¿O son una las dos?
La llegada de la familia Payá a este ciudad ha iniciado un capítulo nuevo en la larga historia del exilio y la lucha contra el régimen castrista. Ahora se puede ser disidente y opositor en esta orilla del estrecho de la Florida, trasladar el buró de La Habana a Miami y establecer el puesto de mando en cualquier suburbio. Como en las ofertas de tiempo compartido —donde varias familias se reúnen para comprar una vivienda de verano y se ponen de acuerdo para dividirse los meses en que la utiliza cada cual—, los cuarteles de invierno se levantan al resguardo del aire acondicionado y con la garantía de que no hay amenaza de apagones constantes si en el futuro falta el petróleo venezolano, siempre que se pague la cuenta de electricidad.
Por supuesto que nadie que vive desde hace años en el exilio tiene derecho a criticar que otros compartan igual destino, así que lo primero es un saludo de bienvenida para la familia Payá y el mejor de los deseos de una estancia grata y un futuro promisorio.
Continuar el discurso opositor en este lado del estrecho puede resultar enaltecedor, entretenido y en ocasiones hasta provechoso. Solo que aquí también hay la posibilidad de criticar y discutirlo; no rechazarlo con actos de repudio, violencia y gritos, sino simplemente expresar otra opinión.
La familia Payá ha escogido un camino no heroico, y tiene todo su derecho a ello. A Miami vino todo lo que quedaba de la familia en Cuba. Cinco miembros llegaron el jueves a Miami: su viuda Ofelia Acevedo, su hija Rosa María y su hijo Reinaldo; además de la madre de Acevedo, de 86 años, y una hermana. Una hermana de Payá y una tía habían llegado el 30 de mayo. Su hijo mayor, Oswaldo, se asentó en Miami unos meses antes, de acuerdo a una información ofrecida en El Nuevo Herald.
Lo novedoso del caso es que no se lo plantean como un viaje sin regreso o un destierro hasta el final de la dictadura castrista. Nada de ello. Gracias a la Ley de Ajuste Cubano, y gracias también a la nueva política migratoria del gobierno de Raúl Castro, pueden estar hasta dos años por aquí y en cualquier momento regresar a la Isla sin necesitar permiso de las autoridades cubanas. Y por supuesto, también luego regresar a Estados Unidos.
Así que la oposición acaba de inaugurar la posibilidad de estar entrando y saliendo de Cuba por temporadas, mantener viviendas en ambos países y dejar que el tiempo pase, los hermanos Castro se mueran y ver si entonces el futuro de Cuba es más luminoso u oscuro. Para decirlo en cubano: capear el temporal, cualquier temporal. Mientras tanto, y con la residencia asegurada gracias a la Ley de Ajuste, los más jóvenes iniciar una nueva vida y edificarse un futuro en un país que de pronto se ha convertido en una especie de foster home para los hijos y servicios de asistencia social para los de edad avanzada. Todo ello sin necesidad de adquirir compromiso alguno con la nación que sirve de país de adopción en cuanto a beneficios, pero que en realidad no lo es en cuanto a un compromiso ciudadano.
Desde el punto de vista de la nación que brinda los servicios, hay en todo esto una ética al menos dudosa. También unas circunstancias difíciles de admitir por el resto de la ciudadanía, nacida aquí o procedente de otros países, en especial en un momento en que se discute la posibilidad de una nueva ley migratoria.
A su vez, y desde el punto de vista de la nación de la cual se escapa, pero a la que no se renuncia volver, una salida aprovechada y poco heroica.
Por supuesto que las salidas poco heroicas son por lo general bienvenidas para quien escribe este comentario, que a veces hasta las aplaude pero que al mismo tiempo no se traga el cuento del patriotismo estilo siglo XIX.
Si la candela aprieta y la situación en la Isla se le ha tornado difícil a la familia Payá, cuyos miembros han expresado que han sido amenazados verbalmente, pues es normal que pongan los pies en polvorosa.
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