Gustavo Silva
Para diciembre 10 de este año se había convocado a la Reunión de la Nación Cubana por la Democracia, que terminó posponiéndose para 2013. El propósito declarado es «debatir las acciones a emprender para lograr la instauración de una sociedad democrática y un Estado de derecho», pero entretanto Cuba transita pacíficamente de las elecciones parciales (octubre 21, 2012) a las generales (febrero 3, 2013), que dan por sentada la continuidad del Estado castrista hasta el 2018, con más de 2/3 del parlamento renovado e incluso sin Ricardo Alarcón. Y precisamente esta última peripecia absolutamente intrascendente concita la movida de agencias de noticias [tan despistadas como AFP, que reporta como aparente el cese de Alarcón en sus funciones, como si el Derecho Político en Cuba admitiera que alguien presidiera un parlamento sin pertenecer a él] y de traficantes de rumores [como Max Lesnik, que ya sugirió a Esteban Lazo como sucesor].
Ante todo cabe puntualizar que la lista de candidatos a diputado de la Asamblea Nacional (AN) se genera por triple destilación. Según la Ley Electoral (1992), la Comisión de Candidatura Nacional escoge a los precandidatos (Artículo 87), que pasan a las comisiones muncipales y terminan siendo nominados por las asambleas municipales en votación «a mano alzada» (Artículo 96). De este modo el Partido Comunista de Cuba (PCC) —gobernante y en el poder— no postula a NINGÚN candidato, pero TODOS son candidatos del castrismo nada más que por haber pasado aquel triple filtro. Para remachar es imposible —por diseño legal— impedir que ya sólo candidatos del castrismo sean elegidos.
A tal efecto la ley tiende la doble trampa de que se consideran elegidos quienes reciban «más de la mitad del número de votos válidos» (Artículo 124) y no son válidos los votos en blanco y aquellos en que no puede determinarse la voluntad del elector (Artículo 114). Esta indeterminación engloba hasta la determinación antigubernamental explítica de garabatear la boleta o adornarla con algún improperio textual o gráfico. Así, el candidato del castrismo sería elegido incluso si todos los demás electores de su distrito votaran en contra dejando en blanco o anulando la boleta. Estos votos no serían válidos: bastaría que el propio candidato votara por sí mismo para consumar la elección. Y si por casualidad ninguno de los candidatos en tal o cual distrito consigue más de la mitad de los votos válidos, la segunda vuelta no es siquiera obligatoria. El Consejo de Estado puede a discreción encargar la elección a la asamblea municipal correspondiente y aun dejar vacante la diputación (Artículo 125).
Lo peor no son estas mañas del castrismo corriente, sino que su rutina política marcha siempre adelantada con respecto a la oposición. El disenso viene generándose casi exclusivamente con las miras puestas en el ciberespacio y ultramar, sin efecto significativo dentro de la Isla. Tanto énfasis en la política simbólica de exportación pasa por alto nada menos que la premisa más pregonada de legitimidad: el pueblo cubano, amante de la libertad y la democracia, pero que no acaba de expresar su repudio al castrismo por la única vía racional disponible: el voto «libre, igual y secreto». De ahí que una y otra vez se repita, por un lado, el ciclo electoral petrificado del castrismo, y por el otro, el ciclo retardado de ademanes de política simbólica anticastrista, que se lastra cada vez más con el peso del hastío.
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-Foto © Jerome Sessini
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