En La Rinconada y el Palacio de la Revolución los jerarcas del régimen no son nada tontos. Para tontos, los responsables de vigilancia de los CDR, los verdugos callejeros de los mítines de repudio, y los esbirros digitales con ínfulas de intelectuales que pretenden dar palizas en estos foros y siempre salen mal parados.
Tras la muerte de Hugo Chávez y el enclenque triunfo electoral de Nicolás Maduro en Venezuela, las alarmas tempranas se activaron y comenzó a tomar más fuerza que nunca en La Habana la variante brasileña en los planes de subsistencia del neocastrismo.
No existen dudas sobre la lealtad incondicional de Maduro hacia el Gobierno cubano, ni tampoco eso que tanto se repite últimamente de que Venezuela podría llegar a ser ingobernable. Ingobernable tal vez dentro de estándares europeos, pero no en nuestra América inmortal, que siempre sabe mirar hacia el otro lado cuando un gobierno autoritario de izquierdas aprieta clavijas para someter opositores.
En La Habana no temen que los herederos de Chávez puedan perder el poder antes de 2019. Olvídense de referéndum revocatorio los que sueñen que ganarían el que se podría celebrar de aquí a tres años: o no se celebra, bajo cualquier pretexto, o se hace amañado, y ya sabemos quiénes ganarán. Pero los jerarcas cubanos también saben que la economía venezolana pasa por momentos difíciles, que la pandilla de Maduro y sus corruptos no tiene capacidad ni demasiada voluntad para revertir la situación de deterioro económico, y que pueden llegar tiempos en que desde Caracas, aun queriendo, no podrán seguir colaborando tan ampliamente con La Habana, eufemismo que se utiliza oficialmente para desechar la palabrita “subsidio”, que no le gusta nada a la dictadura.
Precisamente por eso, desde hace algún tiempo, y mucho más en estos momentos, a La Habana le interesa bailar samba. Brasil nunca será un benefactor del Palacio de la Revolución en la misma medida que la Unión Soviética y Venezuela. Sin embargo, comparando al gigante suramericano con otras variantes atractivas para La Habana, como China, Angola, Irán, Vietnam, Rusia o Belarús, Brasil dispone de ventajas que nunca pasaron inadvertidas a los jerarcas del régimen enfocados hacia el postcastrismo.
Siendo en la actualidad la séptima economía del mundo, a punto de pasar a ser la sexta, e integrada al MERCOSUR, que constituye el 82 % del PIB de América del Sur, la economía brasileña resulta demasiado atractiva para los planes del Gobierno cubano: todavía el régimen no acumula una deuda demasiado elevada con ese país; tiene una cercanía geográfica que no logra ningún otro de los posibles países de interés para la dictadura; es una economía diversificada capaz de ofrecer prácticamente cualquier cosa que se necesite, desde centrales azucareros y maquinaria hasta zapatos o alimentos; posee una cultura occidental muy cercana a la de los cubanos —lo que no tienen los demás países en el tintero—; y además, existe una cercanía ideológico-política entre ambos gobiernos, donde algunos connotados funcionarios y políticos brasileños de los últimos tiempos tuvieron en su momento una “etapa cubana”, ya fuera de protección, cobertura, estudios, financiamiento, entrenamiento, descanso o tratamiento médico.
Además, el país es reconocido como una democracia, que aunque es dirigido hace años por una izquierda socialista que proclama con orgullo su militancia, no se caracteriza por políticas dictatoriales o antiamericanas ni por buscar conflictos continuamente con “el Imperio”, sino todo lo contrario.
Sin demasiado alboroto, Brasil ha dado importantes pasos para apuntalar al régimen cubano: asumió un contrato de gerencia para dirigir centrales azucareros que puede, a largo plazo, permitirle el control de la industria azucarera cubana; asesora a la agricultura cubana en la producción de soya y de semillas, con todo lo que implica estratégicamente para la producción de alimentos y combustibles; entrega moderna maquinaria agrícola que se necesita imperativamente en el país para potenciar la producción agropecuaria; y es el proveedor fundamental de alimentos en estos momentos. Además, tiene condiciones para asesorar a los cubanos en la industria turística y la petrolera, donde su potencial cada vez es mayor, con nuevos yacimientos que continuamente se descubren.
La joya de la corona en estos momentos es la mega-inversión en el puerto de El Mariel, con financiamiento mayoritario brasileño, para la construcción de una sofisticada terminal de contenedores y una zona de facilidades a la inversión extranjera y la instalación de maquiladoras, decisiones estratégicas concebidas teniendo en cuenta la ampliación del Canal de Panamá y un eventual levantamiento del embargo norteamericano, donde Mariel sería un punto de intercambio de contenedores en el comercio de Estados Unidos con América Latina y con la cuenca del Pacífico, así como un atractivo y promisorio territorio para la instalación de maquiladoras, donde el capital extranjero contaría con abundante mano de obra relativamente calificada y de bajo costo, sindicatos demasiado dóciles para representar algún tipo de preocupación para los inversionistas, y un gobierno básicamente interesado en el ingreso de divisas (y “comisiones”), sin demasiadas exigencias de respeto a normas sociales universalmente aceptadas y a los pactos laborales internacionales, firmados pero nunca ratificados.
Por otra parte, Brasil necesita productos que el Gobierno cubano puede exportar de forma competitiva, como los médico-farmacéuticos elaborados por la industria biotecnológica cubana, y fundamentalmente personal médico. Se dice que necesitarían hasta seis mil galenos cubanos, y que un acuerdo final dependería del criterio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
¿Médicos? Sí, claro, médicos. A pesar de las objeciones profesionales del Colegio Médico de Brasil sobre la preparación de los profesionales cubanos, como antes las hubo del de Venezuela por las mismas razones, los médicos cubanos cubrirían territorios y zonas a donde los médicos brasileños no desean ir, como mismo sucedió con los médicos venezolanos.
En cierto sentido, los médicos cubanos, debido a sus duras condiciones de existencia en Cuba, hacen de esquiroles de la profesión en muchos países, cubriendo plazas y territorios que los profesionales nacionales no desean ocupar. Ante la posibilidad de dejar desatendida médicamente una determinada zona o grupo poblacional, o atenderlos con médicos cubanos, aunque no estuvieran al nivel de los profesionales nacionales —algo que, por otra parte, necesitaría una demostración con evidencias—, ¿qué haría un gobierno mínimamente responsable, y que además le reportaría beneficios políticos y electorales? La respuesta es obvia.
¿La Organización Panamericana de la Salud pondría trabas? Las organizaciones internacionales no se caracterizan por su objetividad en estos asuntos. La FAO acaba de conceder a Fidel Castro una felicitación por su contribución al logro de las metas del milenio contra la desnutrición y el hambre. ¿Cuántos funcionarios de la FAO habrán consumido alguna vez en su vida “bistec” de cáscaras de toronja, picadillo de soya extendido, claria, pizzas de condones, o cocimiento de cáscaras de plátanos? Si nunca lo han hecho, no tienen idea de lo que se come en Cuba, independientemente de los rimbombantes cargos que ostenten y los jugosos salarios que devenguen. No habría que esperar que la OPS resulte una traba infranqueable a esos proyectos cubano-brasileños.
De manera que, en los próximos tiempos, La Habana bailará samba, consumirá muchas más telenovelas brasileras, o querrá poner a los cubanos a tararear continuamente a Chico Buarque y a Roberto Carlos.
Y tal vez, de paso, hasta el futbol cubano pueda mejorar un poco.
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