instrucción, educación y cultura, sino que necesita algo más, hace uso de su experiencia de más de medio siglo y plantea que:
“El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley y para ello cualquier Estado, con independencia de la ideología, cuenta con los instrumentos requeridos, ya sea mediante la persuasión o, en última instancia, si resultase necesario, aplicando medidas coercitivas”.
No necesita traducción el párrafo anterior. Hay que reconocer que, en cierto sentido, Raúl Castro lleva razón en lo que ha dicho, puesto que se trata de una función que corresponde a cualquier Estado con independencia de la ideología.
Sin embargo, el problema se complica cuando, como sucede en Cuba, la frontera entre el delito, las ilegalidades y las contravenciones no están bien definidas, para conveniencia del poder totalitario, de manera que cualquier manifestación de inconformidad política y libre expresión de pensamiento o palabra, algo que se considera un derecho elemental de los ciudadanos en un país libre, en Cuba es visto como violación de la legalidad, punible con severas sanciones.
De manera que será de esperar que, mucho más que la formación educativa de las ovejas descarriadas y las nuevas que vayan arribando, veremos primeramente la acción punitiva de los diversos órganos represivos para intentar revertir el fenómeno de que “conductas, antes propias de la marginalidad” se sigan incorporando impunemente “al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad”.
Retórica aparte, y también “trabajo político” aparte, los funerales del hombre nuevo de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, afortunadamente, ya son una realidad irreversible en la Cuba de hoy. No por voluntad, sino por impotencia.
Funerales que tal vez merecerían una muy parsimoniosa misa de difuntos, un ballet, una sonata, una cantata, o hasta una sinfonía.
Sin embargo, siendo como han sido siempre, y como son, las cosas en Cuba, tal vez todo termine no mucho más allá de una parodia, un cuento de “Pepito”, un punto guajiro, una comparsa, o un improvisado guaguancó.
Eso sí, siempre con el apoyo unánime e irrestricto de todos los revolucionarios. Que ya a estas alturas… ¿cuántos quedan?
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