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Gabriel Reyes
No se trataba de una visita de cortesía al convaleciente presidente recluido en un Centro Hospitalario cubano. Ya esa parte de la rutina protocolar se había cumplido con anterioridad y es etapa superada. El motivo del viaje de varias “personalidades” del gobierno venezolano a la isla cubana atendía la necesidad de concretar mediante un acuerdo entre las partes la garantía de la continuidad política/administrativa del proyecto chavista, aún más allá de una eventual ausencia absoluta de su creador, tal y como él mismo lo refirió en su alocución/despedida del 7 de diciembre pasado.
Estaban todos reunidos alrededor de una mesa de trabajo, no de la cama del enfermo, ultimando los detalles de un pacto que garantice la gobernabilidad en un país que se maneja por inercia desde hace algunas semanas, donde el presidente se ausenta, encarga a alguien que se ausenta y que encarga a alguien que nadie sabe si podía hacerlo y si lo está haciendo, pero donde todo está “excesivamente normal” como diría un filósofo de la revolución chavista en repetidas ocasiones, hoy ausente del protagonismo de estos sucesos.
Pero, a ese reloj cubano, que no se debe parecer mucho a los suizos, le hacía falta una pieza muy importante: El presidente de la AN. El mismo que nunca visitó Cuba en 14 años y que en un segundo viaje de reciente data ha sido conminado a suscribir esta suerte de compromiso de ultratumba con su mentor para tranquilizar a quienes ven con ojeriza a un personaje que dentro del mismo chavismo era considerado hace poco “de la derecha endógena” y que se quedaría con la tarea de asumir la presidencia y llamar a elecciones para garantizar la participación del “heredero” en ella y así intentar preservar el proyecto de acuerdo a la voluntad expresada por Hugo Chávez.
Mientras esto transcurre en Cuba, en Venezuela se ofrecen declaraciones desde la MUD donde el consecuente Ramón Guillermo Aveledo advierte sobre la incertidumbre y sus consecuencias, y otros comienzan a manejar un discurso que todavía no luce monolítico y donde pareciera que las agendas personales privan sobre la verdadera necesidad de consolidar una unidad que vaya más allá del mercadeo político, de la retórica electoral, del carnaval de los votos. Es el momento de que en Venezuela se celebre otro pacto. Una Alianza Nacional donde participen los partidos políticos y estén representados también todos los sectores de la vida democrática venezolana y se definan prioridades, roles y estrategias para que no sigamos siendo testigos de lo que otros deciden por nosotros.
Todavía no regresan todos los viajeros de la isla caribeña, pero ya está claro a qué fueron y cuáles serán las consecuencias de su reunión. Seguramente los hermanos Castro estarán muy complacidos, como cordiales anfitriones, del resultado de esta gestión que los involucra de manera total y absoluta, enalteciendo esa “soberanía” de peroratas que tanto nos repetía el hoy ausente.
Fue entonces en la capital insular donde los principales ejecutores de la voluntad del presidente enfermo se comprometieron a no agredirse entre ellos y a luchar por la consolidación del sueño de la Patria Grande, de la beca eterna a los cubanos, del endeudamiento infinito con los chinos, de las compras de chatarra a los rusos, de la hermandad con Ahmadineyad, Al Assad, Al Bashir, Lukashenko y Mugabe, de la entrega patrimonial a los próceres de Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina y otros adláteres convenientes de esta gran piñata continental.
Allí, en tierra extranjera, en otro país, se llevó a cabo un Pacto que garantizará la unidad del gobierno que nació de criticar otro Pacto, sellado y firmado en Venezuela, entre venezolanos y que nos permitió desarrollar nuestra democracia como vitrina para América y el mundo durante el siglo pasado. Las ironías de la vida hacen que en un futuro no muy lejano se estudien dos pactos muy diferentes pero que marcarán dos hitos importantes, El Pacto de Punto Fijo y el Pacto de La Habana.
¡Amanecerá y veremos!
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