Subestimar la capacidad de maniobra política del régimen de La Habana nunca ha sido una actitud inteligente, ni tampoco lo es en estos momentos, con el futuro del chavismo en juego y, por carácter transitivo, la estabilidad del castrismo a largo plazo.
La oposición venezolana, confundida, dividida, y sin estrategias claramente definidas, sigue tratando de responder continuamente a la ofensiva castro-chavista, pero sin mostrar ni velocidad ni fortaleza para propinar contragolpes efectivos. Mucho menos para llevar a cabo acciones proactivas que pongan al chavismo a la defensa.
Y muchos, tanto en Venezuela como en Estados Unidos, que pretenden analizar la realidad venezolana cargados de demasiadas pasiones, o subestimando a Nicolás Maduro por su condición de “autobusero”, chocan con la confusión y llegan a conclusiones erróneas, a veces hasta disparatadas. No lo digo porque me crea superior, sino porque algo nos debe haber enseñado a los cubanos más de cincuenta años bajo la dictadura de los hermanos Castro.
Hasta hace pocos días los venezolanos argumentaban, con razón, que no había prueba de vida de Hugo Chávez después de sesenta días en Cuba, y las exigían. Sin embargo, tan pronto aparecieron tres fotos del caudillo venezolano con dos de sus hijas, comenzaron las teorías de la conspiración, “demostrando” que las fotos habían sido trucadas con photoshop. ¿Suena familiar?
Todavía recuerdo cuando la presidenta argentina Cristina Fernández se fotografió con Fidel Castro en 2009 en La Habana, la cantidad de “expertos” que “demostraron” que era “imposible” que la persona junto a la señora Fernández fuera Fidel Castro, por esto, por lo otro, y por lo de más allá, por no sé cuantos megapíxeles en las fotos, por las sombras y las luces que se proyectaban, por la altura de ambos, y por cualquier cosa que se le ocurriera a los múltiples especializados en teorías conspirativas, hasta que se trataba de un doble o de ¡una figura de cera!
Cabe preguntarse si los servicios especiales cubanos, que durante más de medio siglo lo mismo han falsificado pasaportes que certificados de nacimiento o billetes de veinte dólares, que han sido capaces de modificar la fisionomía de muchas personas para que entraran clandestinas en diversos países, que han expatriado guerrilleros latinoamericanos en combate para llevarlos hasta Cuba a curarse o a reunirse, o infiltrado espías en la Embajada de Estados Unidos en Montevideo y en la Agencia de Inteligencia del Pentágono, serían tan burdos para presentar internacionalmente, en un momento en que todo el mundo está pendiente de la salud y de las pruebas de vida del mandatario, fotos trucadas de Hugo Chávez que prácticamente cualquier aficionado a la computación, con un mínimo de talento, pudiera desenmascarar como falsas en menos de veinticuatro horas, como se dice que han hecho.
Quien desee creerse la versión del trucaje fotográfico en las últimas fotos de Chávez, está en todo su derecho, pero eso no significa automáticamente que pueda tener razón. Y posiblemente ese criterio no va a ayudarle mucho si pretende realizar análisis serios y profundos sobre la realidad venezolana.
Se anunció que Hugo Chávez regresó a Venezuela en la madrugada del día 18, y de nuevo los especialistas de la teoría de la conspiración comenzaron a elucubrar. Se preguntaron, por ejemplo, por qué no lo hizo en el avión presidencial. Y comenzaron a sacar conclusiones apresuradas. No se molestaron en saber que debía ser trasladado en un avión más pequeño, que volara a menor altura, para que los cambios de presión no le afectaran.
Se repite ahora que todavía no ha sido visto en Venezuela, lo cual demostraría que no es cierto que llegó al país. Con esa misma teoría, la cara oculta de la Luna, que no fue vista hasta hace relativamente poco tiempo, no existió hasta entonces. Se insiste también que no está en el Hospital Militar en Caracas, porque no se aprecia un aparatoso despliegue de seguridad en la institución hospitalaria. Sin embargo, si no estuviera allí y se pretendiera hacer creer que estaba, lo primero y más elemental que haría cualquier servicio de seguridad empeñado en desinformar sería crear un aparatoso y bien visible dispositivo de restricciones, postas, guardias armados, carros policiales y militares, pases especiales, prohibiciones de tránsito y accesos, y muchas cosas más.
El argumento más sólido que puede plantearse es circunstancial, pero no conclusivo: ninguno de los jefes de gobierno de países aliados o amigos han podido ver al caudillo venezolano desde su operación en el mes de diciembre en La Habana, ni en Cuba ni ahora en Venezuela, donde lo intentó Evo Morales sin lograrlo, al menos que se sepa. Lo único de que disponemos todos es de las palabras de personeros del gobierno venezolano que dicen haber hablado con él y haber recibido tales o cuales órdenes y disposiciones, y de una carta al ilustre paciente atribuida a Fidel Castro, pero ni imágenes de video ni grabaciones en voz del bolivariano, aunque esto último se explicaría por la traqueotomía que se le ha practicado.
Sin dudas, todo eso puede ser significativo, pero no comporta necesariamente que Hugo Chávez esté muerto o que no esté en Venezuela. Es posible que esté en un estado tal de desgaste que lo haga poco presentable, debido al deterioro físico ¾operaciones, infección pulmonar, hemorragias, respirador artificial, sondas y otros dispositivos conectados a su cuerpo¾ y tal vez no sea recomendable que se deje ver, ni siquiera por aliados.
Desde 2006 hasta nuestros días en muchas ocasiones me ha tocado, en prensa escrita, televisión y radio, decir lo que para muchos era un criterio desalentador e irreverente cuando tantos opinaban lo contrario: que no había evidencias suficientes para considerar que Fidel Castro estaba muerto, y que más tarde o más temprano aparecería de nuevo. Y hasta el momento los hechos han demostrado que era así.
Ahora, en este caso, aún a riesgo de que muchos amigos y muchos lectores venezolanos consideren que es un criterio desalentador e irreverente, debo decir lo mismo: que no hay evidencias suficientes para considerar que Hugo Chávez esté muerto o que no esté en Venezuela, y que más tarde o más temprano aparecerá de nuevo. Ya veremos si los hechos lo demuestran o si yo estoy totalmente equivocado. No digo que reaparecerá en condiciones para gobernar, ni como atleta o gimnasta, ni con el vigor y la energía que ha mostrado anteriormente, pero ya esa es otra historia.
Los que se aferren a que está muerto están en todo su derecho. Pero no les vendría mal dejar al menos una mínima posibilidad de que pudieran estar equivocados.
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