Uno de los síntomas más claros del pensamiento del exiliado (exigrante) es la pérdida del estatuto filosófico. El exiliado cede sus derechos metafísicos a la eternidad y la pretensión de infinito por buscar un bien más ordinario y efímero como es la libertad política. El síntoma más evidente de ese despojo es la desaparición del temor a la muerte.
Hay pocos momentos más bochornosos para el filósofo o el teólogo exiliado como aquel en que se sorprende atormentado por morir lejos de la Patria. Se trata de la primera gran degradación del espíritu. La preocupación por la muerte aún no lo ha abandonado, pero ya no se trata de la Muerte sino de la muerte condicionada, circunstancial. Empieza a diluir el problema porque sospecha, falsamente, que la muerte ya no sería un enigma tan complejo si adviniera allá donde empezó la vida. No es raro encontrar en los testamentos exiliares cláusulas pidiendo una devolución post-mortem a la tierra originaria. Conmovedor, por lo ingenuo.
Luego viene la radical “desespeculativización” del pensar. Y la verdad es que se cae bien bajo. El trauma de identidad distrae y consume muchísima energía intelectual. La reafirmación en un medio extraño tiene varios capítulos; uno de ellos es la revisión autobiográfica. El exiliado está compulsado a ejercer la memoria y devolverse resucitado para la nueva vida. Esto equivale a decir que el exiliado está tentado a ficcionar sobre sí; a mentir con finalidad. Los escrupulosos hasta recrean documentos para avalar los pasajes más frágiles de la versión. Y se dedica también bastante talento al ejercicio comparativo del irse con el quedarse. Las hipótesis apologéticas para solucionar eficientemente lo anterior suelen ser sorprendentes. Van desde la transferencia del sentido de la vida a terceras personas, a la mejor alimentación, al hallazgo de nuevos dioses o el hábitat en más acogedora naturaleza.
Además del abandono del problema de la muerte, el exiliado sigue cayendo desde otras alturas; por ejemplo, deja de hablar progresivamente de amor. No digo el querer, el admirar, pero enamorar va quedando como un verbo para nativos del lugar. En el mejor de los casos es la soledad lo que empieza a obsesionarle. El aferramiento a esas postales que proponen “Respeto tanto la buena comunicación que tenemos…” o “En los peores momentos nadie me ha apoyado como tú…” indica que alguien ya está pisando debajo de la superficie. Después de esto el exiliado empieza a ser negligente respecto a la amistad traicionada, la admiración no correspondida, la verdad… y acaba defendiendo causas o, lo que es peor, recopilando hechos.
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-ILUSTRACION: Denys San Jorge. Libro.
-ILUSTRACION: Denys San Jorge. Libro.
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