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No se confunda nadie: no pretendo hablar de sexo, sino de gobierno.
La impotencia corroe a Raúl Castro: por mucho que lo intenta, no logra definir un estilo de dirección y un mecanismo de trabajo que haga avanzar al enorme y anquilosado dinosaurio conocido como “gobierno revolucionario cubano”, nombre resucitado por el general-presidente después del retiro “con carácter provisional” de Fidel Castro.
Todo hay que decirlo, que lo cortés no quita lo valiente: Raúl Castro ha introducido un mecanismo de gobierno realmente interesante y abarcador, conocido como el Consejo de Ministros Ampliado, reunión periódica donde participan, además de los Ministros, miembros del Consejo de Estado y del Buró Político del Partido, y dirigentes provinciales y de organizaciones de masas, donde se analizan y discuten tareas importantes y problemas fundamentales que afectan al país.
Comparado con el desorden entronizado por el Comandante en Jefe durante cuarenta y siete años con sus entrópicos mecanismos paralelos, o el encartonamiento burocrático y aburrido instaurado temporalmente con la “institucionalización” tipo soviética entre 1976 y 1986, el Consejo de Ministros Ampliado, promovido por Raúl Castro, es un proceso novedoso en la cultura de dirección “revolucionaria” cubana, más dinámico que todo lo que se había visto por más de medio siglo, y con objetivos mucho mejor definidos en lo que sería un enfoque académico de administración pública.
El gran problema que tiene esta novedad establecida es muy sencillo: que no funciona. Nunca he sido de los que consideran que la más alta dirección de la economía cubana está compuesta de incapaces y cretinos —aunque algunos no han faltado nunca— y mucho menos en estos tiempos del neocastrismo, donde por regla general los ministros tienen, al menos, formación universitaria y/o una vasta experiencia de dirección. Sin embargo, los resultados no se ven, y el final de cualquier esfuerzo resulta como nadar en una piscina de leche condensada: no hay manera de avanzar.
La información aparecida en el periódico Granma el pasado lunes —no me lo hizo saber ninguna fuente secreta del Buró Político, con la que no cuento ni pretendo contar— dice mucho más sobre el tema que cualquier análisis sobre el gobierno cubano que quisiera elaborar tanto la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como la “mafia de Miami”: el rosario de calamidades, desórdenes, ineficiencias, incumplimientos y mamarrachadas es imponente, aunque en honor a la verdad es justo reconocer que, aparentemente, está prohibido en esas reuniones, o al menos en la información sobre las mismas, echarle la culpa al “criminal bloqueo imperialista” por los problemas que se confrontan.
Los eufemismos periodísticos no logran edulcorar las realidades. Quienes intervienen en la reunión hablan de insuficiencias productivas, poco aprovechamiento de capacidades de producción, ineficientes procesos inversionistas, insuficiente reciclaje de envases y embalajes, bajo nivel de utilización de materias primas recicladas, impagos, falta de disciplina financiera, deficiencias de trabajo, indisciplinas, mala calidad de los productos, demoras, falta de exigencia, incumplimiento de planes y contratos, falta de trabajo nocturno y de fin de semana en actividades de producción continua, insuficiencias organizativas, de planificación, de previsión, operacionales y de coordinación. En conclusión, nada para poder culpar al tenebroso “imperialismo”.
De pasada, aunque no lo dice directamente el órgano “informativo” del Partido Comunista, leyendo entre líneas nos enteramos que el Plan de la Economía para 2013 estaba tan mal hecho que hubo que modificarlo a la carrera, pues aparentemente el plan de inversiones para este año había sido calcado de un cuento de hadas. Como resultado de tamaña incapacidad e irresponsabilidad de los burócratas a cargo de la “planificación socialista”, se incrementa —y es lo positivo del asunto— la disponibilidad de materiales de construcción para ventas a la población y la terminación de viviendas “por esfuerzo propio”, pero no porque exista interés en resolver esos problemas de los cubanos, sino porque, simplemente, el absurdo plan de inversiones inventado hubo que desecharlo.
Raúl Castro, por su parte, debería haber aprendido algo durante cuarenta y siete años al frente de las Fuerzas Armadas en el país: cuando existen demasiadas direcciones del golpe principal —que en la vida civil se conocen como “prioridades”— ninguna funciona. Si el general-presidente no lo recordara, aunque sea difícil de creer, el general de división Leonardo Andollo, segundo jefe del Estado Mayor General y Jefe de la Dirección de Operaciones del MINFAR, con un importante papel en ese cónclave, y a quien Granma menciona simplemente, sin grados militares, como “segundo jefe de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo”, se lo podría recordar.
No tiene sentido, por lo tanto, señalar en la reunión del Consejo de Ministros Ampliado, que entre las inversiones priorizadas “destacan las relacionadas con el turismo, la biotecnología, las energías renovables, la producción de alimentos, de bioplaguicidas, bioestimulantes y biofertilizantes, el abasto de agua y saneamiento de las principales ciudades, los sistemas de riego, la sostenibilidad de la generación eléctrica y las telecomunicaciones, además de la construcción de viviendas en La Habana y en las provincias de Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo afectadas por el huracán Sandy, así como las que todavía existen en varios territorios del país a causa de fenómenos climatológicos anteriores”. En resumen, un total de dieciséis prioridades de inversiones, que se destacan entre muchas otras. O, lo que es lo mismo, ninguna inversión en realidad está priorizada en medio de ese tumulto.
Raúl Castro, entonces, enfrenta una situación de impotencia total: un país no se dirige como se manda un campamento, pero tampoco funciona sin acabar de aceptar que nada, nunca, y en ninguna circunstancia, sustituye al papel regulador del mercado.
No se trata de capitalismo salvaje ni de negación del Estado: al Estado corresponde siempre, en cualquier lugar, un papel importantísimo, a través de acciones que garanticen el progreso y la prosperidad de cada país dentro de un marco legal efectivo y justo, y la creación de un entorno favorable al mejor funcionamiento de la economía y la sociedad, entre otras cosas. Sin embargo, administrar la economía no debe ser su tarea, ni puede hacerlo con un mínimo de eficiencia. Nunca.
Pretender, en pleno siglo XXI, que un puñado de burócratas en la Plaza de la Revolución, por muy universitarios que sean y muchas computadoras que tengan, y una caterva de cafres incompetentes en la Empresa de Acopio y en las “organizaciones de masas”, sean capaces de adivinar y determinar las necesidades, gustos, intereses y preferencias de más de once millones de cubanos en todo el país, y además satisfacerlas algún día, es lo más retrógrado, surrealista, tonto, cavernícola y contrarrevolucionario que se pueda imaginar.
Raúl Castro tendrá que entender que para su impotencia total como gobernante tratando de enderezar el árbol torcido de la economía cubana no existe Viagra alguna, ni existirá: la única medicina posible y comprobada es esa que se niega a aceptar y aplicar, y que se llama economía de mercado.
Podrá seguir con sus Lineamientos, su planificación socialista y su Consejo de Ministros Ampliado todo el tiempo que considere que deba hacerlo. Pero que no se queje nunca de impotencia, y que aprenda a vivir con ella.
Porque sigue buscando la solución correcta al problema equivocado.
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