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En pocas horas, el gobierno cubano será sometido al Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, con pronósticos mayoritarios de que el largo historial de violaciones y atropellos del régimen implantado por Fidel Castro hace 54 años pase la prueba sin una condena efectiva.
El contenido del informe cubano ya es conocido. Lo divulgó la pasada semana el Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) y forma parte de la estrategia propagandística que hemos visto desgranar en estos años en los foros internacionales, atestada de alteraciones, silencios, medias verdades y burdas mentiras sobre la realidad en Cuba, en la vida pública y en sus cárceles.
Con el tradicional maquiavelismo de los personeros del régimen, la presentación del informe estuvo precedida por una inusual gira por las prisiones habaneras, a la que el Ministerio del Interior (MININT) convocó a los periodistas oficiales y corresponsales extranjeros para presentarles una imagen maquillada de la realidad penitenciaria del país.
En mayo del pasado año, el régimen cubano fue sometido a un examen similar ante la Comisión contra la Tortura (CAT) de Naciones Unidas, en Ginebra, y la respuesta del representante castrista a preguntas sobre la situación de las prisiones se recordarán por largo tiempo como un ejemplar ejercicio de cinismo. El vicefiscal general Rafael Pino no tuvo mejor ocurrencia que aseverar que todos los casos de malos tratos en centros de detención son perseguidos penalmente en el país.
Tortura e impunidad
“En Cuba no hay, ni habrá espacio para la impunidad”, dijo entonces el fiscal Pino. Y agregó una frase que sólo un demente o un extraterreste (y Pino no es ninguna de las dos cosas) podría lanzar sin ruborizarse: "Los actos de tortura y malos tratos están totalmente prohibidos y constituyen delitos en Cuba”.
Este es el mismo discurso del informe cubano que escucharemos hoy en Ginebra. Porque evidentemente los funcionarios castristas no hablan al parecer de las cárceles donde cumplí 17 de una condena de 20 años. Entre el sistema penitenciario que alaba el cuento de hadas del MINREX y la infamia cotidiana de las cárceles cubanas hay un abismo de contradicciones que no podrá dilucidarse en esta anunciada sesión de Ginebra.
El único recurso que tenemos las víctimas cubanas no parece ser encomendarnos hoy a Naciones Unidas, sino recordarles que tenemos la memoria intacta. Por crudos que parezcan los detalles.
Yo recuerdo en mis largos años de prisión que nunca me dieron alguna sábana, funda o almohada para taparme en las noches. Ni a mis compañeros de infortunio, tanto en la prisión de la Condesa, el área especial de Guanajay y por último en Guaicanamar.
Yo recuerdo en mis largos años de prisión que nunca me dieron alguna sábana, funda o almohada para taparme en las noches. Ni a mis compañeros de infortunio, tanto en la prisión de la Condesa, el área especial de Guanajay y por último en Guaicanamar.
Recuerdo que nunca me dieron colcha, mosquitero, ropa para contrarrestar el frío y la humedad de las celdas, ni a mí ni a mis compañeros de infortunio.
Once años en celda tapiada
Recuerdo que en 17 años y medio de cautiverio, 11 de ellos en una celda tapiada, apenas recibí dos o tres veces aseo personal.
Recuerdo a algunos presos comunes benéficos (los que no reciben visitas por diversos motivos) a quienes en algún momento tuve acceso. Los recuerdo con los dientes podridos y un aspecto totalmente deplorable, clamando por un poco de pasta dental para tratar de conservar las pocas piezas que les quedaban, o por un pedazo de jabón para asearse, aunque fuese una vez en largo tiempo. Los recuerdo rogando un cigarrillo.
Recuerdo también cuando se me reventó una úlcera en el área especial de Guanajay, donde permanecí casi 24 horas hasta que me pudiesen trasladar de urgencia al Hospital Nacional de Reclusos. Porque si bien existía la ambulancia, faltaban dos patrullas para poderme conducir y hasta que no vinieron, no pudieron enviarme rumbo al hospital.
Recuerdo las donaciones de sangre de los presos en La Condesa y las colas que se formaban para hacer el donativo, porque era la forma de recibir un permiso de 24-48 horas, en violación de las más elementales normas de seguridad sanitaria.
Recuerdo que si querías alumbrarte en tu celda por las noches, tus familiares tenían que proporcionarte las bombillas adecuadas.
Recuerdo las magras, fétidas raciones de alimentos que consumía la población penal; la harina de maíz con gusanos, en proporciones tan pequeñas que hasta un niño se quedaría con hambre. Un invariable desayuno que consistía en una delgada rodaja de pan, confeccionado con harina de naturaleza desconocida y agua con azúcar caliente.
Dolores sin remedio
Recuerdo que en 17 años la única proteína que consumí en la prisión me la proporcionaba la familia durante las esporádicas visitas.
Recuerdo la falta de médicos, enfermeros o personal de la salud en las prisiones, y la notoria falta de medicamentos. Daba pena ver rabiar a hombres recluidos, en condiciones totalmente infrahumanas, por un dolor de muelas, un ataque de asma, un simple dolor de cabeza, una fiebre, y que no apareciera una aspirina o el medicamento necesario en todo el recinto penitenciario.
Recuerdo los apagones en las prisiones, frecuentes y de larga duración con las consabidas vendettas, insultos y peleas entre los reos.
Recuerdo la inexistencia de grasas comestibles, pues la poca que se suministraba se la robaba el personal de cárceles y prisiones.
Recuerdo que la familia se las agenciaba para llevarme alimentos, que era robados descaradamente en las requisas por el personal carcelario. Se llevaban también pertenencias suministradas por las familias, así como libros, revistas, periódicos, no precisamente para leerlos, sino con el mezquino afán de luego venderlos y tratar de compensar sus míseros salarios.
Recuerdo también el maltrato de obra y de palabra a los reclusos, injustificados en su inmensa mayoría.
Entre ratas y otras alimañas
Recuerdo las oprobiosas celdas de castigo donde se confunde el día con la noche, y donde se duerme en un tétrico pedazo de concreto que hace las veces de cama, esquivando ratas, ratones, mosquitos y moscas en cantidades industriales, así como otros vectores y alimañas portadoras de infecciones de todo tipo.
Recuerdo que esas magras celdas de castigo no distan mucho en condiciones de las celdas regulares.
Recuerdo las frecuentes diarreas colectivas, producidas por la ingestión de comida en mal estado, y la falta de medicamentos para contrarrestarlas.
Recuerdo que la aritmética de 53,000 presos que declara el gobierno cubano necesita ser revisada.
Solo en el Combinado del Este había albergados hasta mi salida de Cuba cerca de 9,000 reclusos y en Cuba existen decenas de cárceles de máxima seguridad con capacidades de entre 600 y 6,000 reclusos, todas con hacinamiento extremo.
En el área especial de Guanajay, donde pasé la mayor parte de mi condena en aislamiento, llegó a haber más de 150 presos entre militares, comunes y políticos, y hablamos de un recinto con capacidad de no más de 30 reclusos, según las normas mínimas internacionalmente aceptadas. Considero que el número de prsioneros oscila entre 90,000 y 10,0000 prisioneros, incluyendo las prisiones militares que regularmente se obvian, tan insalubres y con tan pésimos tratos y alimentación como las civiles.
Mentiras oficiales
Recuerdo las mentiras de funcionarios y fiscales con respecto a la presentación de las peticiones de cambio de régimen penitenciario o de libertad condicional. Una situación generalizada para los presos de carácter político. Los tribunales, en contubernio con la contrainteligencia detienen, frenan y deniegan injustificadamente las libertades a los reclusos.
Recuerdo los malos tratos a los familiares cuando van a exigir los derechos de sus seres queridos recluidos. Mi esposa reclamó alguna vez mi expediente científico, que nunca supe por qué se lo llevaron cuando requisaron ilegalmente mi casa, y estuvo a punto de recibir bofetadas.
Recuerdo la insolente conducta del teniente coronel Fernando Fernández, presidente del tribunal inquisidor que me juzgó sin la presencia de un abogado defensor. Menciono su nombre porque creo que sería oportuno que las víctimas comiencen a reunir los nombres de los funcionarios del aparato de cárceles y prisiones, de los tribunales y de la policía política o de cualquier funcionario de conducta reprobable, porque nuestra misión es impedir la desmemoria del futuro cubano.
Recuerdo que algunos de esos victimarios del castrismo están hoy paseando impunemente por España, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros paises democráticos, algunos ya retiro en mano, visitando a los hijos o parientes, sin recordar el pasado reciente que protagonizaron como represores.
Recuerdo que algunos gobiernos democráticos otorgan fácilmente visas a estos energúmenos y deben al menos conocer a quiénes le dan refugio y alberge. Si Naciones Unidas me permite insistir, los delitos por violaciones flagrantes de derechos humanos no prescriben, y los violadores pueden ser detenidos y juzgados en los países signatarios de tratados internacionales en este rubro.
Recuerdo que estoy disponible para cualquier testimonio o verificación sobre estos hechos que describo.
Todo esto he querido recordarlo con la esperanza de que el escarnio del régimen cubano no llegue a convertirse en la única palabra válida y dolorosamente aceptada ante el ilustre Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
------------------- *Ingeniero eléctrico y ex teniente coronel de las FAR y el MININT. En 1991 fue condenado a 20 años de prisión por un tribunal militar, acusado de salida ilegal del país, desacato, conducta deshonrosa, espionaje y deserción. Actualmente reside en Madrid.
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