En el extendido prejuicio de que la obra de Jean Jacques Rousseau “influyó” sobre la revolución francesa hay al menos dos equívocos. El primero, insinuar que la realidad política es una concreción de las cosas que dicen los libros. El segundo, que los hombres que hacen política real, los que ganan elecciones y conducen revoluciones, se enteran de lo que dicen los libros a través de su lectura (en fuentes primarias, “activas”).
Efectivamente, a posteriori, se pueden trazar analogías y paralelos entre lo que dice Rousseau en obras como El Contrato Social e incuso Emilio, o De la Educación (ambas de 1762), y la proyección práctica de prominentes revolucionarios y del mismo Emperador Napoleón. Pero eso no significa que los textos de Rousseau, vituperados y rechazados por su tiempo, inspiraran las acciones revolucionarias. Menos aún “la gesta”. Más bien Rousseau y los revolucionarios fueron productos del mismo estado o espíritu de época: de la irreverencia, del anticlericalismo, del sentimiento antimonárquico, etc. Entre los revolucionarios franceses hay letrados y pensadores, pero sus legados se encuentran correctamente registrados en la historia política y no en la historia del pensamiento Occidental; porque la revolución ni tiene tiempo, ni necesita, ni cree, ni confía y muchas veces ni siquiera respeta, a las personas que centran su vida en el estudio.
De ahí que hay que ser más escéptico cuando se dice que un revolucionario como Fidel Castro estudió “las obras” de Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau y Carlos Marx. Y tener reservas cuando se propone que de la lectura de dichas obras puede haber salido la idea de asaltar el Cuartel Moncada, escribir la Ley de Reforma Agraria o normar el ejercicio por Circunscripciones del Poder Popular.
Por suerte, el propio Fidel Castro ayuda a aclarar un poco las cosas. El 24 de julio del año 2000 el revolucionario cubano compareció en el programa La Mesa Redonda de la TV nacional (su intervención fue retransmitida el pasado miércoles 24 de julio de 2013, y el VIDEO publicado por el sitio CUBA INFORMACION el viernes 26 de julio, 2013) donde asegura que ya era marxista unos 4 años antes del asalto al Cuartel Moncada. ¿Dónde forjó Fidel Castro su marxismo? ¿En El Capital, la principal obra escrita y publicada por Carlos Marx? No, y es lógico en un revolucionario. Castro maduró sus ideas en recopilaciones del tipo “Historia de las doctrinas sociales”, que él recuerda como preparada por Roa; o “Historia de las ideas sociales”, libro de texto por el que debía aprobar una asignatura: “… era una asignatura que yo estudiaba, porque yo estudié como tres carreras. Me faltaban dos para terminar Ciencias Sociales, pero como me dediqué a la revolución no terminé”.
En la reciente Carta del 27 de julio (2013) a los invitados a los actos por el 60 Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro hace otra observación importante: “Yo había tenido el privilegio de estudiar, y ya en la universidad adquirí una consciencia política a partir de cero. No está de más repetir lo que he contado otras veces, la primera célula marxista del Movimiento la creé yo con Abel Santamaría y Jesús Montané, utilizando una biografía de Carlos Marx, escrita por Franz Mehring.”
El estudio de Mehring sobre Marx fue publicado en alemán en 1918 y traducido para edición en castellano (1932) por el jurista y comunista español Wenceslao Roces. También lo prologó. En su ruta exiliar Roces estuvo en La Habana y como otros refugiados de la Guerra Civil y el franquismo siguió a México donde existían condiciones legales más favorables para los intelectuales extranjeros que en La Habana. Fue la versión de Roces, prolífico traductor para el Fondo de Cultura Económica, la que seguramente conoció Fidel Castro.
En los años ’80 los profesores de Historia del Pensamiento Marxista de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana solían usar varias biografías de Marx de forma combinada. Entre ellas la de Auguste Cornu, la del Instituto de Marxismo Leninismo de la RDA y la de Franz Mehring.
Supongo que para conducir un ejército o acaudillar una revolución no hace falta leer a los clásicos en sus originales. Basta con una buena antología o una selección de textos. Y supongo también que para ser un buen profesor no es necesario alzarse en la montaña, ni “ocupar” la redacción de un periódico, ni hacer una guardia del CDR… a menos que se sienta vergüenza por esa sedentaria, pero notable profesión. (FOTO: aporrea)
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