Cuando hace apenas unas horas se celebró en todo el mundo la llegada del día de Año Nuevo de 2013, en Cuba hubo poco que festejar. Hoy se cumplieron 54 años de la dictadura más prolongada y nefasta en la historia del país y de toda América Latina.
En sus bunkers y mansiones alejadas de la vista pública, Fidel, Raúl Castro y la élite de la nomenklatura celebraron la toma del poder manu militari hace más de medio siglo y el haber impuesto y mantenido férreamente un régimen ilegítimo, pues ninguno de los dos ha tenido jamás el decoro de someterse al escrutinio popular.
Como postuló Jean-Jacques Rousseau en su Contrato Social, 27 años antes de que estallase la revolución francesa, el único gobernante legítimo es el que ha recibido su mandato por voluntad popular. La soberanía de un país, afirmaba el pensador franco-suizo, radica en el pueblo, que elige y legitima mediante el sufragio universal a los gobernantes que estarán a su servicio.
En Cuba esa soberanía del pueblo no se ejerce desde 1948, cuando fue electo presidente Carlos Prío Socarrás, derrocado en 1952 por Fulgencio Batista. De eso hace 64 años. Son pocos los cubanos con 85 años de edad, como mínimo, que participaron en aquel ejercicio democrático.
El poder político actual en la Isla es patrimonio familiar de un par de iluminados, sustentados por generales y coroneles que viven como millonarios con el dinero del erario público.
Muy pocos recuerdan ya —ha pasado demasiado tiempo— que semanas después de Castro hacer su entrada triunfal en La Habana (8 de enero de 1959) al frente del Ejército Rebelde, al asumir el cargo de Primer Ministro, declaró que lo hacía solo provisionalmente. "Yo no soy un aspirante a presidente de la República... no me importa ningún cargo público, no me interesa el poder", dijo el 16 de febrero de 1959 en el Palacio Presidencial.
Aparentemente despojado de cualquier ambición personal, Castro anunciaba que no participaría en las elecciones presidenciales a celebrarse pronto, tal y como había prometido desde la Sierra Maestra.
Poderes absolutos
Pero la hipocresía de sus palabras afloró con fuerza unas semanas más tarde, cuando puso en práctica la Ley Fundamental, redactada por él mismo el 7 de febrero de 1959, con la cual echó abajo la Constitución de 1940, una de las más avanzadas del continente. Convirtió en ornamental el cargo de presidente de la República y arrebató al Congreso las funciones legislativas, que puso en manos del Consejo de Ministros que él presidía. Es decir, Castro devino verdadero emperador omnipotente, a cargo de los tres poderes del Estado y de las Fuerzas Armadas. Entonces lanzó la consigna de ¿elecciones para qué? Nunca las hubo.
Paralelamente, desde mediados de enero de 1959 ya había dicho que si "algo" le sucedía, su sucesor sería su hermano. O sea, estaba adelantando que iba a instaurar una dinastía. Para institucionalizarla, el 13 de febrero —tres días antes de asumir como Primer Ministro— designó a Raúl como segundo hombre más poderoso del país, al nombrarlo Jefe de la Comandancia General de las FAR.
Con tal encumbramiento, Raúl Castro le pasó por encima al comandante Camilo Cienfuegos, el héroe más destacado en la guerra contra la dictadura batistiana, quien tomó el emporio militar de Columbia y consolidó la victoria militar del Ejército Rebelde, del cual era su Jefe de Estado Mayor. Por sus méritos y cualidades, su carisma y capacidad de liderazgo, era a Cienfuegos a quien le habría correspondido asumir tal responsabilidad.
También fueron ignorados el Che Guevara y otros comandantes con más capacidad política e intelectual y más méritos que Raúl, quien en la Sierra Cristal realmente no combatió, sino que se dedicó a cobrar "impuestos de guerra" a los campesinos. (Por cierto, tras la victoria rebelde, Ramiro Valdés le echó en cara más de una vez al Castro menor su falta de historial combativo.)
Estaba claro que para afianzarse en el poder de forma vitalicia Fidel necesitaba como guardián y eventual sustituto a su hermano, inepto, pero siempre sumiso a su voluntad, mangoneado desde niño, tal y como sigue siendo.
Monarquía marxista
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