Cuando Eduardo Sebrango pisa el terreno del estado Olímpico de Montreal cerca de 60 mil personas se paran para aplaudirlo. En La Habana, capital de su Cuba natal, es un ciudadano común y corriente.
La vida del futbolista de 38 años ha estado marcada por los goles que ha hecho en tierras canadienses, con la camiseta del Impact de Montreal o de los Whitecaps de Vancouver. Pero aún así, su historia no dista de la de cualquier inmigrante, ha vivido los mismos retos y ha tenido que digerir las mismas diferencias.
“Los dos primeros años fueron muy difíciles, quería regresarme a Cuba. Vivía con mi ahora exesposa en un lugar residencial de Ottawa y recuerdo los primeros días salir de la casa y no ver a nadie”, comenta sobre sus pasos iniciales fuera de la isla. “En Cuba yo salía a la calle y era encontrarme con todos, amigos, vecinos, familiares”.
Su travesía canadiense comenzó en 1996. En esa época defendía a su país natal y vino a jugar dos partidos de eliminatoria al Mundial 1998 en Edmonton, frente al que se convertiría en su nuevo hogar, Canadá.
Regresó a casa con dos derrotas 2-0, pero ahí conoció a quien fuera su esposa. “En ese momento ella trabajaba para la Asociación Canadiense de Fútbol, así que empezamos a vernos, en distintos lugares, aquí, en Cuba, en Estados Unidos”.
El enamoramiento se convirtió en planes de vida y en un nuevo reto para Eduardo. “Finalmente nos casamos en Cuba en el 97. Ahí hice todos mis papeles para mudarme a Canadá”, cuenta. “Se demoró un poco porque era medio complicado en esa época para los cubanos pero finalmente llegué aquí en el 98”.
Durante la conversación, Eddy, como es conocido por sus amigos, utiliza una palabra una y otra vez: “suerte”. Admite haber tenido suerte para adaptarse y se siente afortunado por todas las puertas que se le abrieron.
“Al llegar acá fue todo muy fácil. Cuando jugué contra la selección de Canadá el técnico era Bob Lenarduzzi. Cuando llegué aquí era el Gerente General de los Whitecaps. Era amigo de mi esposa así que lo contacté, me vio y me dijo para que firmara con los Whitecaps”.
La parte laboral estaba cubierta, pero lo más difícil estaba fuera de la cancha.
Eduardo vivía con su familia en un suburbio de Ottawa, rodeado por una tranquilidad que llegaba a perturbarlo en cierta manera… además estaba el tan temido invierno canadiense.
“La primera vez que intenté salir a correr en el invierno duré dos minutos”, recuerda entre risas. Como cubano tenía que lidiar con una nueva realidad, esa que va más allá de lo cultural. “Tuve que aprender de credit card, debit card, cosas que no teníamos en Cuba. Tampoco hablaba nada de inglés, ni ‘hello’”.
Ha vivido en varias ciudades del país y a sus ojos, cada una es especial. Aún así, admite que a orillas del Saint-Laurent se siente más cómodo, más adaptado. “Montreal para los cubanos es mucho mejor, hay muchos latinos, muchas culturas y hasta puedes comer cualquier tipo de comida. A los québécois le gustan mucho los cubanos”, comenta, aprovechando para hacerle publicidad al que se ha convertido en su sitio favorito.
“Ya tengo mi restaurant aquí, en Beaubien, Café Cubano, ya le estoy haciendo publicidad”, dice entre risas. “Es como si estuviera comiendo la comida de mi mamá. Voy como dos veces por semana y llevó a los chicos, a los americanos y se vuelven locos”.
Nunca ha dejado de ser cubano, de sentir nostalgia por su tierra y su gente. “Luego de 13 años acá todavía sigo extrañando la esquina del barrio, mis amigos, tomarme un cafecito con mi mamá en la mañana, la música”.
Pero la estabilidad que ha conseguido en el norte, esa “suerte” de la que habla tan orgulloso, le ha permitido mantenerse en contacto con su tierra, adonde va cada año. Además, se siente feliz de ser parte de dos culturas.
“Me siento muy orgulloso de ser canadiense. Me encanta el hockey (sobre todo los equipos canadienses), incluso sé más que muchos de los chicos que son de acá. Para nosotros los cubanos, que somos tan diferentes al resto del mundo, es bonito venir a un país como Canadá, un país capitalista, y ver que tienen muchos valores que tenemos nosotros, el respeto a la persona, no hay violencia, son muy distintos a las otras potencias mundiales”, comenta, metiéndose un poco en política e ideología.
Si bien en La Habana puede pasar como un ciudadano común y corriente, en su pueblo natal, Sancti Spíritus, es reconocido. “He llevado muchas donaciones y he tratado de ayudarlos, así que si vas, verás las camisetas de Sebrango de los Whitecaps o del Impact”.
Mantener las raíces
Desde el primer momento que pisó Canadá, Eddy ha estado abierto a adoptar una nueva cultura y una nueva visión de vida. Aunque eso no significa que sea algo fácil.
Amigos, idiomas, cultura. Todo eso ha tenido que cuidarlo.
“Con el tema de la lengua tuve mucho más tiempo, porque en el fútbol no necesitas hablarlo perfectamente, así que fui poco a poco”, comenta el jugador, quien declara normalmente a los medios en inglés con total fluidez. “Nunca me sentí québécois, no pensé que tenía que aprender el francés, pero desde que regresé de Vancouver hace tres años me siento más parte de la cultura de acá, así que estoy aprendiendo”, comenta sobre la marca registrada de Quebec: su idioma.
“Empecé a trabajar con la academia del Impact, en donde todo es en francés: los entrenadores, los chicos, así que me tocaba escuchar reuniones de tres horas sin una palabra en inglés. Entiendo 90% y me puedo comunicar de a poco. Quiero aprender de verdad”, confiesa.
Una de los retos más difíciles para Sebrango ha sido mantener su legado, ese que tiene origen en el Caribe. Su idioma, sus costumbres y tradiciones.
Tiene dos hijos ya entrando en la adolescencia. Nacidos en Canadá, conscientes de sus orígenes cubanos, pero con problemas para mantenerlos. Una realidad que viven muchos inmigrantes.
“Es una parte que no estoy muy contento. Cuando eran pequeños estaba todo el tiempo con ellos y les hablaba en español y me entendían todo. Ahora no hablan nada”, comenta sobre sus hijos, quienes viven con su madre en Kingston, Ontario.
Por lo menos los ve una vez al mes. Es una oportunidad para compartir pero también para reforzar todo su bagaje cultural, ese que los pequeños Sebrango llevan en la sangre. “Es complicado porque viven lejos y cuando estoy con ellos, como es por pocos días, no quiero presionarlos hablándoles en español”.
“Mi niña acaba de cumplir 12 años y su regalo fue un programa de recetas en español. Además, ellos se dan cuenta: mi mamá viene de visita y se dan cuenta que su abuela no habla una palabra de inglés, así que saben que lo necesitan”.
Eduardo, el “suertudo”, el que siempre está sonriendo, mira hacia atrás y no tiene dudas de que ha dado los pasos correctos en su vida, como jugador, como padre y como inmigrante.
“Estoy muy contento. Tengo casi 39 años y llega un momento en el que te das cuenta de todas las experiencias que has vivido, las buenas y las malas y puedo decir que estoy contento con mi vida. El apoyo que he recibido de la gente, del Impact como organización, de mi familia, ha sido muy importante”.
Admite que no es fácil salir de un país e integrarse a otro. Sabe que su caso ha sido mucho más sencillo al de muchos inmigrantes, por tanto no duda en dar sus tres consejos.
“Lo más importante es que hay que trabajar. Tienes que involucrarte en la cultura sin olvidar tus raíces y lo otro es buscarte un buen grupo de amigos”, esa es su Trinidad de inmigrante. “Muchos inmigrantes vienen solos, sin familia, así que es importante formarte un buen grupo de amigos. Pero lo más importante es trabajar duro y no dejar que nadie te trate mal y siempre hacerte respetar”.
Cierra la conversación tal cual como la empezó, con una gran sonrisa y su acento cubano mucho más suelto que cuando el grabador se prendió. Eduardo el “suertudo”, el que se gana la vida marcando goles.
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