Por estos días, muchos cubanos “de acá” se sienten ofendidos por un texto de jodedera que circula por Internet, presuntamente escrito por un cubano del lado “de allá” que da 15 consejos a los compatriotas que se aprestan a salir de la cápsula castrista y viajar al exterior.
Molesta que algunos compatriotas, solo por el hecho de vivir fuera de Cuba –exiliados, emigrados o “en el pacá y pallá” y el lleva y trae de pacotillas- se crean cosmopolitamente superiores a los que estamos en la isla, con derecho a mirarnos por encima del hombro y burlarse de nosotros. Como si todos los de acá fuéramos una cáfila de aseres muertos de hambre, sumisos, pedigüeños y papelaceros. Pero no es para tanto, no hay que ponerse tan solemnes que no seamos capaces de asimilar un chistecito a costa nuestra, Que bastantes chistecitos hemos hecho por acá a costilla de “los de allá”. ¿O ya se olvidaron de la sopa hecha con las cenizas de la abuela y el traje de los 15 de Yucasileidy hecho con el satín que forraba el interior del ataúd del tío que se murió en Miami?
El colmo es que el castrismo también haya logrado acabar con nuestro proverbial sentido del humor y transformarnos, de incorregibles jodedores en fieles y amargados seguidores de la compañera Maricusa Tragiquismo, dispuestos siempre a dar bateo por cualquier motivo.
Después de todo, las chanzas a costilla nuestra nos las hemos buscado a fuerza de tanto patrioterismo barato, de exagerar a favor y en contra, de hacernos las víctimas, de creernos el ombligo del mundo, de hacernos los más calientes y cabrones que cualquiera, de creernos cualquier cantidad de cosas...¡Con la cantidad de chusmisos y tarúpidos que tenemos! Son producto del sistema, lo sé, no son la mayoría, OK, ¡pero como hay! ¡Y mira que hacen bulto!
Con los chistecitos y los ofendidos, también la dictadura, que tanto disfruta separarnos y echarnos a pelear, sale ganando.
A propósito, en esto de la reforma de la ley migratoria, que no hubo que esperar mucho para ver que no era la maravilla que decían, la dictadura también está logrando dividirnos a los cubanos en dos categorías: los que pueden viajar y los que no. Particularmente a los disidentes.
Con lo paranoicos que nos hemos puesto –y con razón- se imaginarán cómo se ve eso de que a unos les pongan el sellito del MININT en el pasaporte para que puedan salir al exterior y a otros se lo nieguen por estar en la lista negra de las personas que resultan “de interés público” (para la Seguridad del Estado).
Eso, por no hablar de los disidentes que si no tienen dinero ni para comer, porque el Estado no les da trabajo ni licencia para trabajar por cuenta propia y arriba, los segurosos, los jefes de sector y los chivatones le hacen la vida un yogurt con sabor a naranja agria, ¡qué coño van a tener el dineral en divisa que hace falta para viajar!
Confieso que me preocupan los papelazos que puedan hacer los disidentes que viajen al exterior. Con tantos ojos que tendrán puestos encima, estarán rodeados de acechanzas. No solo las trampas que les tiendan los servicios de inteligencia de la dictadura, que ya sabemos tiene el brazo largo y numerosos compinches solidarios por todo el mundo, sino también las mordidas del subdesarrollo y la natural tendencia que tenemos los cubanos de hablar mierda en cantidades industriales. Me temo que algunos globos se van a desinflar. Son demasiadas las expectativas de los amigos que no acaban de entendernos y mucha la mala fama que se ha encargado el régimen de darnos a los disidentes.
Arreglados estaremos si los disidentes viajeros no se cuidan de los deslices y le siguen entusiastamente la rima a todos los provocadores y breteros y las podridas que les habrán puesto de antemano. Ojala que no. Parafraseando a Antonio Machado: ¡Cubanito que sales al mundo, te guarde Dios! En especial, si eres disidente.
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