Juan Juan Almeida
Según cifras oficiales del Instituto Nacional de la vivienda, en Cuba existen alrededor de 3 millones 700 mil casas; 85 % de ellas, en régimen de propiedad individual. Todos recordamos, que la nueva ley de la vivienda fue de aquellas medidas esperadas y tomadas para – según el órgano oficial, la Asamblea Nacional, y el presidente General - actualizar el modelo económico del país.
Desde entonces, en el ciberespacio cubano aparecen a diario un sinfín de propiedades en venta. Algunos expertos en esta materia, ya han descrito la vertiginosa subida del mercado inmobiliario, como el nuevo boom, donde predominan permutas, compraventa, donaciones y adjudicaciones entre personas naturales cubanas con domicilio en el país, y extranjeros residentes permanentes en la isla.
El rifirrafe me hizo dudar, y harto de que los cubanos seamos siempre el gran contexto de una prolongada aventura familiar que promociona la mentira, se despertó mi interés por conocer quiénes compran casas en Cuba.
Encontrar la información no fue tarea difícil, hurgando en la parte podrida de un país donde pululan informantes deseosos de sentirse bien pagados. Después de semanas, averiguando un poquito por aquí y husmeando un poco por allá, comenzaron a surgir nombres de artistas, familiares de dirigentes, queridas desenfadadas, viudas desvergonzadas, funcionarios del estado, emigrados, exiliados, trabajadores del sector turístico, campesinos, ex militares tronados, e incipientes empresarios que poco valdría mencionar.
Fue así, escuchando y desechando, que se repetía la imagen de un hombre, de borrosa identidad como el mayor comprador de terrenos costeros, apartamentos y casas.
Alto, rubio, regordete y de hoscos modales; la persona más buscada por los vendedores de inmuebles se hace llamar Alexander, yo le apodaría “El gurú del ladrillo”. Desconozco su apellido, pero muchos aseguran que es hijo de uno de los veteranos rusos de la segunda guerra de Chechenia. Vive en España, muy cerca de Barcelona, en un complejo residencial exclusivo al que llaman “La montaña rusa”.
Conquistador en La Habana y sediento de amor, de estilo occidentalizado sin estridencias, a algunos les causa sospecha; y a otros, fascinación. No creo que este señor personalice a un caudillo de la mafia rusa, pero todo parece indicar que, con la anuencia del poco ético gobierno y sí muy estético estado, esta singular figura es un imán para atraer inversionistas de oscura procedencia y alta gama.
En algún lugar leí que la historia se repite dos veces; la primera como tragedia, la segunda como farsa.
Al heterogéneo cuadro de degradación social, corrupción generalizada, incertidumbre ciudadana, desconfianza en las autoridades, colapso de la economía y buen clima caribeño, se le suman ahora los defectos del Decreto Ley Nº 288 que convierte a la isla en nido para la delincuencia mundial, favoreciendo así la exultante entrada a este tipo de inversores buitres que al acecho de oportunidades, y con conexiones políticas, socavan el erario de un pueblo que posee como único anzuelo, cero ilusión.
Desde entonces, en el ciberespacio cubano aparecen a diario un sinfín de propiedades en venta. Algunos expertos en esta materia, ya han descrito la vertiginosa subida del mercado inmobiliario, como el nuevo boom, donde predominan permutas, compraventa, donaciones y adjudicaciones entre personas naturales cubanas con domicilio en el país, y extranjeros residentes permanentes en la isla.
El rifirrafe me hizo dudar, y harto de que los cubanos seamos siempre el gran contexto de una prolongada aventura familiar que promociona la mentira, se despertó mi interés por conocer quiénes compran casas en Cuba.
Encontrar la información no fue tarea difícil, hurgando en la parte podrida de un país donde pululan informantes deseosos de sentirse bien pagados. Después de semanas, averiguando un poquito por aquí y husmeando un poco por allá, comenzaron a surgir nombres de artistas, familiares de dirigentes, queridas desenfadadas, viudas desvergonzadas, funcionarios del estado, emigrados, exiliados, trabajadores del sector turístico, campesinos, ex militares tronados, e incipientes empresarios que poco valdría mencionar.
Fue así, escuchando y desechando, que se repetía la imagen de un hombre, de borrosa identidad como el mayor comprador de terrenos costeros, apartamentos y casas.
Alto, rubio, regordete y de hoscos modales; la persona más buscada por los vendedores de inmuebles se hace llamar Alexander, yo le apodaría “El gurú del ladrillo”. Desconozco su apellido, pero muchos aseguran que es hijo de uno de los veteranos rusos de la segunda guerra de Chechenia. Vive en España, muy cerca de Barcelona, en un complejo residencial exclusivo al que llaman “La montaña rusa”.
Conquistador en La Habana y sediento de amor, de estilo occidentalizado sin estridencias, a algunos les causa sospecha; y a otros, fascinación. No creo que este señor personalice a un caudillo de la mafia rusa, pero todo parece indicar que, con la anuencia del poco ético gobierno y sí muy estético estado, esta singular figura es un imán para atraer inversionistas de oscura procedencia y alta gama.
En algún lugar leí que la historia se repite dos veces; la primera como tragedia, la segunda como farsa.
Al heterogéneo cuadro de degradación social, corrupción generalizada, incertidumbre ciudadana, desconfianza en las autoridades, colapso de la economía y buen clima caribeño, se le suman ahora los defectos del Decreto Ley Nº 288 que convierte a la isla en nido para la delincuencia mundial, favoreciendo así la exultante entrada a este tipo de inversores buitres que al acecho de oportunidades, y con conexiones políticas, socavan el erario de un pueblo que posee como único anzuelo, cero ilusión.
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